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Niebla del Riachuelo
Aquel Cafetín de la Ribera del Riachuelo - La zona pecaminosa de la ribera
Niebla del Riachuelo

La Ribera

Riachuelo en sombras bañao
parece pintao
por Quinquela Martín…
Tan sólo brilla en la ribera
la luz del viejo cafetín.
Allí, mezclao con dolor,
el mísero amor
también tiene su festín,
amor de pobre milonguera,
amor de taita malandrín.

Ribera criolla donde sin recato
se tira la chancleta un rato.
Allí las frases del amor barato
componen torpe madrigal.
Y entre las copas de cristal que choca
y el beso que al amor provoca,
las notas de una risa loca
en una boca extingue algún puñal.

Riachuelo en sombras bañao,
parece pintao
por Quinquela Martín.
El agua besa chiquetera
la quilla al viejo bergantín.
En vos encuentra el cantor
motivo y color
si es que sabe cantar
el bravo amor de la ribera,
amor que mata por matar.

Letra de Manuel Romero y música de Alberto Soifer – Tango – 1936
Lo cantó Alberto Villa ene l filme Radio Bar, dirigido por el mismo Romero en el año 1936.-

Vapor de la Carrera – Unía Buenos Aires con Montevideo
1938 en la Boca del Riachuelo

El barrio de La Boca, tradicional asiento de inmigrantes genoveses, sufrió una profunda transformación hacia fines del siglo pasado, pues su puerto fue desplazado en importancia por las nuevas construcciones portuarias encaradas por Eduardo Madero.

Las cantinas y cafetines de La Boca eran frecuentadas por los marinos que de todo el mundo llegaban a Buenos Aires y se mezclaban con troperos, peones, carneros, cuarteadores y, por supuesto, también cafichios, prostitutas borrachos, guitarreos y cantores.

Así, entre honrados y trabajadores y gente de la mala vida se fue delineando una sociedad que abrigó en su seno a la percanta, el compadrito, la yira, el malevo, la milonguita y el ciruja, como síntesis de una sociedad marginal, indisolublemente unida al núcleo de la gran ciudad en gestación.
Letras de Tangos Selección (1897-1981) – José Gobello- 1997

Niebla del Riachuelo

Turbio fondeadero donde van a recalar,
barcos que en el muelle para siempre han de quedar…
Sombras que se alargan en la noche del dolor;
náufragos del mundo que han perdido el corazón…

Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar,
barcos carboneros que jamás han de zarpar…
Torvo cementerio de las naves que al morir,
sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir…

¡Niebla del Riachuelo!…
Amarrado al recuerdo
yo sigo esperando…
¡Niebla del Riachuelo!…
De ese amor, para siempre,
me vas alejando…

Nunca más volvió,
nunca más la vi,
nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí…
esa misma voz que dijo: «¡Adiós!».

Sueña, marinero, con tu viejo bergantín,
bebe tus nostalgias en el sordo cafetín…

Llueve sobre el puerto, mientras tanto mi canción;
llueve lentamente sobre tu desolación…
Anclas que ya nunca, nunca más, han de levar,
bordas de lanchones sin amarras que soltar…
Triste caravana sin destino ni ilusión,
como un barco preso en la «botella del figón»…

Tango – 1937
Música: Juan Carlos Cobián

Letra: Enrique Cadícamo

Fuera de Foco – Veintitres – 04-06-09

Aquel Cafetín de la Ribera del Riachuelo
La zona pecaminosa de la ribera. Comarca de la mala vita que solía incorporarse en los comentarios sobrios de la sobremesa entre los remilgos de mi madre y de las tías casaderas. País de las muchachas ligeras que, entre otros menesteres, garantizaban la virginidad de las honestas…

¡Cuántas veces al amparo de mis primeras vigilias “inmortales” mi imaginación pretendió violar esas fachadas cargadas de promesas concupiscentes, siempre custodiadas por aquel único negro eterno, tan corpulento, que ahuyentaba todo intenso clandestino aunque más no sea para satisfacer la curiosidad adolescente…!

