NEW YORK CITY, ahí en la avenida Alvarez Thomas y no me acuerdo cuál otra, me negué bastante tiempo en asumirme como un simple pato a navegar algún rato en esa laguna lluviosa de fuentes refrescantes de pegajosos momentos ex vividos…
Ciégamente un Amor (¿Y Katjia y Polo?)
Decir cosas a través de este circuito lleno de malabarismos… ¿A quién o por qué y para qué?..
Miles de millones de personas hablan y hablan y dicen… pareciera ser o suceder que la necesidad de intercalar comunicaciones desde ese ángulo impresionante en esos 360 grados giradores de dichos sólo persigue el saber fehacientemente a dónde uno está efectivamente parado en la vorágine participativa en el mundo circundante.
El silencio -por un lado- y ese ruido de palabras –por el otro- abrumadoras de frases contemplativas y disruptivas a todo volumen de ganas casi impacientes en abrir ese dique plagado de sapiencia circunstancial y contestataria fluyente de espontaneidad. Todo junto -o casi- en ese Ser lleno de pormenores inherentes en lo que tiene que ver notoriamente con esos rasgos inundados de Personalidad.
No es para nada fácil enamorar-enamorarse de alguien y, del mismo modo, ser correspondido.
Los jóvenes tenemos esa primera llave brillosa de girar esas vueltas novedosas para con esa cerradura recién ajustada bajo el picaporte de la Vida, y vaya que Sí, esa recontra agradable situación que hasta nos sobrepasa en la inédita sensación exaltable en seguir y seguir.
Y entonces la aparición pielera de los relojes y ese cicatrizador chamuscado de auge constante que inevitablemente inundará la inevitabilidad de los espejos. Cruda sensación que sólo nos alivia el gotero paulatino en las dosis sucesivas a los que nos termina aclimatando y acostumbrando.
¿Qué hago? Me dijeron que esa crema es más que buena para “mentir”… ¿funcionará?… má sí, total este vidrio reflejador de la insolente realidad pincha como siempre y yo, yo simplemente soy uno más en medio de la multitud que, si bien dice, a nadie le importará un gramo de surcos más o surcos menos en mi rostro amarillo de almanaques.
NEW YORK CITY, ahí en la avenida Alvarez Thomas y no me acuerdo cuál otra, me negué bastante tiempo en asumirme como un simple pato a navegar algún rato en esa laguna lluviosa de fuentes refrescantes de pegajosos momentos ex vividos… y sí… difícil evitar el contagio sobre todo en ese ton y son salpicado todo el tiempo no bien se traspone el cortinado circunspecto previo ticket boletero y en la penumbra rociada por esa música movimientera de piernas y eléctricas multifurcaciones erizadas de ganas, todos nos parecemos bonitos y plagados de pieles vírgenes experimentados de ganas de sentir aquello que ya… nos hicieron añorar…
Pero tras esa puerta ese mundo gira para cualquier lado y eso, eso hace sonreír y luego de ese virtuoso vaso de alcohol transparente, todos, absolutamente todos salimos en las tapas de las principales revistas de moda y actualidad y nos firmamos dedicatorias y autógrafos para los que nos quisiesen recordar en los próximos cuarenta y siete siglos.
Bee Gees; Foundations; Aretha Franklin; Lionel Ritchie; Donna Summer; Rod Stewart; Barry White y qué sé yo, algún Beatle o Stone esporádico reaparecen lujuriosos de desparpajo.
Se acaba casi de manera instantánea el tocar timbre… tal vez el Sí para todo intercambio relacional, fluye porque… qué sé yo, tal vez porque la mutualidad de los presentes ya intuimos –por no conjugar el verbo experimentar- el no versear de abismos indeseables ni excusas insondables de realidad.
Siempre me atrajeron las mujeres delgadas, sin embargo, en ese extensa barra donde todos los apoyadores de codos cuchichean amenamente y sonrisales gestos, luego de algunos pasos contagiosos sobre alguna pista brillosa de luces, un paréntesis me hace recalar sobre la barra justo al lado de una mujer pintarrajeada algo excesiva en su peso y mientras la observo de reojo ella me sonríe y yo le correspondo. Ella levanta su vaso de whisky y me sugiere un brindis. Yo ya estaba en mi segundo trago y no tuve ningún empacho en chinchinear el mismo. Ella no deja de sonreír y casi automáticamente esgrime sus primeras palabras hacia mí: -Me llamo Katjia… con una jota después de la “t”.
