A un costado de una ruta en Oklahoma apareció el cuerpo maltrecho de una mujer joven. Era abril de 1990, y presentaba signos de haber sufrido el impacto de un vehículo. La ambulancia la trasladó a un hospital en donde intentaron curar las heridas de ella, pese a que el cuadro no daba mucho lugar al optimismo.
Unas horas más tarde arribó al nosocomio su marido, que se identificó como Clarence Hughes, e indicó que la persona que reposaba en la camilla se llamaba Tonya Dawn. Afirmó que era su esposa. Los médicos tomaron la información con pinzas, ya que Clarence lucía visiblemente mayor a la mujer. Las relaciones entre personas que se llevan tantos años no son una anomalía, pero el cuadro no cerraba para las autoridades.
El hombre se comportaba de forma extraña, como desapegado de la situación trágica que estaba atravesando su esposa. Aparte, el cuerpo de la paciente mostraba heridas previas al accidente. Arañazos profundos en el pecho, moretones que ya empezaban a curar. Claros signos de violencia. Y cuando hay una pareja de por medio, esta suele ser el blanco de las sospechas.
Tras cinco días de agonía, Tonya no resistió a la gravedad de sus heridas. El traumatismo encefalocraneano era severo y, pese a los esfuerzos de los galenos, la jovencita falleció producto de las heridas que le produjo el atropello.
Los amigos de la mujer quisieron contactar a los familiares de Tonya pero descubrieron que aquel nombre y apellido no correspondían a los de su amiga fallecida, sino a la de un bebé que había muerto veinte años atrás. El misterio, de golpe, comenzó a crecer.
La policía empezó a investigar de oficio, intentando dar con el conductor que embistió a Tonya, pero jamás dieron con el conductor temerario.
En cambio, se encontraron con la historia de un asesino feroz, un violador y secuestrador de menores temible que había conseguido burlar a la policía durante décadas.
El primer misterio era la identidad de la víctima y del victimario. La chica de la foto cuenta una historia real capaz de superar cualquier tipo de película de terror. Desde 1990 hasta el 2014 el nombre verdadero de Tonya no se supo, aunque se sabía que Hughes no era su apellido original. Veinticuatro años llevó revelar la identidad de la mujer que apareció tendida en una carretera, golpeada y agonizando.
Entre el festival de horrores que desnuda el documental, tal vez el menos evidente pero el más inquietante es que Tonya — a quien criaron bajo el nombre Sharon Marshall pero que en realidad se llamaba Suzanne Sevakis— nunca supo en realidad quien era y cuál fue su historia. La muchacha terminó sus días en una cama de terapia intensiva sin tener la menor idea del laberinto de pistas falsas que fue dejando de forma involuntaria junto al monstruo que la crió desde pequeña y que, después, terminó convirtiéndose en su esposo a la fuerza y, para colmo, su proxeneta.
Suzanne, como la describen en el film, era una chica con un enorme intelecto que incluso había conseguido una beca universitaria para estudiar ciencia aeroespacial, sueño que quedó trunco cuando quedó embarazada y su captor le prohibió abandonar la casa para perseguir sus sueños. En cambio, la prostituyó en un club de strippers mientras el hombre se quedaba con el dinero.
El historial de abusos que sufrió la pequeña se remonta a inicios de la década del ´80, cuando fue secuestrada de su hogar y separada de sus hermanos. Suzanne tuvo, al menos, dos hijos, uno que fue dado en adopción y otro que terminó siendo el hijo de la “pareja”.
Clarence, por supuesto, no se llamaba así. Tuvo muchos alias a lo largo de su vida, Kingfish Floyd, Trenton Davis, Brandon Cleo Williams o Preston Morgan. Su verdadera identidad es Franklin Delano Floyd, nacido en 1943, una bestia cuya carrera empezó a temprana edad. El alcance de sus crímenes es imposible de determinar, pero el hombre no se privó de abusar menores de edad, secuestrar y asesinar gente.
La Chica de la Foto ofrece un relato escalofriante en donde se recopilan entrevistas a conocidos de la víctima, investigadores y periodistas que durante dos décadas y media se dedicaron a construir el rompecabezas macabro cuyas piezas diseminó Floyd a lo largo y ancho de Estados Unidos durante treinta años al menos.
Skye Borgman es la directora, y es una artista que se ha especializado en las historias policiales impactantes. El año pasado estrenó otra historia impresionante llamada Dead Asleep, que narra el increíble caso de un asesino que asegura que cometió su crimen mientras caminaba sonámbulo.
Abducted in Plain Sight fue otro de sus documentales true crime que catapultó la reputación de la cineasta y expuso el talento natural para reconstruir historias inolvidables, retorcidas y con más giros argumentales que las mejores ficciones.
Este último largo documental que se estrenó hace unos días en Netflix está en la boca de todos porque, a pesar que en Estados Unidos el caso expuesto en La chica de la foto es conocido, e incluso se han escrito libros, para la mayor parte del mundo esta historia es inédita y tiene todos los tristes condimentos argumentales para atrapar al espectador.
Si bien a lo largo de los cien minutos de metraje se relatan detalles escabrosos, Borgman decidió dejar de lado los peores aspectos, no para cubrir la figura del victimario sino para hacer un poco más “digerible” la narrativa. Los elementos clave están bien expuestos, y si bien hay recreaciones de ciertos eventos con actores, estos no distraen de la narración que establecen los testimonios y el material audiovisual.
No obstante, como siempre aclaramos en esta sección cuando recomendamos historias basadas en crímenes reales, La chica de la foto es un documental no apto para los espectadores más sensibles.
Los fanáticos de las narraciones policiales reales encontraran en este nuevo documental de Netflix todos los aspectos que hacen tan apasionante al género. La historia es tan retorcida como increíble, y cada cinco minutos aparecen detalles nuevos que superan la capacidad de asombro de los más experimentados espectadores. La chica de la foto es otro ejemplo más de la frase tan trillada pero cierta: la realidad siempre supera a la ficción.