Hoy en día al “loco” se lo escatima, no se tiene en cuenta su discurso, su palabra; más bien se lo despoja de todo derecho.
Esto bien lo podemos notar revisando el historial de la psiquiatría y dando cuenta de lo que se afirma ya desde los primeros tiempos: al enfermo mental se lo terminó aislando, empobreciendo, despojándolo cada vez más de recursos que le permitan construir algo distinto del lugar estigmatizado que la sociedad le reserva. El “enfermo psiquiátrico” desde la antigüedad viene rotulado como poseídos y si bien luego fue considerado como enfermo ya por el siglo XVIII el modelo de enfermedad que había dejado como herencia la edad media era la lepra, el temor al contagio estaba arraigado a esta concepción, por eso mismo luego vino la condena al aislamiento, con las consecuencias de la exclusión y el rechazo que por supuesto sus efectos perduran hasta la actualidad.
Por estos días corre una noticia en nuestro país acerca de la posibilidad de que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires cierre finalmente los neuropsiquiátricos Borda y Moyano como parte de una política general de cierre de hospitales, compactación de servicios, reducción presupuestaria, lo que conllevaría en gran medida al desmantelamiento y privatización de la salud pública. Este hecho refleja claramente la idea que el loco al no poder entrar en el mercado laboral ni ser un exponente de la sociedad de consumo, se lo coarta cada vez más del respaldo institucional que resguarde y ejerza sus derechos a la asistencia primaria de la salud, a una mejor calidad de vida, a un tratamiento que vaya permitiendo paulatinamente su inserción en la comunidad, etc.
La «desmanicomialización» si llegara a ocurrir contribuirá a que cientos de pacientes que se encuentran sin familia ni contención social, queden librados a su propia suerte. Es que parecería ser que el Estado no sólo no tiene previsto presupuestos para hospitales de día, casas de medio camino y acompañamientos terapéuticos, sino que ni siquiera garantiza los más elementales insumos para el funcionamiento de los hospitales, sean o no de salud mental.
Estamos a favor de que se abran centros de días, talleres de promoción de la salud, asociaciones civiles, etc. y hacemos hincapié como agentes de la salud en que podamos empezar a cuestionar nuestros “cercos” internalizados acerca de ciertas ideologías que la sociabilización ha dejado en nosotros.
Nos cuestionamos acerca de la importancia de que como Acompañantes Terapéuticos tomemos partida en el asunto, apuntando a que cada uno, desde el lugar que le toque ocupar, pueda trabajar con convicción para no acabar reproduciendo, en el vínculo con el paciente, las ideologías psiquiatrizantes presentes ya en todo ámbito.
El enfermo psiquiátrico nunca deja de estar inserto en lo social ya que por más que no vea muchas personas, ni trabaje, ni salga a la calle etc., siempre se encuentra inserto en una familia o en su defecto en una institución, y el hospital y la familia son instituciones sociales y nuestra tarea será la de brindarse como soporte, contención, y que el mismo no esté atrapado en un discurso atravesado por las ideologías psiquiatrizantes. Debemos trabajar desde nuestro rol para que la sociedad pueda ver en el enfermo de salud mental, un amigo, hermano, vecino, jugador de futbol, artesano, etc., más de la comunidad y no un sujeto al que solo el único posible destino que le espera es el encierro a determinada institución o la exclusión social.
Lic. Sergio Saliche – Psicólogo – MN 25353