Tuve la tentación de no hacerlo. Es tarde ya para arrepentimientos. Aquella noche la lluvia estuvo presente. La recuerdo, pertinaz, por dentro y por fuera.
Mirar una película no es algo que me satisface demasiado, prefiero escuchar música; tal vez porque están de moda las películas donde los zombis se apoderan del inconsciente y después de eso, sólo resta tener oscuras pesadillas, bueno, es una manera de decir, porque claramente el mundo onírico se convierte en agitación, grito y barbarie. No encendí el televisor. Esa noche me senté en el cómodo sillón a recordar tiempos idos; seguramente los tiempos que se han marchado tienen aromas diversos, los míos me recordaron a café con leche con tostadas con manteca, a invierno con escarcha sobre las aceras, a rosales espinosos, a escuela con amplios pasillos, a juventud ensoñada. Y después, la memoria como un sonido, crash… hizo ruido, se quejó, se rompió, se cuajó, se licuó, se evaporó; me sustraje, me sublevé, me aliviané, me pesé, me dilaté, cosas de la memoria, pensé, cuando juega a las escondidas con la distancia.
Una sensación de asfixio pasó por mi garganta, es que tal vez, por allí es por donde pasan las lágrimas. Ya me ha sucedido otras veces. Es común en los humanos tragar memoria por la laringe. Me alcé del sillón, las lágrimas densas comenzaron a caer imparables. Fui hacia el baño. Me miré en el espejo. Un grito arcano salió de mi boca. Volví a mirarme, una y otra vez. Los ojos, las mejillas, la nariz, la boca. Sí, era yo. Estaba en el espejo, fijamente, observándome. El único detalle que no me deja dormir hasta hoy es que en la imagen del espejo no se veían mis lágrimas.
Del libro “El Infinito en una Lágrima” – Ediciones Tahiel – 2015
Fausto y el Espejo
Hacía más de dos horas que había entrado al bar y lejos de consumir alguna cosa, pidió permiso para ir al baño. El mozo lo miró con disgusto y lanzó la respuesta de ocasión.
—El baño es para los clientes…
—Si claro, estoy esperando a alguien y es por eso que aún no pedí nada. Pero, tráigame un café doble…no, mejor un ristretto—dijo Fausto.
Con paso veloz se dirigió hacia el pasillo que conducía a los baños. Un biombo estilo francés, indicaba a la izquierda el de damas y a la derecha el de caballeros. Fausto observó por el rabillo del ojo el baño de hombres. Estaba desocupado. Entró, colocó las manos bajo la canilla y esperó que el chorro de agua las mojase. Frotó una con otra y humedeció su rostro. Alzó la cabeza para mirarse en el espejo. Un ligero vahído lo conmovió. Aproximó su cara lo más que pudo al vidrio espejado, sin embargo, no logró verse. Son estos malditos anteojos nuevos, pensó. No sabía si estaba rozagante, apuesto o demacrado. Salió de ahí con enfado. Al pasar por la puerta del baño de damas vio una mujer, delineando los ojos, con la mirada fija sobre la imagen que le devolvía el espejo. De refilón notó que aquél era un espejo singular: la imagen de la mujer era inmensa. Seguramente que es un vidrio de aumento, se dijo. Estuvo tentado de entrar, pero el pudor se lo impidió. Se ocultó tras una vieja heladera, a la espera de que la mujer saliese del baño para poder colarse allí. Necesitaba verse en ese espejo: era la primera cita con Betta Lisdom y quería dejarle una buena impresión. Cuando la mujer se retiró del lugar, Fausto, nervioso, entró al baño de damas. Se miró una y otra vez en el espejo. La imagen parecía ondularse. Con el puño de la camisa limpió el vidrio, lo supuso empañado. Pero, ni aun limpiándolo reiteradas veces, pudo verse con nitidez. Del mismo parecían salir telarañas, y una mancha color negro ocupó el lugar del espejo.
Salió del baño dando un portazo. Al cruzarse con el mozo alcanzó a decirle:
—Cancele mi pedido del ristretto, esperaré en la puerta de entrada y me iré a un bar más limpio. Los baños tienen los espejos sucios, es imposible verse en ellos.
El mozo lo miró apenado para luego responder:
—Disculpe Señor…éste es un bar de primera generación. Los espejos devuelven la imagen que cada corazón proyecta.
Del libro “El Infinito en una Lágrima” – Ediciones Tahiel – 2015