Nos miramos con detenimiento y le respondo con el mío, a lo cual ella me dice que le gustaría llamarme “Polo”. Yo me había quedado pensando en su nombre y sintetizaba en que el suyo era poco utilizable a mi modo de ver y que solamente recordaba el de esa mina que décadas atrás hubo de trascender por su arte y que se llamaba Katjia Alemán, y que si bien pensaba que todavía debería de respirar en lo suyo por alguna parte, sólo había revivido dentro de mi Ser el hecho de sentir ese nombre de pila frente a esa rellena mujer brillosa de labios rojos.
Hablar con ella durante un tiempo considerable hízome tomar conciencia que si bien la penumbra ambiental diversificaba mi sentir hacia las femeninas algo rellenitas, también me resultaba extraño en mi persona ese accionar aceptable in crescendo, sobre todo cuando en un tema musical lento de Tina Turner, Katjia me tomó de la mano y me llevó al medio de la pista y en ese tete a tete me sentí como un baboso con su caparazón y ni se me cruzó para nada ese precepto sobre mi gusto exaltado de delgadez femenina, al contrario, Katjia puso sus labios sin tocar los míos como frente a un espejo, situación que no me banqué y abalance los míos sobre su rojizo rouge tras lo cual su whisky mezclóse con mi ginebra y los sonidos de Tina Turner por un instante silenciaron el chimichurri de nuestras lenguas.
Abrazarla a ella tras más y más sonidos musicales confraternizó con mis inéditas ganas de valorar esa absolutamente nueva instancia alrededor de mis gustos masculinos sobre Ellas. Había comenzado a presenciar dentro de mi ser un nuevo habitáculo en mi sabor hacia ellas, lo cual me tenía sobresaltado en mi cotidiano accionar. Si bien no hubimos de pasar la noche juntos, arreciaron en mí, ganas cibernéticas celulares de mandarle alguna y la primera fue: -No sos Katjia Alemán; sos Katjia Argentina y es la que me va con todas las ganas…
Ella se cagó de risa con todos esos dibujitos de celulares y hasta se despachó con algún corto llamado hablándome con voz de dormida o de recién levantada de la cama en donde además, agregó el “me hubiera gustado quedarme con vos hasta ahora”.
Y yo… excitado como hacía tiempo no me sucedía sólo ofrecía inmediatos encuentros y mi abrazo telefónico resultaba ser a la mejor silueta juvenil actual de mi existencia.
Veintisiete minutos exactos marcó el celular hasta el click final de la conversación, luego de lo cual no pude dejar de pensar en ella. ¿Algo nuevo me estaba pasando con alguien que jamás hube de suponer? ¿Habré sido muy boludo en desechar durante mucho tiempo esa estúpida disposición de mi parte?
Cuando nos volvimos a encontrar, luego de casi de una semana de presentirnos telefónicamente, pasó de todo, de todo lo bueno, lo que sí hubo de suceder casi inmediatamente fue el hecho de juntarnos en un lecho matrimonial y hasta en ese momento de desesperación se impuso un telo así, casi al azar sobre una calle cualquiera previo anticipo de un kiosquito de revistas al cual le consultamos riéndonos al unísono. Y sí Katjia tenía unos rollitos demás, y no me importaba un carajo, su rostro gemía con unas ganas envolventes de y hacia mi persona y yo, yo viajaba escuchando sus dichos acompasados de palabras arrastradas de placer, hasta me costaba quedarme a un costado luego del coito, me re-agradaba situarme arriba de ella y que siguiera diciéndome cosas, cualquiera que me tuviese presente en sus ganas.
Katjia y Polo; Polo y Katjia –solía decirme de manera seguida, y yo, la tomaba de la cintura.
Mi vida hubo de cambiar drásticamente por aquel entonces; de pasar casi tres años de deambular en el anonimato sentimental, a divagar pensando en una mujer sobre la cual, de entrada jamás hube de predestinar algún llamado al genuino sentimiento. Y en lo que tuvo que ver con el inevitable entorno de cada uno de nosotros previo al conocernos, obviamente, sucedió el hecho de conocer y agregar alguna de la relaciones devenidas de ambos antes de la construcción relacional; así pues, conocí algunas amigas y hasta una hermana de ella así como también ella conoció a dos de mis grandes amigos Lems y Rafca quienes se sorprendieron –aunque no dijeron nada- por la figura de Katjia.
Contrariamente a lo que generalmente sucede en las relaciones de pareja en donde poco puede modificarse durante el noviazgo, y me refiero al aspecto físico de cada uno, pude percatarme de parte de ella, que comenzó a cuidarse en las comidas además de muy esporádicamente consumir alcohol. De mi parte hube de seguir más o menos en la misma pues si hacía quince años que tenía el mismo talle de pantalón era muy poco probable que modificara imprevistamente mi apariencia física de la misma.
