A diferencia del taita, el guapo, el compadrito o el patotero, el taura no es un hombre obligado permanentemente a poner en juego su prestigio de valiente, ya que no siempre tiene fama de cuchillero, de ex presidiario o porta cualquiera de los estigmas más escabrosos.
Buceando en la literatura lunfarda de las primeras décadas del siglo XX, encontramos piezas de distintos géneros, que mencionan con soltura, como si se tratara de palabras de uso corriente, al taura y al verbo taurear. De allí se desprende que “taura” tenía como mínimo dos acepciones: la primera refiere a un hombre hábil en el juego, en particular, los naipes. Es llamativa la asociación con “tahur”, voz española que califica al jugador experto, pero también al fullero, al tramposo.
Si se busca en esa dirección, la asociación con el taura tendría que ver con la audacia del jugador profesional. Si se acepta la otra posibilidad, el término tendría que ver con la palabra toro. Vale recordar que entre los aborígenes que poblaban la actual Argentina, llamar “toro” a alguien era un elogio de envergadura, ya que el citado animal era considerado sinónimo de valentía. En esa línea de investigación, la expresión latina “taurus” sería la más apropiada, pero el uso restringido de esa palabra perteneciente a una lengua muerta, invalida su uso con esos fines, en un medio tan alejado de las lenguas clásicas como era nuestro país a principios del siglo XX, en particular en el suburbio porteño.
También se especula con una fusión entre tahur y toro, engendrando el porteñísimo “taura”.
Más allá de la posibilidad de demostrar fehacientemente su origen, el taura se instaló entre nosotros alimentando las letras de muchos tangos y milongas. De todas ellas se desprende que el hombre catalogado como tal, era valiente, leal, “canchero”, conocedor y respetuoso de los códigos orilleros. Por extensión, se deduce que el que salía a “taurear”, asumía su condición de taura,; es decir, arriesgaba; ya se tratara del juego, del amor o la guerra, por usar una figura borgeana, habitual para describir los avatares que sufrían aquellos hombres.
El Taura
Era de los tiempos viejos
Y lo llamaban El Taura.
Guapo de funyi ladeado
y de melena aceitada,
caminaba haciendo cortes
por el Barrio de las Latas,
bien levantados los hombros
y bien visible la faca.
Las minusas nunca
le batieron cana
porque sin cashotes
las apaciguaba.
Tenía el empaque
de los chomas tauras
que amansan las donnas
con sólo mirarlas.
Era de los tiempos viejos,
conocido por El Taura,
tenía duro el pellejo
y siempre alerta la faca.
No cafiolaba a las minas,
vivía de la baraja:
sólo fallando la timba,
actuaba de furca o lanza.
Se trenzó una vuelta
por una macana,
dicen que por naipes,
baten que por faldas…
La cuestión que al coso
le ensartó la daga
y once años de yuta
se comió en Ushuaia.
Tango – 1934
Letra; Luis Mario
Música: Ernesto Ponzio