Entre los recuerdos que más amamos están las fotos. Tal vez, porque una foto remonta el camino inigualable de vernos en retrospectiva más allá de la imagen misma. Claro que no es lo mismo las fotografías en blanco y negro que las coloridas ya sea en papel, en el teléfono celular, en la computadora u otro dispositivo de hoy. No es lo mismo sacar una foto tipo selfie (autorretrato fotográfico, que se hace generalmente con una cámara o dispositivo digital) a sacarnos una foto acompañada o que nos fotografíen adrede o distraídamente.
El progreso trajo aparejado diferencias notables, del popular daguerrotipo de Louis Daguerre, dado a conocer en 1839, que utilizaba placas de cobre plateado, sensibilizadas con vapores de yodo; pasando por procedimiento del calotipo inventado por William Fox Talbot donde se formaban las imágenes negativas sobre soporte de papel hasta los dispositivos que se utilizan hoy pasó mucha agua bajo el puente. Pero, en verdad, el sentimiento de emoción que provoca retratar los instantes quizá permanece invariable a través del tiempo.
Pertenezco a la generación de las fotos en blanco y negro, las que en general sacaban los fotógrafos profesionales por algún motivo especial como eran los cumpleaños, bodas, bautismos, etc. Luego, siempre había alguien del grupo de amistades que poseía ese tesoro singular y que dejó plasmados momentos inolvidables como lo fueron el pic nic del estudiante, el viaje de egresados, guitarreadas y no mucho más.
Guardar fotos no era de las mejores cosas que solía hacer, muy por el contrario, hubo un tiempo en que las fotografías, los libros y las ideas eran motivo de peligrosidad al punto máximo de esconder o destruir aquello tangible, pero jamás destruimos el mundo de las convicciones que nos permitieron ser quiénes somos como identificación generacional. Actualmente, las redes sociales hacen uso del motor fotográfico que nosotros mismos ponemos en marcha a disposición del mundo, un poco desde el anonimato y otro poco desde la identidad. En un mar de todos somos nadie, y en un río de pocos somos álguienes, un modo paradigmático de ser y no ser al mismo tiempo.
Los teléfonos hoy pueden contar la realidad con una simple imagen o video, contar aquello que queremos decir y también aquello que fortuitamente nos encuentra en un lugar y un tiempo determinado, donde se puede ser testigo o protagonista de distintos avatares humanos. Más allá de ello, desde siempre nos provoca asombro e incluso moviliza el alter ego, vernos en imagen; un espejo que oscila a la par de nuestro movimiento y nace y muere tantas veces como decidamos y no solo eso, sino que además refleja aquello que deseamos resaltar.
Tal como dijo Pedro Luis Raota, uno de los mejores fotógrafos argentinos: ”Un fotógrafo piensa una imagen y si no existe la crea al igual que un director de cine» ¿Será que estos tiempos enredados o en red, poco a poco, nos va convirtiendo en directores de cine?