Aquel paisaje gris, sórdido, de las barcazas escoradas para siempre en los muelles brumosos del Riachuelo, la noche de luces, la esperanza del amor marinero, las sombras apoyadas contra las paredes en actitud sigilosa, como el acecho; el bar de la esquina de Almirante Brown y Pedro de Mendoza invadido de borrachos ya incapaces de esperar la noche; el grupo de los absortos que se beben lentamente sus cavilaciones; los comensales más madrugadores que an ocupando las mesas del restaurante. El Tiburón; los que se atreven a la atmosfera que huele al aceite equivoco de El Pescadito

Charleston Dancing, 50 caras bonitas, 50…Mi primer atrevimiento, el negro eterno y corpulento, más corpulento aquella noche, como si olfatease mi reciente mayoría de edad. La media luz casi penumbrosa, las quejas adormecidas del fueye, el vuelo pretendidamente lirico y no tan afinado de los violines y las sombras danzando la coreografía desmayada  del tango; los cuerpos entrelazados, fundidos el uno en el otro, todos lejanos, ausentes, como protagonistas abstractos de un ritual místico, sensualmente místico. ¡Ah, como me fascinó aquel primer roce con esa magia hasta entonces prohibida…

! Después, la tregua de los músicos, todos vestidos de oscuro pálidos enjutos, y el susurro, de las parejas instaladas en las mesas en ese juego de la conquista que mezcla el amor con la copa, la soledad que busca  la evasión del deseo, con la mujer que todavía quiere amar… ¡Cuantas veces volví ya casi compinche del negro eterno, cada vez menos corpulento…! Duendes del tango, duendes maléficos de la noche tumultuosa, las muchachas que hacen copas, pero que se sienten reinas… La Taquera, de imponente pinta, hembra de aquel Barbeito, según decían, un comisario que gustaba cortarle el taco francés y la melena untuosa de cosmético brillante a os aspirantes a cafiolos y que se daban fique bailando “La Cumparsita” con sus mujeres en la competencia del corte y la quebrada…

Al lado estaba Boston. Hasta el negro de la puerta era distinto en la apostura y en el atavío. El Boston era cafetín. Su clientela, además de los escasos compadritos en su mayoría “garrones”, de favores menores de las minas, estaba constituida por marineros de los lanchones que iban Paraná arriba a cargar fruta y tanino. O de los que, como en los versos de Cadícamo, tripulantes que ya nunca han de zarpar y que buscan ese barco “ya preso en la botella del figón”…

En el Boston no había misa ni sacerdotes del tango, Gustaba a los parroquianos litoraleños la música más cliente del chamamé o el ritmo más movedizo de las rumbas, de las cumbias que más influían en las caderas de las muchachas. En las tinieblas del humo y de la semipenumbra andaba más el amor que los improstituibles y machistas códigos tangueros. Ese amor sórdido, procaz, que matizaba las fingidas risotadas de las coperas ante los requerimientos descarados de los postulantes ya sumergidos en los vapores del alcohol barato…

Hasta que el negro eterno, a una seña ya establecida, tomaba al candidato de los fundillos y previa satisfacción de la cuenta, lo instalaba un poco más allá de la puerta de acceso, ya con serias dudas sobre su real solvencia…

Riachuelo – Perfil – 27-03-21 – Foto – Néstor Grassi – José Tolomei

Las 4 de la madrugada. La última pieza. ”La Cumparsita” como epilogo del rito. Las charlas furtivas. Las citas apresuradas. La espera establecida. La salida. El patrullero de la seccional 24. El oficio.  A veces el taquero Barbeito en persona. La identificación óptica, cara a cara, por pinta, por manyamiento reiterado, por sospecha de trata de blancas…La cena en El Tiburón, en El Pescadito.

Las mujeres con sus hombres, otras con sus flamantes filántropos. Alguna de ellas que debe visitar la 24 por presunto “atentado al pudor”. La sombra grotesca de las barcazas amarradas quizá para siempre, el vaho pestilente del Riachuelo quieto, como envuelto en su cinta de petróleo oscuro, apenas alumbrado por la luz de los fanales de popa…

Los últimos solitarios que regresan a sus cavilaciones frente a la botella de vino interminable, los borrachos amurados en los portales, como los barcos… En el restaurante, una voz ronca  canta o Mare Chiare al son de un acordeón…

Amanece por el lado del rio…”Cerrame el ventanal que llega el sol”- implora Cátulo-. La vida se interrumpe hasta la noche…
Osvaldo Ardizzone – Tiempo Argentino – 21-04-84

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