Fernán Silva Valdés, en la Banda Oriental, cantando- le dice: vos eras criolla… del tiempo del gacho ladeao/ del lazo en el pelo, del percal floreao, y recuerda a las chinas que oliendo a Agua Florida/ se metían en la vida a punta de corazón.
El viejo carnaval proporcionó el marco más adecuado y lúcido al agua florida que envolvía a las mascaritas y usaba, arrojada en pomos, como arma de galanteo.
Aguaflorida y Carnaval
Hay cosas que la pequeña felicidad que su naturaleza promete se da ya en su nombre. Les va con asombrosa justeza. Así, la famosa agua de colonia que Buenos Aires conoció al filo de los siglos XIX y XX. En la rápida difusión y auge que logró con la frescura suave y agradable de su aroma, adecuado a la sencillez del común de la gente que la adoptó, tuvo mucho que ver la cantarina y franca sonoridad de las simpáticas cinco silabas que con perfumada musicalidad la nombran: agua florida
A la pequeña pero significativas historias de este perfume rica en connotaciones nos introducirán dos letras que rescato del cancionero popular. Testimonios, sin dudas, auténticos por sinceros y espontáneos. Validos por ello y por ajenos a toda intencionalidad deformante, extraña a su cantar.
Dice la primera (que la segunda va por cuerda aparte vinculada al carnaval), con brioso y feliz arranque, que el picado ritmo milonguero acentúa aún más: Allá en el tiempo del jopo/ peinado al agua florida/ cuando era linda la vida…Y queda flotando en el aire la rápida y colorida pincelada del verso que deja de una vez, ubicado en el tiempo, lugar y función, el aromado líquido que nos ocupa. Hay algo más aun, incidental apenas, pero que no quiero dejar pasar: ese regusto dulzón de auténtica alegría que expresa esa sencilla línea gritando con toda la boca y el alma “cuando era linda la vida…” ¿Cuántos poetas de la música popular de nuestros días, de cualquier género, se atreverían a repetir con parecido humor y sin atragantarse esas mismas palabras aplicadas al recuerdo de una sola de la últimas seis décadas aquí vividas? Queda hecha la pregunta.
Claro que sí, que había entonces pobreza y miseria, enfermedad y desalojos y huelgas y represión, pero las cosas estaban culturalmente pautas de otra manera. A veces cruel, pero no salvaje. La vida tenía un discurrir que le daba a los días un sabor especial. Era vivible. Los marginados de la frontera interior y de la frontera exterior podían respirar hondo. Habían conocido cosas peores y algo cambiaba para ellos. Un horizonte nada fácil, pero horizonte al fin, se extendía como una promesa. Se podía conquistar. Aunque no todos lo lograran, la esperanza existía. ¿La felicidad? Nadie, absolutamente nadie, es feliz de manera continua y permanente. Fragmentada, todos pueden obtener su parcela. Hasta lograr una estrella para el hijo ¿Quién lo prohíbe?
Hay fragancias que identifican y evocan una época. El agua colonia remite a las últimas décadas del siglo XIX y a las primeras del siglo XX. Aer “del tiempo de aguaflorida” dice todo,
Estaba también la solidaridad que, entre los más pobres, era conmovedora. Daba más tranquilidad que muchas de las llamadas obras sociales de hoy. El apoyo o el socorro era instantáneo; donde malcomían cinco podían hacerlo siete y siempre había un lugar para dormir. En el conventillo o el inquilinato, el patio era de todos, club y ágora del suburbio. Y si alguna bronca hubo o había, se olvidaba en la desgracia que se compartía. Porque hermana más que las fiestas, para las que cualquier pretexto era bueno y nadie necesitaba ser invitado.
Tiempos bravos y duros, pero sencillos como la fragancia del agua florida que los identifica y evoca.
Una observación aun, por válida, pertinente, que creo entraña alguna razón o sentido cultural por dilucidar. En todos los decenios del último medio siglo no se hallará un aroma con igual significación al agua florida para su época. Ni con su fuerza evocadora. Salvo la ya lejana Loción N°5 de Chanel o los perfumes de Coty y algunos más, nada queda nada han dejado. Una guerra despiadada entre laboratorios, una competencia comercial implacable y una presión vendedora casi histérica, montadas sobre una publicidad sutil y enajenable que, devorándose a sí misma, destruye lo que acaba de construir generando locura de la novedad, impide establecer asociaciones de ninguna clase, ya del ánimo, del espíritu o de las circunstancias. Así dejan a la memoria sin una de sus preciosas apoggiaturas: los olores, las fragancias. Generación han quedado de este modo en la más triste de todas las indigencias: sin recuerdos. Y no habrá poeta que pueda rescatarlos. Porque no ofrecerán nada que se parezca a la humilde agua florida. Aquella que permitió al cantor decir con toda su voz y alma, “cuando era linda la vida…”
Vino al mundo el siglo veinte oliendo al Agua Florida. La breve letrilla hasta para ubicarnos en el tiempo al par que dice de la difusión y popularidad de esa agua. Su aroma era algo que estaba en el aire. Nadie lo desconocía. Tenía la sencilla y estimulante frescura de un p un prado, de las modestas flores con que se la elaboraba. Era limpia y pura, sin complicados misterios ni fatales hechizos, como la ingenua transparencia de su nombre. Suave, débil, fugaz, logró este perfume algo que dudo consigan repetir los más exóticos productos de la sofisticada industria actual: tocar las entrañas de la memoria, perdurar por más de un siglo e identificar una época. Las palabras para el recuerdo las pusieron los poetas y las registro puntualmente, aquerenciándolas, la gente común.
