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Jubilados; Miltarizados y Periodistas
Relato de Pablo Diringuer sobre el Miércoles 18 de marzo de 2025 en la marcha de jubilados con el flash en la mano
Jubilados; Miltarizados y Periodistas

Miércoles 18 de marzo de 2025… no es otro miércoles más, y mientras me permeabilizo periodísticamente con ese latente e inmediato devenir alrededor de los hechos “por venir”, saco fotos a lo que me toca en suerte transmitir en vivo y en directo…

Jubilados; Miltarizados y Periodistas
18 de marzo del año 2025…  día miércoles, una nueva marcha de jubilados al Congreso Nacional por el pedido a los diputados nacionales para que re-vean una mejora salarial tan vilipendiada y vapuleada durante años y años de vaciarles los bolsillos y favorecer a los más ricos eximiéndoles de impuestos a sus placenteras buzardas explosivas de grasas ambiciosas de angurrientas necesidades.

Mucha policía en los alrededores del edificio parlamentario plagado de cúspides arquitectónicas enorgullecidas de pormenores antiquísimos en donde el diálogo y el consenso enarboló el entendimiento poblacional de límite a límite en todas las fronteras diagnosticadas de “país”.

Mucha fuerza de “seguridad” fuera de  los perímetros edilicios del establecimiento parlamentario… y en ese aledaño exterior, robóticos uniformados de colores azules, verdes militares y beige o caquis adornan el espectro por si… las moscas imprevistas atacasen sin ton ni son ese prolijo actuar de los que todo lo dialogan en aras “del bienestar al gran pueblo salud”.

Rejas. Alambres entrelazados separadores de ese gran edificio inundado de seres que “todo lo quieren dialogar” y, en ese medio que separa enrejado el inmediato devenir de los que todo lo legislan, esa lacónica fuerza policíaca de todos los colores distinguidos aíslan e imponen ese raro paréntesis permitido entre los que pueden –por un lado-  y los que –opuestamente- necesitan imperiosamente el mínimo ápice para seguir existiendo sobre esta faz planetaria plagada de necesidades básicas de subsistencia terráquea.

Sopas y guisos de palabras encumbradas de orgullosos dialoguistas internados en ese precioso edificio de cúspides rigurosamente arquitectónicas y preciosas visuales de pormenores edilicios separados por ese tan amenazador paréntesis impostor de rigurosidad ordenadora impuesto vaya uno saber por qué o los porqué atribuidos a ese más allá obligado desde la lejanía sin anteojos.

Mundo difícil de entender para todo aquel casi chicato de interiores algo intrincado casi laberíntico si no se elucubran prácticas ineludibles de entendimiento histórico y algo entremezclados en la cotidianidad de lo acontecido como país.

Afuera sigue el cerco… adentro…  pormenores casi ininteligibles para el común de los que zarandeamos cánticos al son de diferentes batucadas y cánticos contestatarios hacia el poder represivo que siempre amenaza y abusa pero que, a esta altura de los acontecimientos, ya molesta sobremanera y escandaliza el sentimiento popular a punto de provocar estallos al por mayor… Finalmente nada violento pasa en lo referente a ese anterior miércoles salvaje y fatídico en donde un fotógrafo llamado Pablo Grillo y una jubilada de 81 años agredida por un mercenario de uniforme terminaron con cierto riesgo de vida, sobre todo el fotógrafo con el impacto de un cartucho de gas lacrimógeno explotado en medio de su cabeza por la cual hízole perder hasta masa encefálica con el obvio peligro de su vida misma.

Miércoles 18 de marzo de 2025… no es otro miércoles más, y mientras me permeabilizo periodísticamente con ese latente e inmediato devenir alrededor de los hechos “por venir”, saco fotos a lo que me toca en suerte transmitir en vivo y en directo… veo enojos en el común de la gente que arrimó su presencia en ese epicentro plagado de chisporroteos alrededor de las políticas a todo  nivel de lo que fuese pero principalmente de lo requeriente a favor del común de la gente que ya, simplemente, No puede esperar más para poder vivir mejor como se lo merece.

Desde esa insoportable cúspide del Poder, siempre se las arreglan para justificar más y más el deber esperar para… ¿para qué? ¿de qué se trata esa famosa frase tan vilipendiada: “vivir mejor”?

