Luego de 17 años de exilio forzoso, el General Juan Domingo Perón retornaba a la Argentina. Ese mediodía del 17 de noviembre de 1972, cuando el avión que lo transportaba aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, el país se encontraba paralizado por una doble circunstancia: el paro general que para recibir a Perón había convocado la Confederación General del Trabajo (CGT), y el feriado nacional que decretó el gobierno del General Alejandro Lanusse, último presidente de facto del golpe militar triunfante en 1966, con el objetivo de diluir en el asueto el impacto de la huelga.
La expectativa generada por el retorno del líder justicialista, se había dimensionado a raíz del tiempo y la distancia que lo separaba de sus seguidores. Luego de un fallido intento de regresar al país en 1964, vuelta frustrada por el gobierno militar brasileño a pedido del gobierno argentino, presidido entonces por Arturo Illia, el mitológico retorno se concretaba. A pesar de la alegría que embargaba a sus simpatizantes, el clima reinante era de extrema tensión debido a que el gobierno había prohibido cualquier manifestación pública e impedido con un impresionante cerco militar en torno al aeropuerto Ministro Pistarini, cualquier posibilidad de un encuentro de Perón con la masa de sus seguidores.
No obstante, cientos de simpatizantes peronistas se las ingeniaron para romper el bloqueo y a campo traviesa e inclusive vadeando arroyos con el agua a la cintura y bajo una persistente llovizna, pudieron acercarse a la estación aérea y muchos de ellos, acceder a l a terraza de la misma.
El anciano jefe del Movimiento Peronista, fue retenido en las instalaciones del aeropuerto por efectivos militares alegando “razones de seguridad”. Horas más tarde, se le permitió abandonar el lugar y trasladarse a su domicilio particular de la calle Gaspar Campos en la localidad bonaerense de Vicente López. El día había transcurrido en medio de alarmantes rumores y a pesar de un conato de rebelión en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) encabezado por jóvenes oficiales que adherían al justicialismo, la jornada finalizó sin incidentes graves.
Gaspar Campos se convirtió en una suerte de “santuario” adonde peregrinaban miles de manifestantes durante las 24 horas. De tanto en tanto, Juan Perón y su esposa Isabel Martínez se asomaban a una ventana y saludaban a la concurrencia que se renovaba permanentemente.
Luego de permanecer algunas semanas en el país para tomar contacto con sus acólitos y entrevistarse con dirigentes de otras fuerzas políticas, el ex presidente retornó a Madrid donde residía desde hacía varios años.. Su retorno definitivo se produjo el 20 de junio de 1973; cuando lo que se esperaba fuera un reencuentro apoteótico enmarcado en más de dos millones de personas, se frustró por enfrentamientos entre sectores antagónicos del propio Movimiento.
El 17 de Noviembre de 1972 se incorporó a las fechas más significativas de la liturgia justicialista, ya que la misma representa el esfuerzo desinteresado y la abnegación militante de quienes habían bregado por el retorno de Perón a la Argentina durante todos aquellos años de proscripción.
Por tal motivo, una vez restaurada la democracia, el justicialismo formalizó la conmemoración del Día del Militante todos los 17 de noviembre, como suelen recordarlo las pintadas callejeras.
Libro Pintadas Puntuales – Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno – Testimonios – 2020