Fernán Silva Valdés, en la Banda Oriental, cantando- le dice: vos eras criolla… del tiempo del gacho ladeao/ del lazo en el pelo, del percal floreao, y recuerda a las chinas que oliendo a Agua Florida/ se metían en la vida a punta de corazón.
“Los efluvios balsámicos de las praderas primaverales obsesionan el olfato” dice Corrbín historiador de la percepción olfativa. El agua florida tenía la frescura de los campos
Por sobre su manifiesta difusión dominguera y festiva, tuvo el agua florida su marco más adecuado y lucido en los exultantes días del carnaval. Y con los viejos carnavales quedó identificada, pues con ella perfumaban el agua de los popularísimos pomos, tan importantes para los festejos como los mismos disfraces.
El carnaval, la antigua fiesta de raíz pagana que, fiel a sí misma, atraviesa los siglos y las culturas enmascarando su propia esencia, declina y renace con los vaivenes del inescrutable destino humano y el rigor de sus oscuros instintos. Así llega hasta nuestros días, segura de encontrar en algún rincón de la Tierra refugio y celebrantes. Cuando el mundo occidental cruzó con alivio el temido tramo del milenio de esta Era, tan cargado de apocalípticas predicciones, se lanzó desbordado de alegría a orgiásticos festejos en un explosivo desquite de las terribles angustias pasadas. Por coincidencia temporal, fin y comienzo de año, estas celebraciones se identificaron con el casi olvidado carnaval que así renació una vez más a favor de este frenesí colectivo.
El carnaval transcurre signado por dos características que hacen a su identidad y esencia: el disfraz y el Juego con agua. El primero es una gestada fantasía que intenta disimular lo que de locura temporaria suerte de mundo al revés por todos ansiado y consentido tiene en realidad el carnaval, Para nosotros, la segunda de las dos vertientes que configuran su inconfundible imagen es la que nos importa traer aquí el juego con agua. Juego estimulado cası hasta la exaltación en estas latitudes australes nuestras por su coincidencia con el tiempo de verano. La deformación brutal y la irracional agresividad acecharon siempre a estos juegos que asumían, por el calor y el desenfreno de la pasión, formas de verdadera batalla. La presunta inofensividad del arma empleada el agua estimulaba aún más la violencia que removía impulsos primitivos desatando las más repudiables acciones. El agua arrojada permitía por su naturaleza apreciar la magnitud del impacto logrado y sus inmediatos efectos. Con una agregada satisfacción para el sorpresivo y triunfante agresor: tras empapar de la cabeza a los pies al adversario, lo dejaba, además de vencido, en situación ridícula y humillado. Y con rabia ciega. La respuesta no se hacía esperar, el puño. o peor, un objeto contundente nada inocentemente lanzado, iba con el agua que se devolvía, al rostro del atacante. La gresca surgía con o sin pretexto. Reales o supuestos abusos o manoseos que padres, maridos o hermanos no toleraban concluían en inesperadas cuchilladas y un destripado que agonizaba en la vereda. Sangre y agua se escurrían juntas hacia el sumidero de la calle llevándose una vida.
Así era a veces el carnaval. Cosa de la que no hay que asombrarse, pues carnaval y muerte anduvieron siempre muy juntos. No hay más que leer cada año en nuestros días el trágico balance de muertos y heridos que deja el camaval de Rio. Ese desatado salvajismo en que derivaban los festejos hizo que, a lo largo de nuestra historia desde la colonia y virreinato hasta la Gran Aldea, fueran muchos los gobernantes que repetidamente los prohibieron.
