Hasta mediados del siglo XIX, la medicina ejercía tratamientos de una crueldad que lindaba con el espanto. Fue recién entonces que por la odontología la anestesia abrió una era de intervenciones sin dolor y múltiples posibilidades quirúrgicas.
Anestecia – Caras y Caretas – Junio 2013
Pare de Sufrir
Nadie recuerda una época anterior a la anestesia: sin embargo, la victoria sobre el dolor es relativamente reciente y se remonta solamente a mediados del siglo XIX. Fue un regalo que la odontología le hizo a la humanidad y configuró uno de los pasos más
Grandes que dio la medicina, comparable al descubrimiento de la infección microbiana, los antibióticos o la posibilidad de los trasplantes.
En realidad, el tema de la anestesia es sorprendente: es difícil no preguntarse por qué no se descubrió antes. Si bien es verdad que fue el adelanto de la química lo que permitió experimentar con diversas drogas como el óxido nitroso, el éter o el cloroformo, hay muchas otras sustancias conocidas desde hace mucho tiempo que consiguen efectos anestésicos fuertes.
Pero todo tiene historia. Ya un célebre farmacólogo del siglo I, Dioscórides de Anazarba, recomendaba el uso del vino mezclado con drogas narcóticas como el opio o la mandrágora, mientras que los cirujanos romanos conocían también los efectos de la compresión de los casos cuello para producir un estado de inconsciencia. En la Edad Media, en la famosa escuela de Salerno, se aconsejaba lo que ellos llamaban “esponja soporifera”, que se empapaba con una cocción de hierbas, mientras que el gran cirujano del renacimiento Ambroise Paré usaba a veces la peligrosa técnica de la compresión de la carótida. Pero es sorprendente que no se haya armado un cuerpo de doctrina o un protocolo para aliviar el dolor a que sometía a los pacientes la cruel medicina de la época (que incluía sangrías, amputaciones, hierros candentes, aceite hirviendo y toda una parafernalia que ahora nos haría temblar de miedo y espanto).
¿Cómo se toleraba tanto? Quizás la postura cultural ante el dolor físico fue, a lo largo de los siglos que nos precedieron, muy diferentes de la que tenemos ahora: como una maldición inevitable, consustancial con la condición humana, y la capacidad de soportarlo era un valor positivo. Tan tarde como en 1839, el gran cirujano francés Velpeau escribía: “Suprimir el dolor en las operaciones quirúrgicas es una quimera”.
William G. Morton
Sin embargo, cuatro décadas antes, en 1799, el gran químico Humpry Davy descubrió, experimentado sobre sí mismo, la acción narcótica del óxido nitroso (el gas de la risa), y escribió en 1800 que “probablemente podría usarse ventajosamente en las operaciones quirúrgicas”. Poco después el gran Michael Faraday había señalado el efecto anestésico del éter, pero curiosamente ningún médico o cirujano les prestó atención.
Y así fue que el dentista norteamericano Horace Wells (1815-1848) advirtió los grandes servicios que el óxido nitroso podría prestar y comenzó a hacer extracciones dentarias con el “gas de la risa” en 1844. Pero el fracaso en una demostración pública lo hizo apartarse de la profesión y más tarde lo llevó al suicidio.
Mientras tanto, su amigo colaborador, el también dentista William Morton (1819-1868), continuaba buscando un has con efecto narcotizante y finalmente, guiado por el químico Charles Thomas Jackson (1805-1880), optó por el éter sulfúrico. Después de haber efectuado extracciones indoloras en sí mismo y en uno de sus pacientes, propuso al cirujano John Collins Warren realizar una demostración pública utilizando el anestésico en una operación quirúrgica.
La demostración se llevó a cabo en el hospital general de Massachusetts. En cinco minutos, Warren extirpó un tumor del cuello a un paciente anestesiado por Morton. “Caballeros – dijo el enfermo al despertar-, esto no es charlatanería”.
La anestesia había llegado para quedarse.
Mientras Jackson y Morton iniciaban una feroz y sórdida lucha por la patente, la noticia llego a Europa, donde los cirujanos empezaron a aplicar la anestesia con éter. Al año siguiente el medico inglés James Young Simpson reemplazó el éter por el cloroformo, cuya acción ya había sido comprobada en animales. Entonces se inició una competencia entre los dos anestésicos, que fue resuelta por una comisión de la Royal Medico- Chirurgical Society, muy salomónicamente, recomendando que se usara una mezcla de ambos.
La anestesia significó un paso gigantesco para la cirugía (y la medicina) al permitir intervenciones que antes eran por completo imposibles. Pero también implicó una revolución cultural frente a la consideración del carácter casi inevitable en la relación entre la medicina y el dolor.
Caras y Caretas – Junio 2013 – Por Leonardo Moledo