Al Pie de la Letra
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Con los Dedos de una Mano
Relato de Pablo Diringuer sobre esos seres divinos y diabólicos que tan importantes fueron para la cultura del Nilo y una soledad
Con los Dedos de una Mano

Recuerdo una vez una bota perfumada de apetitoso queso, pero raspada casi volcánica a punto de desintegrarse de vejez decadente, arrojada desde un ignoto más allá, ver cómo en ese oscuro trayecto fue a parar sobre el lomo de Rollo.

Con los Dedos de una Mano
Y sí… somos cinco… y de variados colores y por demás indisimuladas personalidades… De izquierda a derecha: Rollo; Pike; Lupa; y yo, Lennon.

En esta foto que nos sacó la vieja que me habla y amortigua mis gases sobre su falda, sólo falta el quinto e infaltable amigo de este barrio poblado de cemento: Ufa. Ufa es todo negro y bastante impaciente desde que lo hube de conocer hace como… casi cuatro años y fue cuando por algo que todavía no alcanzo a comprender, imprevistamente apareció por las terrazas queriéndose coger a la siamesa de la manzana de enfrente mientras la ama-protectora de la misma, cada vez que lo veía le tiraba todo tipo de piedras y le gritaba y hasta en variadas oportunidades con un largo palo logró darle varios coscorrones en el lomo mientras Ufa gozaba arriba de ella tomándola desde atrás de su cuello.

Pike y yo siempre lo observábamos desde el otro lado de la calle y no parábamos de relamernos y cagarnos de risas y hasta sesgos ronrroneadores surgían desde ese más allá inexplicable del existir felino.

Ufa, de algún modo, resultaba ser algo así como el casi líder entre nosotros, es que… cuando sucedía cierta situación con un sesgo novedoso, él, por demás, ostentaba la iniciativa motivo por el cual, de manera inmediata repercutía entre los cinco que éramos como algo por demás notificante para la vida costumbrista que llevábamos hasta ese instante.

A veces se pudría la situación, sobre todo, cuando de manera casi directa en su accionar, trataba de seducir a alguna hembra que tuviese algo que ver con alguno de los otros cuatro, demás estaba decir que partir de tal circunstancia, ese ajedrez inevitablemente veíase alterado y hasta provocaba cierto distanciamiento entre todos. El más afectado por dicha situación, resultaba ser Lupa, cuya novia era una guacha de angora aterciopelada que de manera seguida se la hincaba en un rincón terracero lindante con un vecino que según se comentaba en la zona, muy poco le importaba ocuparse de la felina en cuestión pues su actividad cotidiana era ser un militar que poco y nada destinaba tiempo hacia ella, y solamente aparecía contadas veces semanales para dejarle míseras migajas alimenticias acompañadas de raras pastillas rosadas con las cuales nunca ella aparecía hinchada en su panza ni plagada de pendejitos acurrucados y cobijados de calor en su interior.

Ufa, de alguna manera, y por su inefable comportamiento al respecto, generaba rispideces entre nosotros y hasta a veces, ciertos enojos que provocaban quilombos madrugadores o trasnochados en donde inevitablemente excelsos vecinos vituperaban expresiones de cansancio y fastidio para con nosotros que inevitablemente desembocaban en todo tipo de agresiones no solamente verbales de gritos desaforados, sino también objetos voladores que a veces lograban rozar nuestras lamidas pieles.

Recuerdo una vez una bota perfumada de apetitoso queso, pero raspada casi volcánica a punto de desintegrarse de vejez decadente, arrojada desde un ignoto más allá, ver cómo en ese oscuro trayecto fue a parar sobre el lomo de Rollo. Pobre amigo, fue tal el puntín del impacto que su gemido trascendió más allá de la manzana barrial, y encima le hubo de tocar a él, que no tenía nada que ver con esos chispazos ansiosos, gemidos de placer de una guacha babosa aparcada con Ufa encima de ella, que ni siquiera acusó recibo del bardo invasor.

Rollo estuvo varios días sin cruzarse con nosotros, desde lejos lo pude observar con una venda blanca que abrazaba su lomo a modo de matambre circunspecto y preparado para un horno bien caliente de cocina.

Pike era el más jovato entre nosotros, tal vez más de tres o cuatro años de diferencia nos llevaba, por ende, era el que menos bola le daba a lo acontecido y provocado por Ufa; también era cierto que, al ser muy diferente en su pelaje con respecto a Ufa, lograba con su parejo color claro, anaranjado casi rubio, llegar a disfrutar acompañado de su mayor y extensa experiencia no solamente a esa generalidad de amos vecinos en varias cuadras del lugar que lo conocían y sabían de su lugar de procedencia, sino también, de los demás cuadrúpedos felinos y femeninos que apreciaban su acercamiento.

