Yo fumaba… Cada vez que te veía, descorchaba ese paquete cigarreril de parisienes fuertes y me drogaba pensativamente sobre qué hubiese sido de nosotros dos sobre el riel de la vida deslizando ese tren sin descarrilamientos que tanto me obnubilaba.
La Telaraña del Tiempo
¿Vos sabés en qué estaba pensando por aquel entonces?
Vecinos de «al lado». Y sí… no era que vivíamos uno a lado del otro, en casas lindantes, pero… ineludiblemente te miraba el culo. Vos salías haciéndote la preocupada de quehaceres cotidianos y tus morcilleros vaqueros apretujaban esas curvilíneas físicas sobre las cuáles te empecinabas en trabajar y trabajar hasta que esas costuras de lonas pidiesen ¡por favor, ten piedad de la oveja que donó sus lanas!
Yo me fumaba un cigarrillo con mis medias rojas florecientes sobre mis ojotas y me ninguneabas como si fuese un despreciable roñoso y sarnoso en medio de una epidemia exterminadora de humanidad planetaria.
Yo seguía echando humo por mi boca arreglada por dentistas mientras exhalaba vapores onderos de amores espontáneos que sólo querían vislumbrar ese muestrario barrial sobre los cajones feriantes de la vida que nos rodeaba.
Te escribía ya sea en mi libreta de almacenero o en esos espaciosos pergaminos de papeles envolventes de quesos frescos de 400 gramos expendidos en ese mercado de a la vuelta de mi casa, cuyo feriante se sonreía también mientras te miraba tu reluciente culo.
Eras -por aquel entonces- esa doncella cuyas chispas salpicaban ese espectro inundado de oscuridades donde esas jovatas imantadas de batones y pantuflas grisáceas de antigüedad, deprimían ese terciopelo ambiental que, inmediatamente, telas esmeriles y lijas ferreteras, limaban la retina visual del que todo lo espera.
Yo fumaba… Cada vez que te veía, descorchaba ese paquete cigarreril de parisienes fuertes y me drogaba pensativamente sobre qué hubiese sido de nosotros dos sobre el riel de la vida deslizando ese tren sin descarrilamientos que tanto me obnubilaba.
Hoy te vi…. Yo iba a bordo de mi moto de alta cilindrada y justo me tocó rebotar por ese viejo barrio mío de Palermo el cual no frecuentaba desde aquella época, y te vi. Estabas rodeada de dos crecientes adolescentes -femenino y masculino- que se regocijaban con algunas críticas que les hacías mientras discutían vaya uno a saber sobre qué…
Te vi gorda, te vi nerviosa; te vi… de a ratos desubicada y a los gritos sobre el empedrado ciudadano barrial que engendra normalidades protocolares de ciudadanos comunes que todo lo pueden y asumen de cotidianidad. Pero no te percibí con esa acostumbrada realidad tuya de aquel entonces en donde ese apretujado pantalón mostraba despreocupadamente tus curvas mientras tus ojos ocultos sabían de esas miradas espontáneas de imantanidad vecinal que todo lo consideraban como una especie de naturalidad de tu Ser.
Hoy te noté con marcados surcos sobre tu rostro y esos gestos de vidas llenas de trayectorias -que no tengo idea sobre qué se han tratado- y visualicé y percibí, que esa comodidad que tanto te invadió, dio lugar inevitablemente a esa otra espontaneidad del que transita invariablemente las calles y las pinturas de las casas, las calles adornadas de modernidad terrestre, o de esos autos último modelo que tocan bocinas notorias de tiempos distintos, que ya no inducen a un sonido, a un indicio que tuvieran que ver con tu persona para que te dieses vuelta o insinuaras una pseudo-creencia que ese simple bocinazo estaba dirigido a tu diamante que ya, no brilla como en aquel entonces en donde hasta Pink Floyd dedicaba alguna de sus canciones.
Por Pablo Diringuer