Las batallas épicas nunca fueron ajenas a Logan, un mutante con la capacidad de regenerar cualquier herida que le infrinjan. Su esqueleto está recubierto de adamantium, el metal más resistente en todo el universo Marvel. Su mutación también le otorgó tres garras en cada mano, que salen de sus manos, desgarrando la carne cada vez. Como dijo la primera vez que lo vimos en X-Men (2000) cuando el acero rompe los músculos y la piel entre sus nudillos, pese a que se cura de inmediato, siempre le duele.
También batalla con un pasado que su memoria es incapaz de recordar. El violento proceso al que fue sometido para conseguir la armadura ósea terminó con Logan recibiendo un balazo en la cabeza que, pese a haberse curado en su momento, le quitó los recuerdos de su vida pasada. Aquel rompecabezas incompleto le amargó aún más su hosco temperamento. Sabe, internamente, que hay demasiadas cosas que no sabe porque, para colmo de males, envejece muy lento. Ha transitado todas las guerras habidas y por haber, ha visto morir seres queridos, ha formado parte de un extraño grupo de superhéroes. Ha amado y perdido.
Wolverine, su alter-ego, siempre fue menos importante que Logan. Aquella nomenclatura le fue dada—de forma ridícula en X-Men Orígenes: Wolverine— por una mujer en la cual confió, pero que terminó traicionándolo. La vida cuasi nómada que eligió siempre lo encontró vestido con ropas sencillas, las que prefiere antes que los típicos trajes propios de las historietas. El eterno cigarro encendido entre la comisura de sus labios parece ser su compañía ideal, pese a que siempre termina aliándose con alguien.
Está maldito, por su mutación, por la aparente inmortalidad que ostenta, porque no consigue la paz de la muerte, porque siempre hay alguien que necesita que lo salven y él, estoico, persiste, a regañadientes, pero persiste.
En su tercera aventura cinematográfica en solitario nos encontramos con un Logan en donde todas las tragedias personales se han elevado al cubo. Los años parecen haber ganado terreno en su físico que aún exhibe una musculatura imposible, pero sus heridas ya no se curan a la misma velocidad. Los balazos que recibe terminan cerrando, más ya no hay inmediatez en el proceso. Su frondosa cabellera se ha teñido de blanco en las sienes. Tampoco tiene la visión de antes. Las etiquetas de los medicamentos se le hacen borrosas, y, ante varias equivocaciones, no le queda más opción que comprar unos lentes de lectura.
El otrora héroe vestido en cuero, majestuoso a la hora de ejecutar carnicerías con sus enemigos, ahora maneja una limusina en un mundo post apocalíptico que se ha olvidado de la existencia de los salvadores con poderes. Su trabajo es sobrevivir, juntando cada moneda para comprar un barco humilde. Quiere irse al medio del mar, en donde nadie pueda encontrarlo. Busca la paz para él y para el Profesor Xavier, que ha quedado un poco loco después de un incidente en el cual sus poderes se descontrolaron y provocaron una masacre. Es un paria vestido de traje y corbata, que no quiere salvar a nadie más.
Al costado de su limusina se calza los anteojos recién comprados en una estación de servicio. Se ha olvidado de quitarle la etiqueta, que cuelga a un costado en una de las patillas. La estampa de hombre avejentado se termina de conformar. Si la película se hubiera filmado en Argentina, probablemente la canción El Viejo, del querido Pappo, habría ilustrado a la perfección la introducción.
Yo soy un hombre bueno, / lo que pasa es que me estoy viniendo viejo;/ trataré de hacer las cosas a su tiempo, / o si no le daré importancia al cuerpo, oh no.
Logan, dirigida por el gran James Mangold —que se encargó de la quinta entrega de Indiana Jones— es uno de los mejores films de superhéroes porque muestra una evolución en el género. Esta es una historia crepuscular, como aquella obra maestra del western llamada Los Imperdonables, que estuvo a cargo del genio Clint Eastwood. El paisaje es deliberadamente desértico. Estamos en el futuro, pero la tecnología es apenas evidente. Un brazo robótico por aquí, algún vehículo con diseño elegante por allá, y poco más. Cada centímetro de los escenarios está cubierto de polvo. Logan vive en una vieja fábrica abandonada junto con Xavier y Caliban, un mutante albino que no puede estar al rayo del sol y que, por alguna razón, terminó formando parte del imposible trío miserable. Luchan cada día por sobrevivir, por permanecer ocultos bajo el radar.
Su único anhelo es escapar de un mundo que les ha dado la espalda pese a que lo salvaron incontables veces.