El pomo vino a civilizar con su agua perfumada- agua florida -esos juegos. Jóvenes había que manejaban el pomo con la consumada elegancia de un esgrimista. En sus manos asumieron los juegos formas de torneo galante sin perder su intrínseca esencialidad, que era la de facilitar la alegre y excitante aproximación entre los sexos. Desmoronábanse en el momento barreras y diferencias, se estimulaban audacias y se toleraban iniciativas nada ortodoxas, no aprobadas en el cotidiano vivir donde todo marchaba por carriles más severos y represivos. Con el agua de pomo, al que Conrado Nalé Roxlo llamó el más evocador de los olores, se componía un lenguaje convencional que tenía claves sencillas y comprensibles que los jóvenes no necesitaban aprender. La escasa y graduable cantidad que arrojaba algo más que un rocío su clara direccionalidad que permitía apuntar al blanco elegido, era un piropo líquido y perfumado que reclamaba la atención y el agradecimiento de la feliz destinataria. Tenía algo del envío poético, de cortés reverencia, Detrás siempre habla la simpatía de una sonrisa, unos labios que decían palabras que no hacía falta oír, pues los ojos lo expresaban cumplidamente
¿Cómo olvidar en esta instancia al objeto protagonista, el pomo Bellas Porteñas, tan popular como difundido en los carnavales desde el final del siglo pasado hasta promediado el que corre? Era el pomo un envase de delgado plomo que cabía en la palma de la mano, similar a los tubos de dentífrico actuales. Venían en varios tamaños, desde el gigante número 1 al minúsculo número 8 bis. Los envolvía un papel pastoso en el que predominaba el color verde. Guirnaldas de flores ascendían por los lados de la etiqueta muy art nouvrau hasta alcanzar lo de alto, donde aleteaban dos golondrinas. En el centro se veía una fuente de fino eje y dos platos superpuestos en cuyo borde inferior jugaban los infaltables niños desnudos, propios de toda alegoría finisecular. Al pie, entre laureles, las entrelazadas iniciales del fabricante: M.A.S.
El recuerdo del agua florida, como el de todos los perfumes condenados a la fugacidad, parecen evaporarse con el tiempo. El cancionero popular rescatará del olvido a éste, “el más evocador de los olores”.
La Segunda Guerra Mundial barrió con los languidecientes restos del romanticismo de tarjeta postal que en todo este juego se encarnaba. Con ellos se fueron el pomo y el agua florida. Las abuelas y las madres de hoy las muchachas de ayer a la sola mención de esos nombres, corregían con gozoso e íntimo regocijo, “del tiempo del agua florida…”. Y con un suspiro y una picada sonrisa melancólica callaban. Todos sabían de qué se trataba.
Todo es Historia – Febrero de 1994 – Por León Tenenbaum
Milonga que Peina Canas
Allá en el tiempo del jopo,
peinao al agua florida,
cuando era linda la vida
y era mi escuela un stud,
nació mi amor por los pingos
con Stiletto y Surplice
y ese amor echó raíces
al llegar mi juventud.
Las chaquetillas famosas
dejaron en mis oídos
frufrú de tiempos queridos
que ya no pueden volver;
y hoy que tengo la cabeza
cubierta por tanta nieve,
con los hijos de Congreve
vuelvo a rejuvenecer.
Milonga que peina canas
y llora por San Martín,
Amianto, Niobe, Porteño,
Cordón Rouge y «Pipermint.
Milonga que peina canas
y ablanda mi corazón
como Old Man y Botafogo,
Rico, Lombardo y Macón.
Yo vivo con los recuerdos
de Floreal y Melgarejo,
Mouchette, Omega, Bermejo,
Mineral, Cocles o Ix
y cuando llegue la hora
de dar el último abrazo,
me iré pensando en Payaso
para morirme feliz.
Milonga que peina canas
y está llorando de pena
por Argentino Gigena
se fue sin decirle adiós;
nosotros también, milonga,
pensando en tiempos remotos,
con muchos boletos rotos,
tendremos que ver si hay Dios.
Milonga 1942
Música: Alberto Gómez
Letra: Alberto Gómez
Agua Florida
Agua florida, vos eras criolla.
Te usaban las pobres violetas del fango
de peinados lisos, como agua’e laguna,
cuando se bailaba alegrando el tango
con un taconeo y una media luna.
Perfume del tiempo taura que pasó,
pues todo en la vida ha de ser así,
cuando las percantas mentían que no
mientras las enaguas batían que sí.
Chinas
sencillas y querendonas,
que al son de las acordeonas
bailaban un milongón.
Chinas
que oliendo a agua florida
se metían en la vida
a punta de corazón.
Agua florida vos eras criolla.
De cuando una viola tocaba de prima
y otras las cuarteaban dando a las bordonas,
y un ramo de taitas era cada esquina
y la vida era linda y guapetona.
Vos eras del tiempo del gacho ladeao,
de la mina airosa anclada al bulín,
del lazo en el pelo, del percal floreao
y de la academia y el peringundín.
Tango – 1928
Música: Ramón Collazo
Letra: Fernán Silva Valdés