A fines de 1993 el presidente Carlos Saúl Menem no ocultaba que aspiraba a cumplir un nuevo mandato presidencial, pero enfrentaba un formidable obstáculo: la Constitución Nacional exigía que el aspirante debía dejar transcurrir por lo menos un mandato completo para pretender ser elegido nuevamente. La Asamblea Constituyente que debía reunirse para considerar la reforma de la Carta Magna, sería integrada por representantes elegidos por el voto de la ciudadanía; la convocatoria a ésta elección surgiría de la sanción de una ley consensuada en el Congreso Nacional. Para recorrer con éxito ese complicado camino parlamentario, era indispensable que Menem contara con el apoyo del radicalismo, la principal fuerza de oposición; sólo con ese acuerdo sería posible incluír en la Constitución reformada, la reelección presidencial.
El conciliábulo entre Menem y Raúl Alfonsín, presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, se registró en la residencia presidencial de Olivos y pasó a ser conocido popularmente como El Pacto de Olivos, que permitió a Carlos Menem gobernar durante una década.
Los puntos centrales del acuerdo fueron: reducción del mandato presidencial de seis a cuatro años con la opción a aspirar a otro período; incluir un senador más por provincia, por la oposición y ampliación de la Corte Suprema de Justicia de seis a nueve miembros. La cláusula ineludible fue comprometer a los legisladores radicales en la aprobación de la ley que convocaría a Constituyentes.
Para obtener de su partido la confirmación de lo acordado con Menem en Olivos, Alfonsín convocó a una convención partidaria. La misma se reunió en la ciudad de Santa Rosa (La Pampa), el sábado 4 de diciembre de 1993. Por primera vez en muchos años, los radicales llegaron a ese plenario con un importante disenso interno con respecto al tema en consideración.
El debate se inició en hora de la mañana y se extendió durante 12 horas; en el mismo abundaron las chicanas y las acusaciones y el duelo de consignas sirvió de marco a los oradores que para defender sus respectivas posiciones, se sucedieron a lo largo del día. Cuando el doctor Alfonsín comenzó a exponer sus argumentos, gritos hostiles provenientes de la barra anti acuerdista, obligó a los seguidores del ex presidente a intervenir:
“Alfonsín, Alfonsín”
Cántico que fue replicado por los opositores:
“Se vendió, se vendió.”
El apoyo luego fue ampliado por el tradicional:
“Raúl querido; el pueblo está contigo.”
Los estribillos de desagravio al jefe radical remontaron hasta la añoranza por el poder perdido:
“Volveremos al gobierno
de la mano de Alfonsín”
Pero lo más duro del combate verbal aún estaba por librarse. Cuando le llegó el turno al ex líder juvenil Luis “Changui” Cáceres, su arenga pro pacto fue opacada por un cántico descalificador:
“Alerta, alerta,
alerta que camina;
el changuí – menemismo
por América Latina.”
Cuando el bonaerense Federico Storani cargó contra el planteo de la reforma, debió soportar durante todo su discurso la hostilidad de los alfonsinistas:
“Un minuto de silencio
para Freddy que está muerto.”
Cantaron poniendo en duda la representatividad de Storani, los muchachos de Alfonsín. Pero el ataque se hizo extensivo a otro notorio opositor al pacto de Olivos, Juan Manuel Casella:
“Salta, salta, salta,
pequeña langosta;
Freddy y Casella son la misma bosta.”
La réplica de los “Freddy boys” no se hizo esperar:
“Alfonsín y Menem
son la misma bosta.”
Contestaron con la misma melodía.
Finalizada la agotadora jornada y silenciada la batalla verbal, los números fueron elocuentes:
Raúl Alfonsín obtuvo el aval de la Convención partidaria por casi un 70% de los votos de los convencionales. En 1994 se reformaba la Constitución Nacional y en 1995 Carlos Menem lograba la reelección por otro mandato.
Libro Cánticos Populares – Roberto Bongiorno – Editorial Biblioteca Nacional – 2015