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Pocas veces una sigla fue tan perdurable en la memoria colectiva como ésta. Se trata de la Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil
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Pocas veces una sigla fue tan perdurable en la memoria colectiva como ésta. Pocas veces cuatro simples letras representan tanta historia de lucha para aliviar el sufrimiento del prójimo. Sobre todo, cuando hablamos de los chicos. Se trata de la Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil (ALPI).

Si bien su momento de mayor responsabilidad social fue durante la terrible epidemia de poliomielitis de 1956 en nuestro país, su existencia es bastante anterior.

Corría el año 1943 y el planeta estaba virtualmente incendiado por la Segunda Guerra Mundial que abarcaba todo el globo. Argentina fiel a su tradición pacífica, se mantenía neutral como ya lo había hecho durante la Primera Gran Guerra. Era entonces una nación escasamente desarrollada en el terreno técnico – científico, condición agravada por el conflicto, que limitaba las importaciones más elementales. Se trataba de un país que necesitaba importar casi todo. Con escasa intervención del Estado en la cosa pública, la salud no era una excepción. Pasarían algunos años hasta que se implementaran políticas sanitarias masivas y planificadas.

Pero en 1943 un grupo de padres de víctimas de la poliomielitis encabezados por el doctor Marcelo Fitte, un cirujano que trabajaba en hospitales públicos y se fue especializando en las secuelas de la terrible enfermedad y la posterior rehabilitación de los pacientes, acordaron agruparse en una entidad que organizara la lucha contra el mal, así nació ALPI el 17 de diciembre de 1943.Vale recordar que un año antes se había registrado en nuestro país, un brote de poliomielitis importante y en 1943 aumentan los casos, también en algunas ciudades importantes del Interior. Se trata de una enfermedad viral muy contagiosa; el vector puede habitar en la materia fecal, los alimentos o el agua. Ataca en particular a niños y niñas pequeños. De los intestinos puede desplazarse al sistema nervioso y desde allí provocar parálisis total o parcial y hasta la muerte. No existían vacunas, sólo se podían aplicar medidas preventivas.

Así las cosas, en el año 1955 en Estados Unidos se informa que el doctor Jonas Salk había creado una vacuna que podía contener la “polio”. De allí hasta que existiera un nivel de producción importante como para comercializar en todo el mundo, podía pasar mucho tiempo. Pero la enfermedad no esperaba y es así que en 1956 se registra el brote más importante de polio de nuestra historia sanitaria.

El desconcierto ganó a las autoridades, ya que no acompañaron informando debidamente a la población sobre el drama que se estaba viviendo y que nadie sabía cuándo se frenaría. Salvo la advertencia que se estaba frente a un “brote agudo” de la enfermedad y las cifras diarias de contagiados siempre en aumento, al principio no hubo mucho más. En marzo el gobierno de facto pasa a la ofensiva y dispone la importación de gama – globulina para comenzar a aplicarla a los más chicos, como prevención. Se abren nuevos centros de atención porque los hospitales metropolitanos no dan abasto. También se comienza a comprar pulmotores en el exterior. Cuando aumentaron los casos, la gente se lanzó a luchar contra la epidemia con lo que pudo: pintar con cal, cordones y paredones; bolsitas con alcanfor colgadas al cuello de los chicos y otras medidas caseras inútiles frente al temible virus. Los vecinos colaboraron con la Municipalidad porteña intensificando la limpieza de las calles y erradicando basurales. En ese contexto, ALPI ingresó al combate coordinando tareas y realizando gestiones para acelerar la obtención de vacunas. Fue fundamental su experiencia en rehabilitación de las pequeñas víctimas, ya que la gran mayoría de los enfermos tenían entre cero y cuatro años, aunque se registraron casos de adolescentes y también adultos. Junto a innumerables actividades solidarias populares para recaudar fondos, comienzan a circular las alcancías azules de ALPI portadas por actores famosos como Nathán Pinzón, Olga Zubarry y otras; hasta los chicos aportan lo suyo caminando con las pequeñas alcancías. En unos meses la epidemia comienza a ceder, pero el balance es terrible: 6.500 contagiados, diez por ciento de fallecidos y unos 2.500 sobrevivientes con secuelas que pueden llegar desde discapacidades leves a severas, hasta la parálisis total.

En primavera comienzan a llegar las primeras dosis de vacuna Salk. ALPI enfrenta entonces, una tarea titánica: rehabilitar con los recursos de la época a todos los afectados que recibe. Los tratamientos pueden llegar a ser muy largos y además de prótesis, ortopedia de apoyo y otras especialidades, requieren mucha paciencia por parte del personal médico, auxiliar y de los pacientes. Por ello la contención emocional y el afecto, siguen siendo en el siglo XXI elementos esenciales para la entidad.

Pasado el pico de la enfermedad, ALPI continúa recordando a nuestros compatriotas que la lucha no terminó. Un cartel con la fotografía de un chico muy triste expuesto en el transporte público y estaciones ferroviarias, invitaba a la reflexión: “La parálisis infantil no termina cuando termina la epidemia. Quedan sus víctimas involuntariamente arrancadas a la existencia normal, inhábiles e indefensas, que reclaman ser recuperadas para una vida útil y feliz” (1).

A la vacuna inyectable de Jonas Salk, siguió la de Albert Sabin; vacuna oral que se brindaba hasta en las escuelas, ya que se trataba de unas gotas usada a nivel mundial desde 1961.

Si bien la enfermedad fue remitiendo y merced a las campañas masivas de vacunación nuestro país fue la primera nación latinoamericana declarada libre del flagelo, nunca desaparecieron totalmente los casos. No obstante, la experiencia, el material e instalaciones acumulados por ALPI, sirvieron para atender también a pacientes de accidentes de tránsito, laborales y otros con problemas motrices, que requieran rehabilitación.

En 1966 ALPI contaba con 24 centros en todo el país y con benefactores con cuyos aportes, la institución podía sostenerse y brindar sus prestaciones. Pero desde la década de 1990 en que comienza a atender también obras sociales, aparecen los problemas financieros hasta que en 2001 en el marco de la fenomenal crisis económica que padeció la Argentina, muchos de sus principales aportantes retiraron su apoyo. Pero la histórica entidad pudo seguir adelante y hoy está definida como un Centro de rehabilitación neuromotriz, dedicado al diagnóstico y tratamiento de patologías derivadas de accidentes, lesiones o enfermedades. Brinda sus servicios en las modalidades de internación, hospital de día y consultorios externos. Una de las máximas aspiraciones de sus integrantes es que algún día se concrete un Instituto de Rehabilitación Pediátrico y en el mientras tanto, es muy importante que ALPI siga contando con socios benefactores.

Su Sede Central está en Soler 3945, y también cuenta con instalaciones en Guatemala 4445 y Salguero 669; todas en CABA.

La memoria popular cuenta con un amplio registro de momentos dramáticos vividos y los nombres de personas e instituciones que estuvieron a la altura del desafío: ALPI es uno de esos nombres que no hay que olvidar.

1) Buenos Aires Vida Cotidiana en Década del 50 – Ernesto Goldar –Plus Ultra – 1980

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