A las 8:15 del 6 de agosto de 1945 (una bella mañana de verano) el avión de la Fuerza Aérea estadounidense se tiró en picada y abrió las compuertas: 43 segundos después “Little boy” estallaba sobre la población civil de Hiroshima.
¡Dios Mío!, ¿Qué Hemos Hecho?
La Caja de Pandora, mito griego, y el Conventillo, referencia mítica obligada del sainete nacional, son, por así decirlo, dos lugares comunes que, de tanto en tanto, pero, hay que reconocerlo, cada vez con mayor frecuencia, visitamos los argentinos para explicarnos nuestros difícil devenir.
El primero de los mitos citados cuenta que Pandora, la primera mujer creada por Hefesto (dios griego del fuego y el metal) fue dotada por Atenea (diosa griega de la sabiduría, de las artes, de las ciencias y de las ciencias y de la industria) de todas las gracias y todos los talentos.
Zeus, el dios principal del Olimpo griego, no fue menos obsequioso y la regaló a Pandora una, eso sí, enigmática caja donde estaban encerrados todos los males y todos los bienes del mundo, hecho lo cual, colocó a Pandora sobre la Tierra junto a Epitemeo, el primer hombre, según dicha mitología. Epimeteo, curioso, abrió la caja y los males y bienes se esparcieron a los cuatro vientos no quedando en ella más bien que el de la Esperanza.
¿A los argentinos de estos tiempos, todavía les queda alguna?
Vacarezza no fue un griego sino un prolífico autor teatral nacido en estas orillas que creo e inmortalizó el mito del Conventillo como expresión simbólica de la grotesca disputa permanente de los conventilleros.
En el Conventillo de la Paloma, su pieza emblemática, los inquilinos se enfrentan, una y otra vez, en cómicas rencillas domesticas en las que, el dialogo enredado, cargado de palabras que llevan la intención de zaherir al interlocutor de turno y confundir a los demás, en cuestión de todos los días.
¿No nos hace recordar esto a ciertos funcionarios y representantes de la política casera?
Finalmente, un ligar mítico del horror contemporáneo: el Enola Gay, nombre de la madre del coronel Paul Tibetts, piloto de ese avión desde donde se arrojó la bomba atómica, apodada “litle boy”, sobre la población civil de Hiroshima, calcinando en segundos a 200.000 seres humanos, cifra que aumentó significativamente en los días sucesivos.
A las 8:15 del 6 de agosto de 1945 (una bella mañana de verano) el avión de la Fuerza Aérea estadounidense se tiró en picada y abrió las compuertas: 43 segundos después “Little boy” estallaba.
Al ver los estragos inmediatos el copiloto Rober Lewis, exclamó: “¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?”
Sim ¿Qué hemos hecho con nuestro país, argentinos?
El Guardián – 27-08-03 – Por Leónidas Lamborghini