A través de esta experiencia, comprendí que escribir es, en cierto modo, entregarse al proceso, permitiendo que las palabras fluyan como el agua, sin temor a lo desconocido. Admiro la forma en que Cortázar lleva su creatividad a lugares inhóspitos.
Un Día de Recorrido Lúdico y Participativo en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Por Adriana Patricia Fook
Aquel día, el frío en Buenos Aires era implacable y mi salud no me acompañaba. A pesar de ello, mis amigas, Cecilia, aficionada a la locución, y Débora, apasionada por la historia de los pueblos originarios, se adentraron conmigo en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Mi objetivo era explorar la exposición dedicada a Julio Cortázar, pero la sensación de malestar me mantuvo al margen durante gran parte del recorrido. Sin embargo, cuando estaban por cerrar, el destino me brindo una oportunidad de sumergirme en el mundo de este maestro de la literatura.
Las salas dedicadas a Cortázar parecían irradiar una energía única, una pasión que logró despertar en mí el deseo de redescubrir su obra más emblemática: Rayuela. El ambiente se tornó cálido y acogedor, como si las palabras del autor se entrelazaran en los ecos de la historia en esas paredes.
En mi breve, pero intensa visita, fui cautivada por lo que cada espacio tenía para ofrecer.
La primera sala me permitió vislumbrar el proceso creativo detrás de Rayuela, una obra que desafía la linealidad tradicional. Los planos, esquemas y anotaciones personales de Cortázar estaban allí, revelando como el título y la estructura de la novela se transformara con el tiempo.
Me conmovió ver cómo el autor luchaba con sus propias ideas, hasta el punto de descartar capítulos completos, porque no encajaban con su visión final. Esta sala me acercó al hombre detrás del mito, al escritor incansable que se sumergía en sus pensamientos y emociones, creando un universo propio en cada página.
La segunda sala era un testimonio de su vida personal y profesional. Las cartas que compartía con amigos y colegas, algunas manuscritas, otras mecanografiadas, nos muestran a un escritor en constante movimiento, entre idiomas y culturas. Aquí descubrí al traductor que no solo vertía palabras de un idioma a otro, sino que las recreaba, moldeando significados y emociones en cada línea.
Fascinante observar cómo sus obras tomaban nuevas formas en diferentes lenguas, revelando la universalidad de su talento.
La tercera sala me hizo sonreír, recordando la importancia de jugar y soñar, incluso en la vida adulta. Era un espacio donde el joven Julio se reencontraba con el adulto, a través de los libros que lo formaron y las ilustraciones que lo inspiraron. Un rincón parecía estar diseñado, para despertar la imaginación de Los visitantes, invitándonos a leer, escribir y dibujar como sí el espíritu lúdico de Cortázar aún habitara allí. Fue en ese instante cuando sentí que su legado no solo estaba en sus palabras, sino en la capacidad de inspirar a otros a crear.
Como escritora y amante del mar, sumergirme en el universo de Julio Cortázar fue como adentrarme en un océano literario profundo e inexplorado. Mientras recorría las salas dedicadas a su vida y obra, sentí que cada palabra suya se entrelazaba con las olas de mi propio mar interior.
Era como si navegara entre sus ideas y las mías, descubriendo que, al igual que él, tengo la capacidad de crear universos paralelos con mis palabras.
El contraste entre su mundo surrealista y mi amor por lo vasto y tangible del mar me hizo reflexionar sobre las múltiples formas de transformar lo cotidiano en algo extraordinario. Ver cómo Cortázar traspasaba los límites de la realidad, jugando con los tiempos y las percepciones, me llenó de admiración y me inspiró a seguir explorando mi propio camino literario, siempre con la esencia del mar como guía.
A través de esta experiencia, comprendí que escribir es, en cierto modo, entregarse al proceso, permitiendo que las palabras fluyan como el agua, sin temor a lo desconocido. Admiro la forma en que Cortázar lleva su creatividad a lugares inhóspitos.
Mi Amante el Mar
Mientras todas las personas buscan en sus sueños el amor,
entre risas contesto que ya lo tengo.
Mi amante es el océano; yo soy su amada,
mi padre dio su aprobación y mis ancestros lo adoptaron.
Con cada movimiento de la marea nos acercamos,
y cuando la bajamar se retira, me dirijo hacia los confines de la nada.
Sus aguas reflejan a los que ya no están,
se presentan como sirenas o como el rey del mar.
Cuando me voy, se enoja y revuelve el arenar,
arrojándole flores, me despido mirando el horizonte,
y él me deja caracolas para escuchar en soledad.
Las estrellas aprovechan, intentando seducirlo con su brillo,
para que me olvide insinuando con su luminosidad.
Ayudado por el viento, regresa a mí, acercándose aún más,
recibiéndome con su espuma, recordándome el disfrute en paz.
Por la mañana sus aguas buscan mis pies para jugar;
los niños se ríen, sin entender mi mirar,
pues mi mar los hacer saltar y jugar.
El océano me espera para enredarme con sus algas;
y los corales, para herirme si me quiero retirar
así no olvido el arrullo en su vaivén en calma,
y me acuesto flotando, sosteniéndome, dándome seguridad.
Ayudado por el viento, regresa rápido a la playa,
trayendo en su espuma caracoles rotos por su soledad.
Saludando sin parpadear, le pido que me comunique con mi Dios,
para recordar a mi padre, cuya memoria se entrelaza con la sal
Mi mar me hace vibrar, pues en el mundo real no tengo par;
él me dio un anillo de perlas, tatuado en mi piel,
por eso le pertenezco y le soy fiel, siendo mi apodo Nani Delmar
Al final, esta visita fue más que un simple recorrido por una exposición. Fue un rencuentro con mi imaginación, una reafirmación de que las palabras, tienen el poder de moldear realidades, tanto en los demás como en mí misma.
La exposición es un claro ejemplo de que para ser un gran escritor, es fundamental ser un gran lector. Cortázar lo entendió desde temprana edad, y esa convicción lo llevó a transformar sus miedos en literatura, exorcizando sus demonios a través de las palabras.
Al salir, a pesar del frío y el malestar, me llevé conmigo una cálida sensación de gratitud. Cortázar, con su ingenio y sensibilidad, había logrado convertir un día gris en un viaje literario inolvidable. Y aunque mi tiempo en la exposición fue breve, la huella que dejó permanecerá para siempre, invitándome a regresar a sus obras una y otra vez.