Periodistas, fotógrafos; camarógrafos;  servicios de inteligencia parapetados de civil; mucha gente careciente y correspondientemente enojada; fuerzas policiales, militares de prefectura  y gendarmería (¿qué carajo hacen en vez de estar en las fronteras del país?)

Todo junto, o mejor dicho todos juntos y a la espera de la inmediatez de los eventos a suceder. Y yo, empecinándome en dejar de trastabillar en lo rutinario de mi acontecer, saco como puedo esas incontables fotos, no solamente en el común en las diferentes barricadas humanas de pueblo expectante en cuanto a novedades positivas de vida, sino también el encontrar un mínimo atisbo desde ese otro lado no solamente ideológico o de clase, sino también desde ese otro sitio impensado y para nada compartido alrededor de esos ligados a Pretoria, especie de humanoides al acecho con terribles ganas de chisporrotear cabezas imantadas de cachiporras transpiradas de glóbulos bien rojizos.

Calle Alsina y Avenida Entre Ríos… enrejada hasta las bolas de una vereda hacia la otra. Sigo con mis fotos, y entre mi parafernalia periodística de lo inédito, me transformo en estatua y clickeo tras ese enrejado del otro lado permitido por las fuerzas caníbales proclamadores y provocadores de chichones. Mientras el ticki ticki de mi celular grafica hacia ese otro lado, desde ese otro lado esa línea exacta de uniformados cascarudos de pies a cabeza con amplia mayoría masculina, uno que se halla por detrás, también trata de identificar mi presencia y borrachosamente clickea hacia mi persona lo más pudiente para identificar mi Ser. Tal vez sea una manera de intimidarme, íntimamente no me interesa un carajo, y sigo con mi rollo… imprevistamente y tal vez por eso de mi insistencia de algo nuevo bajo ese sol del costumbrismo sin sobresaltos del momento, me percato que, dentro de esa casi perfecta línea uniformada militar del otro lado, un par de mujeres militarizadas ocupan sendos lugares a la par de los demás masculinos.

La hilera de los mismos contaba con alrededor de treinta uniformados, de los cuáles sólo dos eran femeninas.

Comencé a decirle a una de ellas frases no insultantes, sino esas bien surgidas de mi interior y siempre ligadas a lo esencial dirigidas de un hombre hacia una mujer… Es que… estaba buena la guacha uniformada y con ese casco que no me terminaba de dar la fehaciente prueba de su belleza acartonada dentro de esa especie de escafandra identificada como “casco”, inevitablemente me generaba la incerteza de bello rostro.

Algunos pegados a esa especie de alambrado insultaban espontáneamente a todos aquellos que chapeaban de uniforme… si bien en mi interior compartía la masividad en cuanto a la disconformidad de las políticas del gobierno que hambreaban una vez más al conjunto del pueblo del cual yo también formaba parte, distantemente me surgió indagar hacia ese otro lado que tenía más que ver con esa espontaneidad de los que respirábamos comúnmente sobre la faz planetaria. ¿Podría suceder algo de mi parte, desde el punto sentimental para con una femenina proclive al garrote como “palabra correspondiente” para con alguien de otro palo?

Obviamente un absurdo; yo, periodista, y la de polleras flexibles al viento, pero almidonada de botas, chaquetas y hasta algún casco brilloso de robóticos gestos… imposible de mi parte.

Sin embargo, y a propósito de mi inexperto accionar al respecto, dejé llevarme basándome en mi instinto masculino al azar y comencé a mandar frase espontáneas de varón a la marchanta: -Si veo tu cabello suelto tras el casco –le dije en voz alta- soy capaz de dejarme pegar un flor de coscorrón de tu parte –le reiteré ambicionando alguna respuesta-

Los demás chabones en la fila miraban hacia cualquier lado y no me daban ni cinco de pelota, es más, hasta me daba la impresión que casi no decían una palabra y si la decían era para putear de aburrimiento.

