Juan Porteño es el arquetipo del hombre de Buenos Aires de la Edad de Oro porteña. Joven, apuesto, corajudo, buen milonguero, de principios inquebrantables, ningún atributo le fue negado. Como los héroes míticos de la Antigüedad Clásica, su figura es la suma de las virtudes posibles. Pero como en aquellos héroes legendarios su gloria encubre una tragedia.
Juan Porteño es viudo con un hijo pequeño. Ante el retrato de la finada, alguna vez se comprometió a no volver a batirse a duelo, para proteger al niño. Por ese motivo en algún entrevero, llego a rehuir el combate y pasó por cobarde para no faltar a ese tremendo compromiso; él, que era la imagen del coraje vivo. Pero esa inhibición no fue impedimento para que el protagonista se juegue en cada episodio por una causa justa. Defensor de mujeres sometidas por rufianes, de débiles maltratados por los fuertes, Porteño se mueve en esa línea de “desfacedor de entuertos” que inaugura Don Quijote de la Mancha. Paradójicamente, el juramento de exponer su vida en peleas gratuitas lo viola a diario en defensa de la justicia.
De todos modos, Juan Porteño entre una y otra aventura se las ingenia para ejercer la docencia tanguera; así lo vemos por ejemplo, pasear por las calles de Boedo explicando a su acompañante los recuerdos que encierran cada cortada, café o plazoleta del barrio, su significado en la cultura porteña; o la introducción minuciosa que un narrador omnisciente hace a una historia cuyo núcleo es una riña de gallos y en la que Juan Porteño, será protagonista involuntario, arrastrado por la fatalidad.
Pero fiel a las convenciones de la historieta, el héroe sale siempre bien parado y el lector se queda con la sensación de haber aprendido algo más.
Personaje de Historias Tangueras – Ediciones Torino – 1962