Katjia comenzó a bajar de peso de manera bastante rápida y hasta hubo de agregar el hecho de casi ser vegetariana además de ir dos veces por semana a un gimnasio que le quedaba a dos cuadras de su domicilio. La cuestión que, luego de casi ocho meses de esas sorprendentes situaciones, Katjia debió comprarse pantalones casi tres talles más chicos.
Ya no era absolutamente como antes, si bien a mí no se me cruzaba en absoluto el hecho de prestar atención sobre si alguien la observaba o decía algo sobre la mujer que me acompañaba, para mí Katjia seguía siendo mi enchufe eléctrico hacia el trueno sentimental y ella seguía junto a mí como el primer día.
A los poco más de dos años de estar juntos, tal vez el acostumbramiento o la aparición de “normales” diferencias de criterio sobre algunos temas que para mí, no deberían trastocar básicamente la relación, comenzaron a aflorar y por qué no a considerar y preocupar sobre todo a mi persona.
En las relaciones de pareja y por experiencia propia, siempre pueden ocurrir alternadamente distanciamientos y acercamientos, por ende, lo sucedido entre ella y yo siempre era subsanable, motivo por el cual y ya, acompasados por una terapeuta de parejas, hubimos de frecuentar la misma durante varios meses en donde siempre me iba de la misma con el sinsabor en concreto de ninguna certeza; aunque luego de la misma ella mostrara melodiosas palabras para conmigo, inevitablemente aparecían en mí dudas inconclusas que nublaban mi cielo.
Ella se había puesto bárbara con su físico y el gustaba sobremanera salir juntos y que la observaran… Yo no era celoso para nada, y hasta me sonreía íntimamente cuando notaba sobre ella miradas indiscretas, es más, hasta mis dos amigos Lems y Rafca me jodían con el físico de Katjia, y se daban el lujo de decirme: ¿Cambiaste de novia?
La terapia de pareja llegó a su fin, y no porque hayamos consensuado algún término con la terapeuta, sino por otro hecho determinante que apareció de manera torrente y arrasadora.
Ella, luego de más de un año de gimnasio constante, tenía un figura exultante, estaba re-bonita y sus nuevos talles pantaloneros mostraban más y más su cúspide de cantos. Desde aquel entonces en la barra del New York City hasta esta actualidad que nos incumbía hubo de suceder prácticamente todo de lo bueno, hasta podría decir esos contados meses de terapia conjunta nos dio cierta transparencia en el sentimiento inconcluso, sin embargo, como suele decirse, “la vida te da sorpresas”.
Día viernes sugerente fin de semana en ciernes, decidí caerle de improviso por su domicilio a la hora en que ella suele volverse del gimnasio. Dos cuadras de distancia del mismo, camino inevitable de mi parte el pasar por ese sitio deportivo y desde la vereda de enfrente, ella conversando muy amenamente con tal vez uno de los profesores del mismo sonriendo ambos terminan despidiéndose con un pequeño toque labial conjunto que clavó multitudes de estiletes primero, a través de mis pupilas; luego, el exprimido latir en mi lado izquierdo aceleró exacerbadamente mi tetilla.
Ruidos de bocinas automotoras dispersaron mi presencia, ya era muy poco probable el abrazar una buena silueta así como tampoco ningún rollo desactualizado y de vieja data.
No podría decir que dormí plácidamente… ¿acaso pude hacer algo al respecto?
Día sábado cercano de mediodía, suena ella dos, tres veces la musiquita de mi celular… No tengo ganas, no, de sus rollos físicos –porque ya no los tiene- y menos que menos de sus rollos mentales… no sé por qué me comporto tan expeditivo al respecto, tal vez porque me siento grande como para bancarme cosas, situaciones que me recuerdan momentos adolescentes de… netamente vieja data, no me surgen ganas de nada al respecto…
Algo les conté a mis dos eternos amigos; Lems me trató de convencer de tener alguna conversación para con ella; Rafca me dijo que solamente la escuchase para mandarla bien a la mierda a “esa exgorda”…
Luego de casi dos meses mis amigos suelen penetrar elucubradamente en las peripecias nocturnas de Palermo… dicen haber encontrado un nuevo sitio plagado de… “gente adulta entrada en años”… luego sonríen e invitan quizás acompañados ellos… no obstante Lems me aclara: -Hay una tercera que está suelta… es un poco gordita…
No le contesté… es muy probable que mi gesto lo hubo de decir todo.
Por Pablo Diringuer