Yo seguía con mi celular enfocándola a ella, y si bien era por demás inconcebible que obtuviera algo de algo de su parte, seguí con mi provocador rollo:  -Se te nota en tu cara que no te va para nada estar aquí en medio de toda esa manga de bagartos que siempre te hablan de lo mismo todo el tiempo, hasta me brota el saber que te gustaría estar en una gran bailanta transpirando la cumbianchera que sea con tal de echarles flit a todos esos giles que te deben querer apretar todo el tiempo y vos… Ni onda…

Mientras le seguía mandando cualquier surgimiento de mi insolente accionar, el cascarudo que circulaba por detrás de la hilera, seguía con su cámara de fotos y me enfocaba más y más en su accionar. Lógicamente, daba la apariencia de ser algo de jefe o superior mandamás, y su excelente cámara filmadora y/o fotográfica seguía registrando todo mi accionar, y como no tenía ningún obstáculo para obtener las imágenes, también, del mismo modo, yo podía observar su adusto rostro a propósito de mis dichos.

Tiempos femeninos. Los tiempos opuestos al mío como género, estaban por demás, más que bien definidos en la actualidad, y yo lo sentía con absoluta evidencia; cada palabra que me surgía en decirle, estaba bien enmarcada en esa inmediatez cotidiana para con ellas en donde, nada machista ni con un doble sentido acosador debía enmarcarse como ninguna imposición del “sexo más fuerte”. Obviamente, lo surgido de mi parte no perseguía en absoluto semejante dislate y hasta de a ratos, ante cada frase de mi espontánea creatividad para con ella, notaba cierta y tenue sonrisa tras la visera del redondo casco que la enmarcaba.

-Y sí… -continué con mis dichos hacia ella- no creo ser ningún Borges ni Cortázar ni menos que menos un Neruda en su apogeo, sin embargo, al lado de todos esos robotitos que te rodean muy probablemente mis aterciopeladas palabras transpiran caricias para vos…

Yo me escuchaba a mí mismo lo que le decía y hasta me surgía auto convencerme del viaje en el que estaba invadido por fuerzas casi marcianas que tal vez apelaban a ese instinto básico del que escribe y escribe una novela de turno espontánea. De a ratos, y sin discontinuar mis frases, ella con la visera totalmente levantada dejaba ver sus gestos y hasta de a momentos no disimulaba cierta sonrisa sin labios pintados y dientes bien pero bien blancos.

Luego de unos casi quince minutos durante los cuáles, otra gente a mi lado -que no paraba de insultar a esa hilera de uniformados- se fue retirando hasta prácticamente quedarme solo y ella podía percibir limpiamente mis frases y gesticular con más evidencia la recepción de mis mensajes.

La otra femenina en la hilera se hallaba más hacia la punta izquierda y solamente atinaba a cruzar algunas palabras con otros cascarudos, y mientras mi inventiva ya me surgía de manera más raleada, el insoportable milico que se hallaba detrás de todos con su molesta cámara registradora de mi persona insinuó acercarse hacia mi presencia y detuvo a la mitad del trayecto para darme una orden casi frente a frente: -Siga insultando a las fuerzas del orden –me dijo prepotentemente- ya lo tengo todo de su persona, será citado a brevedad por una causa judicial abierta en su contra por dificultar la tarea de las fuerzas de seguridad; ahora retírese si no quiere ser detenido a partir de este instante.

Yo sonreí una vez más, aunque no con la intención de llegarle a ella, sólo atiné a retrucarle su impaciente y autoritaria orden: -La cosa no es con Ud. Ni con las tortugas masculinas de la fila, la chica que está justo en el medio percibió notablemente mis acarameladas frases para con ella, tiene un linda mujer entre sus filas…

El ogro mandamás parecía haber recibido un insulto de mi parte y hasta noté su descontrol hacia mi comentario, luego esputó su enojo con la subsiguiente frase: -Mirá pedazo de boludo, no te metas con ella que es más que una compañera del orden, tomátelás que en cualquier momento te mando algún servicial amigo y…  ¡fuiste!

La mayoría de los asistentes  a la concentración de los jubilados  se fue desconcentrando, casi la hora 18, me encontró una vez más con la mente pensativa del trabajo pertinente y logrado aún a pesar de los avatares surgidos del intrincado accionar de las fuerzas represivas, a pesar de ello me llevé de inesperado “obsequio” la sonrisa de una tortuguita femenina que en el medio de caras agretas vislumbraba cierta complacencia hacia mi periodismo casi sentimental.

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