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El Café Concert
Son los 60 los años en que florecen otras marcas legendarias del café - concert, como el histórico “Caño 14”
El Café Concert

El paso del tiempo con sus transformaciones en todos los órdenes, demanda a mediados del siglo XX de parte de los frecuentadores de la nocturnidad. Los atraía la necesidad de contar con ámbitos de mayor intimidad, entre otras pequeñas libertades.

El Café Concert
Si bien el auge de los café concerts se remonta a la década de 1960, las primeras expresiones similares a las de estos ámbitos podemos ubicarlas a finales del siglo XIX, con las características propias de la época.

Ejemplo de esa prehistoria “bolichera” es el Café de Hansen; conocido como “Lo de Hansen» y fundado en 1877 por el inmigrante Juan Hansen, en el flamante Parque Tres de Febrero de Palermo. Fue inmortalizado en la letra del tango “Tiempos Viejos” y por el cine argentino. Fue célebre por la intensa vida nocturna y también por las trifulcas protagonizadas por patotas que solían dirimir sus diferencias a balazos y cuchilladas. El tango era amo y señor de aquellas veladas, cuando la música se matizaba con alcohol, variados menúes y compañeras de ocasión.

“Los Portones de Palermo se abrían al Parque Tres de Febrero para atardeceres ‘chic’ y noches entreveradas. En la Avenida de las Palmeras, sobre el primer tramo de los dilatados jardines (actual cruce de las avenidas Sarmiento y Figueroa Alcorta), el sueco Hansen había encendido los farolitos de colores de unas glorietas donde se comía, se bebía y se bailaba. Allí el tango recibió el espaldarazo de la nocturna vida alegre” (1). Podemos agregar que desde sus mesas era posible ver el amanecer con el Río de La Plata como telón de fondo.

¿Cabaret, café – concert?, los ingredientes de ambos le daban vida propia. Lo de Hansen fue demolido en 1912.

Pero los empresarios vieron el filón que representaba esa actividad y así nació el legendario Armenonville, en la actual Avenida Del Libertador (ex Alvear) y Tagle en el barrio de Recoleta, no muy lejos de Lo de Hansen.

Nacido en los años del Centenario en que la Argentina agroexportadora “tiraba manteca al techo”, el Armenonville se convierte en la catedral de la vida nocturna.

Superaba al establecimiento anterior en lujo, calidad gastronómica y profesionalismo de los artistas. Lo más granado de la alta sociedad porteña y más de un visitante extranjero ilustre, frecuentaban sus mesas.

El local contaba con jardines, salón de baile, “reservados”, que podían servir tanto para encuentros discretos o reuniones familiares. En la cocina predominaba la costosa escuela francesa que podía regarse con un buen champagne importado de ese país; a pesar del “filtro” natural que representaban los precios y hasta la indumentaria. No obstante, en ese clima de ensueño también se instaló el tango, con intérpretes y parroquianos que en muchos casos provenían de mundos opuestos al de los consumidores acaudalados: ejemplos, el dúo Gardel – Razzano, Roberto Firpo,

Vicente Greco y otros tangueros de origen social humilde.

El Armenonville hasta tuvo su propio tango, compuesto por Juan Maglio y que lleva el nombre del cabaret.

Ese templo de noctámbulos brilló en el firmamento porteño intensamente durante su corta vida, que se extendió entre 1910 y su demolición en 1925. La Argentina y el mundo ya no eran los mismos; y en ese tránsito sucumbieron también el Viejo Pigall, las “academias” de tango y muchos centros de diversión afines.

El paso del tiempo con sus transformaciones en todos los órdenes, demanda a mediados del siglo XX de parte de los frecuentadores de la nocturnidad, otras ofertas que no son el cabaret clásico o el vodevil; ni siquiera el Teatro de Revistas que en nuestros días goza de muy buena salud. En el caso de cierto público porteño y del Conurbano, los atraía la necesidad de contar con ámbitos de mayor intimidad, donde además de disfrutar espectáculos, se pudiera tomar unos tragos y comer algo; entre otras pequeñas libertades. De ahí las mesitas ratonas, la cercanía con los artistas y los espacios reducidos, si lo comparamos con una sala teatral. En la Ciudad de Buenos Aires comienza a ser conocido en 1966 el boliche Michelangelo, en Quintana al 500, Recoleta. Debido a que se trataba de un lugar pequeño, tres años después se traslada al domicilio que lo hizo famoso: Balcarce al 400, en las catacumbas del Convento de Santo Domingo que datan del siglo XVI; y que entre otros menesteres, fue también Aduana y cárcel coloniales. Con ese nuevo rol la reliquia se salvó de la piqueta. Los tres grandes túneles que componen el subterráneo, permitían abordar distintos géneros musicales, pero finalmente se unificaron en un sólo salón, que sin perder su ambiente de intimidad agregó también gastronomía.

