Hallábase Carlos Pellegrini, cierta tarde muy lluviosa, considerando el agua que caía entre el Congreso y la Casa Rosada (el Congreso funcionaba en el edificio de la calle Balcarce y Victoria, ocupado luego por el Archivo General de la Nación). Disponíase a salvar a pie la distancia que mediaba entre ambos palacios, cuando observó que un político de tierra adentro a quien conocía, lo miraba ansiosamente.
-¡Hola, amigo! – saludó Pellegrini.
-¿Se enteró, doctor? – le confesó el amigo – ¡Me dejan fuera de lista!
Al provinciano iban a dejarlo sin una senaduría que ya contaba segura, y ésa era la razón de su ansiedad.
-¡No ha de ser! – repuso decididamente Pellegrini -. ¡Vamos allá! – agregó abriendo el paraguas que llevaba e invitando al otro a que se cobijara para atravesar juntos la calle hasta la casa de Gobierno.
Y, en efecto, el provinciano no quedó sin banca en el Congreso gracias a la influencia de Pellegrini.
La Plaza Carlos Pellegrini es un pequeño espacio público verde en la ciudad de Buenos Aires. Ubicado en el comienzo de la tradicional Avenida Alvear en Retiro
Pasaron algunos años y, en circunstancias en que se procedía a nuevas elecciones, el amigo provinciano topó con Pellegrini.
-¿Qué tal las nuevas elecciones? – le preguntó afablemente el gran político -. Ya sabe, amigo, que tengo siempre un paraguas…
-Gracias, doctor, ahora no llueve – respondió el interrogado. Esta vez aparecía su nombre en las listas de candidatos.
Pero ciertas incidencias propias de tales casos hicieron que cuando él menos lo esperaba, el nombre del provinciano fuera suprimido de dichas listas; y lo grave era que faltaban pocos días para los comicios…
Ante desgracia tan inminente, corrió a ver a Pellegrini.
-¿Qué le pasa, amigo? – le preguntó éste.
– Vengo – respondió el provinciano – a ver si quiere abrir usted nuevamente su paraguas.
Publicado en la Revista PBT – 1950