La rutina parece inalterable hasta que aparece Laura, una niña mutante con los mismos poderes y temperamento que Logan. Es indudable que ambos comparten algún tipo de vínculo, pero el viejo Wolverine ya no cree en entelequias. Laura quiere llegar a un paraíso en donde los de su especie pueden vivir a salvo de las persecuciones humanas. Sabe de su existencia porque lo leyó en unas historietas de los X-Men.
En este universo, los superhéroes existieron, pero se extinguieron. Sus aventuras se convirtieron en material para que escritores y dibujantes se inspiren. El meta-mensaje se expone con todo esplendor en una escena en donde Laura le muestra un cómic a Logan, y él le retruca que la mitad de las cosas que ella leyó en aquellas viñetas sucedieron, pero no de la forma que se retratan.
La película que adapta un cómic muestra a un cómic que adapta las aventuras ficticias. Los héroes del pasado, al menos los que quedaron, no recuerdan aquellas correrías en pintorescos trajes ceñidos al cuerpo como gestas dignas de ser contadas. Logan nos dice que la perspectiva del tiempo ha ubicado las cosas en su lugar, y que de la única manera que sus batallas se puedan considerar heroicas es si se filtran por la imaginación de los artistas.
Logan debe salvar a la niña y, en el proceso, debe encontrar la salvación para su alma. En la película anterior, la infravalorada The Wolverine, el director dejó escurrir una premonición que se cumple, con exquisita poesía, en el tercer acto de este film. La acción se mezcla a la perfección con el drama, en una historia repleta de tragedia y, sobre todo, reflexión sobre un género que muchas veces parece rozar el agotamiento. Este largometraje parece hablarle a una saga que tuvo altibajos y elige, de forma deliberada, bajar el tono épico, hacer foco en las consecuencias que tendría un superhéroe tras décadas de trenzarse a golpes de puños con enemigos imposibles, y nos habla sobre la humanidad de personas que son más que humanas.
Hugh Jackman da una performance digna de todos los premios que, por supuesto, no le otorgaron, porque el género de superhéroes parece ser mala palabra para los intelectuales que diseccionan películas como si se tratara de una ciencia exacta. Su Logan es tan brutal como tierno —a regañadientes— y en cada plano parece exhausto, agotado de una vida que no eligió. Su maldición está a flor de piel, se le escapa por las heridas llenas de pus que ya no sanan como antes. Ni siquiera tiene la energía de siempre, y hasta necesita una droga para tener un último plus de vitalidad en esta tercera edad superheróica… quien quiera ver una metáfora es más que bienvenida.
Dafne Keen debuta en el cine de superhéroes como la increíble Laura, una fuerza de la naturaleza que no necesita muchos diálogos para equiparar el carisma de Jackman en pantalla. La niña brinda una actuación categórica, en donde la destreza física se amalgama a la perfección con el drama inherente a la historia.
Los videos de la audición que tuvo junto a Jackman prueban que la pequeña actriz estaba destinada a ser la co-estrella de Logan, y pueden encontrar ese material en Youtube.
Patrick Stewart le da vida a un Profesor Xavier casi demente, arruinado por los años, condenado a pasar la mayor parte de sus horas en una cama, tomando pastillas para controlar sus enormes poderes. Es una figura paterna rota, que esconde una última lección de vida que puja por emerger en medio de la tragedia. Es una actuación conmovedora, a la par de la leyenda que el actor carga sobre sus espaldas.
James Mangold demuestra que las ideas innovadoras pueden revitalizar los géneros cinematográficos muy transitados. Si bien Logan no tiene una premisa original, ya que vestigios de esta historia se pueden encontrar en el comic El viejo Logan, el tratamiento de western le queda a la perfección. Reducir los elementos fantásticos al mínimo necesario probó ser una decisión más que acertada porque, quitando la fantasía, lo que queda es el elemento humano. Si un film de ciencia ficción se sostiene sin la ciencia ficción, estamos hablando de un largometraje bien construido y narrado.
Logan fue un éxito rotundo, se lo nominó para infinidad de premios y hasta tuvo un reestreno en glorioso blanco y negro, que era la paleta de colores que el director quiso utilizar originalmente. Antes de ayer se anunció que Jackman volvería a ponerse en la piel de Wolverine una vez más en Deadpool 3, e internet estalló ante el anuncio.
Los eventos que se relatan en Logan permanecerán inalterados, este largometraje continuará siendo parte del canon mutante… al menos hasta que debuten en el Universo Cinematográfico Marvel y sufran el inevitable reinicio.
Mientras esperamos que llegue Deadpool 3 a las pantallas —en el 2024—, Logan sigue siendo la mejor entrada del querido Wolverine y, probablemente, el mejor largometraje de los X-Men jamás hecho.
Se puede disfrutar en la plataforma de streaming Disney +.