Para el público latinoamericano que no curta mucho los memes y la cultura popular de Internet, tal vez mayores de 30, el nombre Bob Ross probablemente no signifique nada. Es genérico, por ahí suene a alguien conocido pero entre tanta invasión de estrellas fugaces de redes y el constante bombardeo de los medios con cuanto famoso de turno haya no contribuyen a que una figura como Ross esté presente si no se tiene el conocimiento específico sobre quién fue.
En los países de habla inglesa, sobre todo en Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, Bob Ross es una institución televisiva, una figura amada y venerada. En esta era 2.0 también se convirtió en un meme, pero no en uno agresivo o peyorativo, sino en una figura reconocible que la juventud adoptó para que forme parte del nuevo lenguaje digital. Y todo eso a veintiséis años de su fallecimiento.
¿Quién fue entonces Bob Ross?
Nacido en 1942 en Estados Unidos, Bob Ross ingresó al ejército estadounidense con dieciocho años, y allí fue forjando su carrera militar. De sonrisa siempre amable y modales calmados, algo que convertiría en una marca registrada, fue en la fuerza aérea en donde descubrió la pasión que lo convertiría en un ícono: la pintura.
Gracias a un programa de televisión llamado La magia de la pintura al óleo, que conducía un artista alemán llamado Bill Alexander, el entonces militar que atendía a cursos de pintura enfocados más en técnicas abstractas se encontró con un método antiguo italiano denominado primer intento que, tras conseguir el dominio del mismo, permitía al artista crear obras en menos de una hora.
El tiempo libre que tenía del servicio militar lo dedicaba a pintar paisajes de Alaska, en donde se ubicaba su base, y no tardó mucho en darse cuenta que aquellas ventas que hacía por su cuenta le dejaban más réditos económicos. Abandonó la milicia con rango de sargento, comenzó a estudiar arte con su mentor televisivo, y durante sus primeros años pagó las cuentas vendiendo los productos de la marca que tenía su tutor Alexander, hasta que decidió emanciparse con los pocos ahorros que tenía y crear su propia compañía artística.
Los registros de cómo llegó a la televisión son inciertos, no hay una versión definitiva de cómo los ejecutivos de la cadena PBS encontraron a Ross, o si el pintor se acercó a ellos con la idea de tener un programa televisivo de media hora, al igual que su maestro, en donde enseñaría paso a paso como pintar paisajes, de forma didáctica, relajada, siempre con buen humor y consiguiendo resultados asombrosos con técnicas accesibles aún para aquellos que no dominaran los materiales.
El 11 de enero de 1983 se estrenó en Estados Unidos La alegría de pintar (del inglés The Joy of Painting) y fue tal el éxito que tuvo que durante los siguientes once años el público pudo disfrutar de las clases —décadas antes de los tutoriales en linea que le permiten a los aspirantes a artistas pausar y rebobinar a placer del usuario— y vio como el hombre creó una copiosa obra, que en conjunto con los cuadros que pintó en sus tiempos libres superó las treinta mil piezas originales.
Bob Ross supo aprovechar el éxito, y una vez más recurrió al modelo que su maestro había implementado. Con las ganancias del show televisivo lanzó una línea de suplementos artísticos que convirtieron el nombre del pintor en una marca registrada —Bob Ross Inc.— que llegó a cotizarse en más de quince millones de dólares.
Pero en paralelo con el éxito monetario, el reconocimiento en los países anglosajones y una vida familiar que le dejó tres matrimonios y un hijo, Ross era adicto al tabaco, lo que terminó repercutiendo en el desarrollo de un linfoma que acabó con su vida en 1995.
Mientras su vida se apagaba el pintor y personalidad televisiva intentó adquirir el control de su marca para que la hereden su medio hermano y su pequeño hijo, pero aquí es donde la historia se tuerce, y en donde el nombre de Annette Kowalski cobra importancia.
Antes de la fama y el programa televisivo, Kowalski había sido alumna de Ross y fue, aparentemente, la que convenció al hombre que tenía todo el potencial para independizarse y ser una marca registrada, al igual que su tutor. La familia Kowalski, quienes eran accionistas en Bob Ross Inc consiguieron sobre la hora hacerse con la mayoría de las acciones de la empresa, litigando contra la familia del pintor e iniciando una batalla legal de la que se sabían algunas cosas pero que jamás se habían relatado con tanto lujo de detalles.
El director especializado en documentales Joshua Rofé decidió producir y dirigir Bob Ross: accidentes felices, traiciones y avaricia para la plataforma de streaming Netflix, y contó no sólo con el amplio material fílmico disponible del autor, sino con el testimonios de Steve, el hijo de Bob, su primera esposa Vicky, William Alexander, quien supo ser su maestro e inspiración, así como especialistas en arte, empleados de la empresa y amigos de su entorno. Entre todos consiguen armar el rompecabezas de la vida del pintor, así como el entramado legal y la batalla que se libró por la empresa multimillonaria que Ross dejó atrás.
El documental tiene un ritmo ágil, y recuerda mucho a las docu-series enfocadas en casos policiales, lo cual contrasta a la perfección con el tono calmado y agradable que tuvo el pintor a lo largo de su carrera televisiva, ya que fue un hombre que después de haber servido dos décadas a la milicia decidió no levantar el tono de voz nunca más, y al parecer cumplió con esa promesa.
El estreno de este material no es casualidad, ya que Bob Ross en los últimos años ha trascendido las fronteras de los países que aún transmiten su programa (fue un éxito en el Reino Unido durante el primer año de la pandemia) y amplió su siempre vital popularidad gracias a plataformas como YouTube, en donde se pueden encontrar los episodios completos de La alegría de pintar, infinidad de homenajes al artista y tutoriales basados en las propias enseñanzas de Ross. La figura del hombre, con un look físico extremadamente reconocible, se convirtió en una imagen que trascendió las propias clases de pintura para convertirse en un ícono. Por poner un ejemplo de los tantos que hay, parte de los cortos publicitarios que hizo el actor Ryan Reynolds para promocionar Deadpool 2 fueron un cariñoso homenaje/sátira del programa legendario de Bob Ross.
Bob Ross: accidentes felices, traiciones y avaricia es un muy buen documental que ahonda en el legado de uno de los maestros pintores más importantes de la era moderna —es imposible calcular cuanta gente se zambulló en el arte gracias a él— y describe con lujo de detalles y documentación pertinente todo el costado oscuro que el éxito trae consigo. Si no conoces al artista, esta es una gran película para iniciarse, y si ya lo conocés, este film te llevará por un paseo apasionante para entender al hombre detrás de la marca registrada.
Cada vez que aprendes algo, ganás
Bob Ross