Martín Miguel de Güemes provenía de una familia principal salteña. Pero su pertenencia a esa oligarquía no bastó para que le dieran el auxilio monetario que les pidió para combatir a los españoles en el Norte e ir a reunirse con el ejército de San Martín en Lima, ni tampoco impidió que lo derrocaran del gobierno de su provincia.
Al enterarse de un complot para derrocarlo del taimado gobernador tucumano Aráoz y la aristocracia local («más peligrosos que los realistas»), Güemes volvió a Salta, acampando a una legua de la ciudad. Mientras, el general realista Olañeta empezaba su octava invasión a Salta, enviando a su vanguardia por la quebrada de Humahuaca, pero ésta fue desbaratada por José Ignacio Gorriti y sus gauchos milicianos.
El 7 de junio de 1821, a medianoche, un regimiento al mando de José María Valdez (“El Barbarucho”) entró en la ciudad, se desplegó en la plaza y bloqueó las salidas. Desde la casa de su hermana Macacha, Güemes escuchó el tiroteo entre un pelotón enemigo y uno de sus ayudantes. Montó a caballo y con su escolta fue a la plaza, donde se topó con los realistas. Le gritaron «¿Quién vive?”. “¡La Patria!”, respondió, y volvió grupas hacia la campaña, escapando apenas de las descargas de la fusilería española.
En las afueras fue alcanzado por otra partida enemiga y resultó herido en la espalda. Conducido por sus fieles gauchos hasta las cercanías de El Chamical, y agonizó diez días en un catre improvisado a los pies de un árbol en la “Cañada de la Horqueta«, negándose tenazmente a rendirse a los realistas y a recibir su atención médica. Güemes le pidió a su segundo, el coronel Jorge Vidt, que pusiera sitio a la ciudad y no descansara hasta echar de la Patria al enemigo. Miró al militar que le había traído la nota de Olañeta intimándole rendición y le dijo: “Sr. oficial, está despachado”. Martín Miguel de Güemes fue el único general argentino muerto en acción contra un enemigo extranjero.
Al conocerse en Buenos Aires la noticia de la muerte del ahijado militar y predilecto de José de San Martín, ese personaje detestable de la historia argentina que fue Bernardino Rivadavia, mandó a publicar en la Gaceta de Buenos Aires: «Murió el abominable de Güemes. Ya tenemos un cacique menos«.
Recién el 14 de noviembre de 1822 se rindieron las honras fúnebres que merecía Güemes y sus restos llegaron a Salta, otra vez gobernada por Gorriti, “acompañados por centenares de gauchos llegados de las zonas vecinas. Habían ido hasta El Chamical a buscar los despojos de su líder y llevaron el féretro a pulso por toda la ciudad, cubierto con el traje, las insignias y la espada del glorioso difunto”, cuenta Bernardo Frías. «Era conmovedor ver a aquellos hombres, unos a pie, otros a caballo, seguir la marcha con el sombrero en la mano. En sus semblantes se reflejaba la pena que les atormentaba el espíritu«.
Esos gauchos eran “hombres extraordinarios, diestros, altivos e incansables”, según el general español García Camba, “del campo, bien montados y armados con machete o sable, fusil o rifle, de los que se servían alternativamente sobre sus caballos con sorprendente habilidad, acercándose a nuestras tropas con tal confianza, soltura y sangre fría que causaban admiración a los militares europeos, que los veían por primera vez, y cuya disposición para la guerra de guerrillas tuvieron repetidas ocasiones de comprobar. Individualmente valientes, tan diestros a caballo que igualan, sino exceden, a lo que se cuenta de los célebres mamelucos y cosacos, porque una de sus armas consistía en su facilidad para dispersarse y volver otra vez al ataque, manteniendo, a veces desde sus caballos y a veces echando pie a tierra y cubriéndose con ellos, un fuego semejante al de una buena infantería”.
Adolfo Saldías escribió: «Así acabó ese insigne guerrillero argentino que batalló sin cesar por la independencia de su patria, con los recursos que él solo se buscaba y sin recibir otros estímulos que los de Belgrano, que lo amaba, y los de San Martín, cuya mirada de águila alcanzaba el genio, donde quiera que se alzase para vencer en la lucha más grande que se ha suscitado en este siglo. Vivir como vivió Güemes de las grandiosas palpitaciones de su patria, y morir por ella después de consagrarle todos sus afanes, es una virtud envidiable que atenúa todos los errores caídos en esa peregrinación de gloria imperecedera».
Vicente Fidel López escribió: “En 1816, Güemes salvó a la América del Sur, detuvo a la España en las últimas barreras que le quedaban por vencer. Cuando ya todo lo avasallaba, desde Panamá hasta Chiloé, desde Venezuela a Tarija, Güemes solo fue el que contuvo el empuje aterrador de los realistas, defendiendo con sus heroicos salteños el nido donde se formaban las águilas que alzarían vuelo con San Martín.”
El general Paz escribió en sus memorias: “Bajo el mando de Güemes, la heroica provincia de Salta fue un baluarte incontrastable de la República toda. Esos gauchos con pequeñísima disciplina resistieron victoriosamente a los aguerridos ejércitos realistas. Afamados generales españoles intentaron vanamente sojuzgarlo. Era adorado por los gauchos que no veían en su líder sino al representante de la ínfima clase, el Protector y Padre de los Pobres, como le decían. Si Güemes cometió errores, sus enemigos domésticos nos fuerzan a correr un velo sobre ellos, para no ver sino al campeón de nuestra Independencia y al mártir de la Patria».
El Himno a Martín Miguel de Güemes
Escuchad, hondo grito de guerra
Hiende el aire vibrando cual trueno.
Desde Salta a Yavi en su seno.
Que hace al gaucho patriota indignar.
Y cual recio huracán que se agita
Estruendoso en carrera gigante
Así corre aquel pueblo arrogante
De opresores la Patria librar.
Gloria eterna a los Gauchos Famosos,
Que al triunfar en la lid sin cuartel;
Coronaron la Patria orgullosa
De radiante y sublime laurel.
Letra: Gabriel Monserrat – Música: Rafael Baldassari