Laberintos
Del latín labyrinthus, aunque con origen más remoto en la lengua griega, laberinto es un espacio creado de manera artificial con diversas calles y encrucijadas para que la persona que se adentre en él resulte confundida y no logre hallar la salida.
(Claro esto que parece una referencia a la política Argentina, es solo casualidad.)
Borges y los Laberintos:
En su ensayo “Borges, o los laberintos de la inmanencia” (2008), Iván Almeida, un investigador de la obra de Jorge Francisco Isidoro Luis, expresa que el erudito escritor hace una “asimilación del laberinto al infinito” como un lugar “determinado y circunscripto (y por lo tanto, finito), cuyo recorrido interno es potencialmente infinito.” No se puede explorar “La Casa de Asterión”, “Los Dos Reyes y los Dos Laberintos” o “Las Ruinas Circulares” desde una perspectiva privada de competencia ontológica; hacerlo sería un óbice tedioso y en este caso, remitirnos a ellos, un trayecto redundante ante tanto análisis que ya se ha hecho. De acuerdo a la definición sobre las encrucijadas, es necesario observar que el problema se simplifica cuando el laberinto deja de poseer la materialidad del diagrama cretense que guardaba el minotauro y su cuerpo pasa a ser —paradójicamente— lo intangible. A este respecto, el examen se sitúa en los laberintos que proponen la existencia de Dios, la mortalidad/inmortalidad, los universos múltiples, los tiempos aleatorios; ergo, Borges nunca tuvo intención de explayarse en la arquitectura que no fuera la del misticismo, redefiniendo aquella idoneidad en declaración veraz.
En Borges, no hay universo sin laberinto, y hay tantos laberintos como universos. La cantidad es tan vasta que Borges no sabe con exactitud si los ha visto a todos ni cuántos ha visto, entiéndase, transitado. La sentencia final parece ser la misma de “Argumentumornithologicum”, el cuento de El Hacedor (1960): aunque el número sea inconcebible, —el de universos, el de tiempos, el de cuentos espiralados, el de caleidoscópicas simetrías— Dios existe, pues finalmente la diferencia entre lo definido e indefinido es accesoria, y así, es más ligero el peso del extravío. Muchos cuentos borgianos exploran los laberintos. En «Los Dos Reyes y los Dos Laberintos» Borges demuestra que el perdedero definitivo ofrece infinitas opciones y ninguna esperanza. En «El jardín de los caminos que se bifurcan» construye un laberinto de tiempo a partir de infinitas realidades alternativas: «una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos». Y «La casa de Asterión» narra el mito del laberinto desde el punto de vista del minotauro, para el que los atenienses no son víctimas sino peregrinos que acuden alegremente a ser librados de todo mal… excepto un redentor que le liberará llevándolo a un lugar mejor, «con menos galerías y menos puertas».
A veces literalmente, como en la biblioteca de la abadía de El nombre de la Rosa, con sus espejos, trampas y salas ordenadas según un ingenioso método que no revelaré aquí… No querría arruinar el placer de leer cómo lo desentrañan Guillermo de Baskerville y Adso de Melk. El bibliotecario que la custodia es el ciego Jorge de Burgos, homenaje a Borges, el escritor que más ha reflexionado sobre laberintos. En La Biblioteca de Babel, inspiración reconocida por Eco para El nombre de la rosa, Borges imagina el laberinto de palabras definitivo: una biblioteca infinita que alberga todos los libros y todas las combinaciones de letras posibles.
Siguiendo con los laberintos en la literatura…
En la literatura abundan los laberintos, reales o metafóricos. Mi capítulo favorito de La Historia Interminable, muestra el Templo de las Mil Puertas, una sucesión interminable de habitaciones idénticas excepto por dos puertas definidas por oposición: una enorme y otra diminuta, una helada y otra ardiente… Para encontrar la salida no sirven las técnicas de orientación al uso sino un sistema mental para navegar por laberintos conceptuales: no vagar sin rumbo sino tener un objetivo en mente, una Verdadera Voluntad que guíe intuitivamente cada decisión.
Hay laberintos cuya única salida es la muerte. Cuando el médico de Simón Bolívar le comunicó que su enfermedad era mortal, el militar exclamó: «¿Y ahora, cómo salgo yo de este laberinto?», anécdota empleada por García Márquez para titular El general en su laberinto. Cuando era niño me traumatizaron los libros de Elige tu propia aventura llamados Crónicas cretenses, en los que el lector asume el papel de Alteo, supuesto hermano de Teseo. En esos libros entretenidísimos y terribles, Alteo viaja a Creta tras los pasos de su hermano y descubre que Teseo murió en el laberinto. Alteo derrota al minotauro, regresa a su hogar tras innumerables peligros… Y allí, en un giro de guión demasiado cruel para niños de diez años, descubre a su madre agonizante y su pueblo destruido, un downerending tremebundo que hace pensar al protagonista (¡y al lector!) que se hubiera ahorrado un mal trago muriendo en el laberinto, tras su mayor triunfo.
