Cuando el Arrabal Irrumpió en Palermo
Si hubiera que recordar un lugar que haya simbolizado a una época, nadie duraría en señalar un sitio que ha dejado de existir, pero que se conserva en el corazón de muchos amantes del tango: Lo de Hansen. Esta pista para el lucimiento de los bailarines de la época, fue construida en el pleno desarrollo del tango, es decir, hacia fines del siglo XIX, y por su glorieta del parque Tres de Febrero pasaron infinidad de músicos, muchos desconocidos, pero que marcaron un estilo para ejecutar los acordes de la música de nuestra ciudad; algunos nombres sufren del olvido: Eusebio Martínez, El Negro, ejecutante de guitarra; Benito Masset, flautista y Enrique Saborido Morcillo, violinista, quien junto a Ángel Villoldo compuso el primer tango cantando que se grabó para fonógrafo: La Morocha.
Quien quisiera conocer la nueva música que luego irrumpiría en la ciudad, quien quisiera conocer el ambiente típico donde se estaba gestando un nuevo estilo musical, debía concurrir al Restaurant Palermo.
Pero, ¿y Lo de Hansen?; ¿qué era el Restaurant Palermo? Para aclarar este tema diremos que estamos hablando de “el mismo pero con distinto collar”. Sucedía que esta glorieta, construida imitando arquitectónicamente el estilo europeo, se llamaba en realidad Restaurant Palermo, nombre dado al mismo por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, órgano oficial propietario del sitio, pero que entregó en concesión a muchos arrendatarios. Entre los que primero obtuvieron la concesión del mismo, se encontraba un inmigrante sueco, que con su nombre inmortalizaría ese lugar: Federico Hansen.
Muchos hombres de la noche, figuras artísticas de la escena porteña y varios personajes del “tout Buenos Aires” elegían este lugar para bailar tangos, entre ellos se destacaban Elías Alippi, Francisco Ducase y Atilio Supparo.
Pero no solo en su interior del arrabal era dueño y señor; malevos de sombrero ladeado y pañuelo al cuello hicieron de sus alrededores un lugar donde transitar era arriesgado, ya que los duelos, con cuchillos y navajas estaban a la orden del día, o mejor dicho, de la noche.
Esta historia de tangos, malevos, cortes y quebradas continúa durante mucho tiempo, hasta fines de 1903, año en que finaliza la concesión de Federico Hansen, quien no la renueva; el local pasa a manos de otro inmigrante, esta vez italiano; su nombre es Anselmo Taranta, quien lo arrendó por cinco años.
A partir de ese momento se lo conoció como Café Tarana, pero un tiempo inferior al previsto, ya que a los dos años fue arrendado nuevamente, esta vez por la empresa Giardini y Payró, y al inaugurarse se incorporó al local un plano, el cual tuvo como primer ejecutante a Luis Suarez Campos.
Pero esta historia tiene un final triste; el local funcionó de la misma manera hasta 1910 (aproximadamente), época a partir de la cual comienza a cambiar su fisonomía, y a tal punto la cambia, que en sus últimos tiempos, antes de su demolición, fue un tambo donde se servía al paso leche recién ordeñada.
Nuevo País – Primera Quincena de Marzo de 1984 – Gustavo Rafael Zelener