Para la religión cristiana la envidia es uno de los siete pecados capitales, la palabra proviene del latín invidia; entre los romanos esa palabra también se utilizaba para expresar sentimientos de antipatía, odio, celos, rivalidad.
La envidia es el deseo de obtener lo que el otro posee, material o no. Es una cuestión tan vieja como el mundo; fábulas, cuentos, películas e incluso la vida diaria, nos encuentra con sentires que hablan de la pobreza interior del ser humano. En contrapartida y afortunadamente, también existen la bondad, la empatía y la sana admiración.
El verbo que dio origen a la palabra envidia fue invidere, que se traducía como ‘mirar con malos ojos’, o sea que, según el sentido primero de esta palabra, equivalía a ver negativamente o mirar con hostilidad el mundo de los demás.
Cada uno mira aquello que su corazón ve, y ampliar las dimensiones humanas del propio sentir, es una ardua tarea individual.
Mi abuela italiana, pensaba que una cintita roja colocada en la muñeca de la persona (objeto de envidia) en cierta forma, ahuyentaba el efecto negativo. Claro que, si hubiese sido tan simple, ya se habría erradicado de la faz de la tierra este sentimiento rayano con la inseguridad. En mi subjetiva visión, el que envidia carece de seguridad para ir por sus metas, y sobre todo se pierde el mundo de la diversidad que, sin dudas, nos nutre el alma. Desarrollar las propias potencialidades, centrándose en el proceso, es un camino introspectivo que además nos permite descubrir que el otro, otra u otre, es uno mismo proyectándose cual eco. Suena un tanto poético, quizá lo es, pero la empatía está íntimamente ligada al amor. Ver con sensibilidad empática es un matiz de los valores con que cada uno se identifica. Como reza un viejo dicho: no se puede pedir peras al olmo, sobre todo porque la competencia, el éxito y la rivalidad son piezas de un hoy que se revela hostil.
Sin embargo, las sociedades progresan en la medida en que cada uno mira mejor al otro para vincularse con espíritu constructivo. Es un ejercicio del corazón que merece ser tenido en cuenta, la pobreza interior se mitiga cuando el espejo nos devuelve la mirada benévola hacia el mundo de los demás.