¿El Primer Laberinto?
La dificultad de un laberinto se multiplica si le añadimos espejos. En un esquema de Leonardo da Vinci se muestra una cámara octagonal de espejos en la que un visitante podría ver todo su cuerpo infinitamente reflejado… Una idea prometedora, pero aún faltaba mucho para que la tecnología permitiera construir laberintos de espejos viables. El truco para maximizar el desconcierto es distribuir espejos en ángulos de sesenta grados: así se multiplican los reflejos y los falsos corredores, dando la sensación de que el laberinto es hasta seis veces más grande. Para complicar las cosas, se pueden añadir cristales transparentes contra los que se partan la nariz los apresurados.
El primer laberinto de espejos con este diseño lo patentó Gustav Casten en 1889. En los años siguientes aparecieron copias cada vez más complejas en Constantinopla, Praga o Lucerna, con más de cien espejos y aspecto inspirado en la Alhambra. Con el paso del tiempo los parques de atracciones añadieron pequeños laberintos que incluían espejos deformantes, fuente de pesadillas más que de diversión. La dificultad para distinguir lo real de lo reflejado convierte un laberinto de espejos en el peor lugar del mundo para un tiroteo, como se comprueba en la escena cumbre de la Dama De Shangai de OrsonWelles… Lo mejor en estos casos es optar por la solución «nudo gordiano» de Bruce Lee en la pelea final de Operación Dragón: romper todos los espejos posibles y lanzar una patada voladora contra lo que quede en pie.
Los romanos identificaron el laberinto con la ciudad de Troya, probablemente a través de los «juegos troyanos», complicadísimos bailes ecuestres realizados por jóvenes nobles en conmemoración de la huida de Eneas de una Troya moribunda. El laberinto también se compara con Troya como un símbolo de defensas impenetrables: la ciudad solo cayó tras el truco del caballo de madera de Ulises, probando que solo la inteligencia, y no la fuerza bruta, permite atravesar un laberinto… No es casualidad que Tolkien imaginara Minas Tirith con una estructura laberíntica de murallas concéntricas con puertas a diferentes alturas.
A partir de los siglos XI y XII aparecieron laberintos medievales, formalmente similares a los romanos, en manuscritos y en decoración de iglesias. La leyenda del laberinto se cristianizó, identificando al minotauro con Satanás y a Teseo con Jesucristo. En el evangelio apócrifo de Nicodemo se cuenta como Cristo, tras morir crucificado, descendió al Averno a encadenar al Maligno, liberar a los justos y clavar una cruz en el centro del Infierno… La cruz que aparecía, por ejemplo, en el centro del laberinto de la abadía de Sain-Omer.
¿Qué hay de Mito y de Realidad?
Hay controversia sobre qué hay de realidad en el mito… Por ejemplo, se han hallado esqueletos de niños cuyo análisis apunta a la existencia de sacrificios humanos en Creta. Varias teorías sobre la base real del minotauro apuntan a un general minoico especialmente cruel llamado Taurus, o a la ceremonia de saltar sobre toros a la carga, o al método de tortura consistente en encerrar a las víctimas en el vientre de un toro metálico que se calentaba al rojo. En cualquier caso la derrota del minotauro es una metáfora de la decadencia de la cultura minoica, hegemónica en el Egeo durante siglos; y de cómo el toro-dios solar (Asterión, otro nombre del minotauro, significa «estrella») perdió su poder.
Aunque la imagen mental del laberinto es la de un lugar en el que es posible perderse, su representación clásica es un diseño unicursal (de un solo camino) anterior a la leyenda del minotauro. Dibujar un laberinto clásico es muy sencillo: quizá por eso variaciones de este diseño aparecen en Europa, el norte de África, India o Sudamérica. En los países nórdicos el laberinto aparece en forma de trojeborgs, agrupaciones de piedras asociadas a creencias paganas: ritos de la fertilidad, sacrificios para asegurar la cosecha, protección contra las enfermedades mentales… Los pescadores escandinavos los empleaban como amuleto: los espíritus norteños del viento y la tormenta se aplacaban al atravesar los meandros del laberinto. Una variante interesante es la Rueda Báltica, un diseño con una doble espiral en el centro y dos posibles entradas, lo que facilita ceremonias como la descrita en Historia de las gentes septentrionales de Olao Magno: dos jóvenes, uno disfrazado de verano y otro de invierno (los imagino como un sureño y un norteño de Canción de hielo y fuego), entran en el laberinto y luchan entre sí. Solo si vence el verano puede esperarse una buena cosecha…
Cierra los ojos y visualízate recorriendo un corredor tallado en la roca, apenas iluminado por antorchas. Esperas encontrar bifurcaciones, pero el camino prosigue implacable, curvándose a derecha e izquierda pero sin dejarte más opción que continuar hacia adelante. De repente oyes un rugido rabioso y triste que no puede proceder de una garganta humana. Te giras y vislumbras la sombra de un gigante cornudo abalanzándose sobre ti… Bienvenido al laberinto: símbolo mágico, amuleto protector, juego romántico y un lugar en el que perderse puede ser un placer además de un reto intelectual.
