Entre el epitafio en letra impresa, como mediación entre la blandura del papel representando – amortiguando – el impacto de la muerte; y la solidez de la piedra grabada convertida en lápida, envasando a la muerte real contenida en un despojo humano, transcurre una distancia física y emocional similar a la que se puede experimentar al ver un incendio en un edificio – en vivo – con la cercanía del calor, el rugido infernal de las llamas, olores intensos, sirenas, corridas… y el mismo espectáculo observado en un noticiero de la televisión; transferido por las cámaras y el relato de un periodista que se esfuerza por mostrarse agitado y compungido, acorde al dramatismo del momento. Sin duda el diario, la revista o el libro que nos acerca esa esquela mortuoria sobre la mesa de un café rodeado por los ruidos cotidianos, son parte del universo vital. Pero detenerse a leer un epitafio que identifica a una tumba cualquiera en cualquier cementerio es una aproximación, una puerta al “más allá” para algunos, o un simple repositorio donde la muerte comete su corrupción de la carne, sus “trapacerías” al decir de Jorge Luis Borges. En ambos casos, es probable que el visitante de la tumba sienta el alivio de ser el lector y no el leído.
Los epitafios como un juego literario, en la Argentina alcanzaron su momento de mayor calidad y difusión a través de las páginas de la revista Martín Fierro; vocero del denominado grupo “Florida”. Una cofradía de escritores que en la década de 1920 tenían su sede en la calle del mismo nombre en el centro porteño. Las glosas estaban destinadas por lo general a otros colegas, practicando un humor que iba desde una estilística sutil y elaborada, a rimas fáciles rayanas en la grosería. Pero como nada humano es ajeno a la construcción literaria, también la historieta, considerada durante décadas un género menor y propio de infradotados por la cultura libresca y contenidista, evolucionó generando guionistas y dibujantes de reconocido prestigio mundial. Después de haber ingresado en un cono de sombra en los años de expansión de la televisión, la historieta o “comic” fue abordada por nuevas generaciones de artistas. Así nos encontramos desde mediados de la década de 1980, con la revista argentina Fierro, que transitando diversas experiencias estéticas, pudo sobrevivir a las hecatombes económicas y difundir valiosos trabajos de artistas conocidos y muchos de ellos, no tanto. En un mundo que de a poco va perdiendo el placer de la lectura, la patriada de Fierro es muy valiosa.
Pablo De Santis – guionista y novelista – es el autor del texto de “Justicia poética”, publicado originalmente por Fierro en entregas completas e ilustrado por el dibujante cubano – radicado en Bolivia – Frank Arbelo. El protagonista de la zaga es un “justiciero” que actúa por mano propia. Julio Fux, poeta e ingeniero, padece la muerte de su esposa, a manos de un “loco del volante” que ya había perpetrado varias muertes en circunstancias similares; pero siempre conseguía la libertad gracias a sus relaciones influyentes. Entonces nuestro hombre descreído de la justicia, inicia una serie de ajusticiamientos contra criminales impunes. Algo no lo asemeja a ciertos asesinos seriales de la ficción, como dejar rastros deliberadamente desafiando a los investigadores. En el caso de Fux, su marca, los epitafios alusivos los guarda en un cuaderno: “…
En vida volaba con mi auto
ignorando las señales del camino
máxima 130
Stop
Despacio Escuela.
Ahora me rodean crucifijos, lápidas y flores.
Las señales viales de la muerte.”
El destinatario del epitafio – el asesino de su mujer – sufrió un “accidente” mientras viajaba a toda velocidad en una lancha en El Tigre. Y fue el primero de los elegidos para darle cuerpo a su colección de epitafios. La densidad de los argumentos, el perfil del personaje y la sordidez que lo rodean, lo emparentan con el mejor policial negro. Los dibujos duros, descarnados de Frank Arbelo, proveen el clima que por momentos se hace irrespirable. Las historias publicadas en Fierro fueron recopiladas en un libro del sello Colihue, titulado “Justicia Poética” en Buenos Aires, año 2016.