Los perros hasta lo hubieron de respetar pues más de uno de éstos, hubo de recibir variadas puntadas oxigenadas de sus filosas y aguijonadas uñas ante ladridos fruncidos de guapezas inoportunas; también era cierto, que Pike, además de su innato accionar felino y experiencia añeja de vida, cuando hubo de percatarse de sus muy escasas posibilidades triunfantes de valentía, siempre sacaba a relucir su excelsa agilidad para trepar alguna pared oxigenada de escapatoria.

Tanto Rollo, Lupo, como yo, nos dejábamos imantar de algún modo, por esa experiencia muy obvia de parte de Pike y en muchas oportunidades nos animábamos a frecuentar ese patio de su domicilio plagado de los mejores banquetes alimenticios que su amo, un aparente director de escuela, otorgaba de manera complaciente todos los días y hasta se sonreía cuando imprevistamente nos descubría masticando junto a su protegido como si fuésemos parte de una gran familia zonal.

Ese hombre que siempre estaba vestido de blanco siempre era muy saludado y conocido por todo el barrio; nosotros, podíamos inferir que si bien no gozábamos de equiparable actitud para con nuestra existencia, sí estábamos exentos de pormenores conflictivos que hiciesen revolotear creencias provocadoras de mascotas peligrosas al acecho de perturbar esa cierta tranquilidad de naturaleza compartida. Sin embargo, el quinto amigo que componía nuestro accionar, o sea, Ufa, de algún modo difería o… mostraba la hilacha discordante en ese accionar cotidiano que tanto nos identificaba como los “cinco elementos felinos del barrio”. Siempre y desde un tiempo bastante cercano, muchos vecinos comenzaron a opinar no de buena manera por nuestro displicente comportamiento que había comenzado a trastocar ese pacífico estado general y/o local de los metros cuadrados que nos incumbía. Muchas de las felinas que nos calentaban, en su gran mayoría, fueron enrejadas, controladas por sus amos y hasta casi castigadas de encierro; otras, las menos, ya ni siquiera olían nuestras partes íntimas y hasta en nosotros mismos no despertaban instintivamente ninguna sensación atractiva de infidencias sexuales; las contadas que todavía nos anhelaban y podían llevarlo a cabo, comenzaron ser disputadas por una nueva ola de gatos recién llegados al distrito, algo impensado aunque, del mismo modo comenzamos a percatarnos que la mayoría de las y los félidos ya no exponían naturalmente esas excelsas ansias de revolcarse e interactuar jugos placenteros en su máximo exponente…

Pike, Rollo, Lupo y mi Ser, comenzamos a sentir la rareza de los tiempos por venir, o mejor dicho, los tiempos ya sucedidos y vivenciados al toque en vivo y en directo… Un párrafo aparte para Ufa; luego del último desbande distrital en donde nos hubieron arrojado los vecinos todo tipo de objetos que hasta nos provocaron ciertas marcas lastimosas de vida, ya sean éstas cicatrices pieleras o miedos circundantes, este gran amigo hubo de acurrucarse inexplicablemente en un mundo exclusivamente suyo y sin nada que compartir con lo que nos incluyó hasta ese instante y de ganas plagadas de eternidad. Esas noches irreprochables de maullidos espontáneos al por mayor nos fueron perimidas casi automáticamente por la mayoría de esos ex complacientes amos, hasta ese hombre de guardapolvo blanco no dejaba en su patio interior ni un mísero gramo de saludable comida. Ufa, luego de un par de días sin vernos, reapareció en la terraza con el pelo rapado al costado de su panza y una escueta raya casi cicatrizada y pintada de un color casi marrón. Imprevistamente, y a tres casas de distancia surgió la imagen de la gatuna siamesa que a Ufa hacíale gotear su canilla semental… pero a él no le impactó en absoluto, su vista se clavó instintivamente hacia una estrecha pared lindante con la calle, acto seguido y ya bordeando las ramas de un frondoso árbol, una rata de gran tamaño trató de escurrirse por entre la oscuridad madrugadora… Ufa no tuvo piedad y sus mandíbulas apretujaron quejidos mortuorios alrededor la energía que partía…

Luego se fue confiado en su trofeo, su placer había mutado por otro bastante diferente. Pike no insinuó nada, Rollo; Lupo y yo achinamos ojos en la melancolía de la noche.

Por Pablo Diringuer

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