Un Concepto Mortal…
El laberinto como concepto de un lugar mortal del que solo los héroes de talla como la de Teseo o Dédalo eran capaces de salir está plasmado en la jarra etrusca de Tagliatella, donde junto a un desfile se halla un pequeño dibujo de un laberinto en el cual se lee la palabra «Troya». El origen del huevo de Pascua como símbolo de la resurrección del rey héroe como dios estaría conceptualizado en el dibujo de la jarra en cuestión, al tener el héroe la capacidad para eludir a la muerte, siendo el laberinto una de las maneras de representarla.
También bajo el nombre de «ciudad de Troya» se conoce a los laberintos de césped británicos, los cuales podrían haber sido llevados a esa región a través del Mediterráneo por agricultores neolíticos del tercer milenio a.C. Los escolares británicos durante la Semana Santa caminaban sobre unos diseños laberínticos trazados en el suelo, hasta el siglo XIX. A diferencia de los laberintos de césped de Gran Bretaña, en Rusia y algunos lugares de Escandinavia, se encontraron toscos laberintos de piedra.
En Cnosos, el culto al toro celeste sucedió al de la perdiz. En algunos bailes laberínticos, los participantes sostienen una cuerda que les ayuda a seguir una secuencia correcta sin fallos a la vez que mantienen la distancia. Es posible que el mito de Teseo y el ovillo entregado a este por Ariadna pueda proceder de un baile de ese estilo.
Los laberintos se clasifican básicamente en dos grandes grupos «según la relación que existe con el centro y la salida del mismo». El primer grupo de estos laberintos es el laberinto clásico o laberinto univiario: es el que hace recorrer, al ingresar en él, todo el espacio para llegar al centro mediante una única vía, camino o sendero; es decir, no ofrece la posibilidad de tomar caminos alternativos, no hay bifurcaciones, sino que existe una sola puerta de salida, que es la misma por la que se entra al laberinto. Por el hecho de tener un solo camino o sendero que seguir a medida que se avanza dentro de él, no es posible perderse en su interior. Por ser el laberinto más sencillo es frecuentemente utilizado para realizar experimentos de robótica en informática, especialmente populares en Japón.
El Más Antiguo Laberinto Conocido, en una Tableta de Pylos
Una cantera abandonada al sur de la isla griega de Creta y atravesada por una complicada red de túneles subterráneos podría ser el lugar del mítico laberinto diseñado por Dédalo para encerrar al Minotauro, una criatura mitológica mitad hombre y mitad toro.
Sin embargo, el modelo arquetípico del laberinto es cretense. Su leyenda es conocida: el rey Minos se pasó de listo con Poseidón, que le castigó haciendo que su esposa Pasifae deseara a un toro sagrado. La pobre Pasifae recibió la ayuda del inventor Dédalo, que le fabricó un disfraz de vaca . Fruto de esta pasión zoófila nació el minotauro, que fue encerrado en un laberinto construido por Dédalo. Por aquellas fechas Androgeo, hijo de Minos, fue asesinado en Atenas en circunstancias poco claras, y el rey cretense se vengó imponiendo el sacrificio periódico de catorce jóvenes atenienses, siete hombres y siete mujeres, que entrarían en el laberinto a ser devorados por el minotauro. El héroe Teseo, hijo de Egeo, fue el único capaz de derrotar al monstruo, aunque haciendo algo de trampa: Ariadna, la enamoradiza hija de Minos, le ayudó regalándole un ovillo de hilo (o una corona luminosa, en algunas versiones) para que se orientara en el laberinto. Teseo le devolvió el favor a Ariadna abandonándola ignominiosamente en Naxos, y completó su gesta olvidando la contraseña acordada con su padre para avisar de su triunfo (cambiar las velas negras de su barco por blancas), lo que provocó el suicidio de Egeo. Vaya héroe.
La función del laberinto es reflejar la muerte simbólica y la resurrección espiritual que el iniciado ha de obtener en vida.
Por Miguel Ángel Lucero