Son los años en que florecen otras marcas legendarias del café – concert, como el histórico “Caño 14” que en 1970 se muda de la calle Uruguay al histórico sitio de Talcahuano al 900, pleno centro porteño. En aquellos años el tango había ingresado en un cono de sombras, donde los seguidores se reunían en los escasos locales dedicados a ese género y que en general, no estaban al alcance de los bolsillos flacos de muchos argentinos, pero sí de contingentes de turistas japoneses, europeos y de otras latitudes. A Caño 14 llamado entonces la “Catedral del Tango”, le dieron su fama mundial Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Rubén Juárez, Edmundo Rivero, Nelly Vázquez y una lista interminable de primeras figuras tangueras y artistas extranjeros de la talla de Charles Aznavour.

Otro buen testimonio sobre la esencia del café concert lo brinda Israel Gordin, director de La Cebolla; un sitio que funcionando en un sótano de Bartolomé Mitre al 1700, tuvo su apogeo en 1969: “Son sitios donde se hace lo mismo que en un teatro de variedades, pero en la más completa informalidad. Allí la nueva y vieja generación de trovadores componen shows que entre vahos etílicos y espirituales intenciones, hacen pasar un buen rato al aborigen de Baires” (2).

Allí brindaron su arte Les Luthiers, Nacha Guevara, Facundo Cabral, La Porteña Jazz Band y otros.

Para los más chicos y en horario diurno, allí funcionaba “La Cebollita”.

A su vez, La Fusa ubicada en los altos de una casa en Santa Fe al 1800 en el Barrio Norte, compitió con Le Carrousel, en Punta del Este, hasta que se afincó definitivamente en Buenos Aires. Por esa sala pasaron Susana Rinaldi, Toquinho, María Elena Walsh, Vinicius De Moraes y un amplio elenco internacional.

Por entonces la modalidad se había extendido además de Uruguay, también a algunos salones de Chile y Paraguay.

En éste somero inventario no puede faltar El Viejo Almacén de Balcarce e Independencia (San Telmo), regenteado en sociedad por Edmundo Rivero, quien amenizaba los encuentros con su propia voz. Allí también tuvieron su lugar Horacio Salgán, Horacio Ferrer, Alberto Marino y otros tangueros de fuste. Como Caño 14, es muy visitado por extranjeros en busca del alma musical porteña.

Malena al Sur en Balcarce al 800, también en San Telmo, cuentan los habitués que su decorado lucía el estilo del antiguo Armenonville, donde noche a noche resonaban los tangos interpretados por Rubén Juárez, Osvaldo Berlingieri y el mismo Lucio Demare, dueño del establecimiento, entre una amplia oferta de intérpretes.

Como cierre de éste recorrido entre refugios tangueros y de variedades que jerarquizaron el café concert de Buenos Aires, no podemos olvidar a La Botica del Ángel, de Eduardo Bergara Leumann. La creatividad de Don Bergara Leumann, supo intercalar una pléyade de nuevos artistas con figuras emblemáticas de la escena nacional, como Tita Merello y Niní Marshall. Ubicado en la calle Sáenz Peña de Monserrat, brilló con identidad propia en la constelación de boliches afines con que entonces contaba la gran ciudad.

En la actualidad existen cierta cantidad de cafés concert, a saber: Café Vinilo (Balvanera); Café Berlín (Villa Devoto); La Bohemia (Caballito) y también en el Conurbano de la ciudad de Buenos Aires.

Fotos de Nota: Revista Semana Gráfica – Buenos Aires, 28-08-1970.

1) Francisco García Jiménez – El Tango (Historia de Medio Siglo) – EUDEBA, Bs. As. 08-1964.-
2) Revista Semana Gráfica – Buenos Aires, 28-08-1970.

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