Pinocchio es uno de los clásicos indiscutidos de la literatura universal. Carlo Collodi creó a su compleja criatura entre 1882 y 1883, publicando las aventuras en un periódico italiano sin saber que le estaba regalando al mundo un personaje inmortal, que sería llevado al cine y televisión una infinidad de veces.
Roberto Benigni hizo su producción en el 2021 que fue un fracaso en taquilla y critica, tal vez porque ver a un señor jugando a ser niño no impresionó a nadie, sino todo lo contrario.
Incluso en nuestro país se adaptó, con Soledad Silveyra haciendo de la marioneta que cobra vida. Es una rareza por donde se la mire, en donde no hay lugar para la mentira y por ende nunca le crece la nariz a Pinocchio, pero también un testimonio del poderío que tiene la historia para derribar cualquier frontera.
A fines del 2022 Disney + y Netflix estrenaron dos versiones del clásico. La compañía del ratón ya había lanzado en 1940 la que tal vez sea la adaptación más recordada, en animación tradicional, que probablemente sea la representación gráfica más icónica de Pinocchio. El director Robert Zemeckis decidió tomar la estética de aquella producción y la replicó con Tom Hanks haciendo de Geppetto. El nuevo film no aportó nada nuevo a la historia y, como muchos productos que se recuestan demasiado en personajes hechos en computadora, el protagonista no “calzaba” demasiado con el entorno realista.
Guillermo del Toro, en cambio, optó por utilizar animación stop motion para crear su particular versión de Pinocchio, un proyecto que lo desveló, desde que el cineasta tiene uso de memoria.
Una de las particularidades en esta versión más oscura y personal del clásico italiano es que Del Toro no sacrificó su visión y estética sino que le sumó su estilo de fantasía oscura y sus criaturas imperfectas en donde los monstruos son, irremediablemente, los humanos. Pinocchio es mucho más cercana a El laberinto del Fauno que a la película animada de 1940 o la competencia directa que sacó Zemeckis.
El cambio no sólo es bienvenido, es necesario.
El debate sobre la modernización de los clásicos está sobre la mesa hace años. Algunas obras pueden soportar ciertos cambios de paradigma y otros -mal que le pese a los revisionistas históricos seriales- deben permanecer estáticos. Pinocchio siempre mantuvo una iconografía reconocible, su argumento casi inalterable y el contexto político casi al margen. Es un cuento moral, sobre el valor de la verdad, de la familia, sobre el esfuerzo necesario para superarse.
Del Toro, siempre atento a no traicionarse, decidió ubicar la historia en la Italia fascista, en donde Mussolini incluso aparece. La tiranía dictatorial europea es un condimento que aporta muchísimo al drama inherente de este musical mágico.
El diseño de los escenarios buscan emular una visión realista que incorpora algunas “deformaciones” propias de la animación, lo que ofrece un universo plausible, hiperdetallado, en donde los personajes se pueden mover con elegancia. Las marionetas que se utilizaron representan una evolución en la tecnología para esta técnica antiquísima. Los rostros son mecánicos, lo que permite una mayor movilidad para expresar emociones. Cada muñeco costó una pequeña fortuna, que vale cada centavo de dólar invertido. Realmente Pinocchio es una experiencia visual novedosa que se presenta como una superación de una forma cinematográfica tan vieja como el propio cine.
Del Toro fundó una compañía de animación en su Guadalajara natal para poder llevar adelante las filmaciones, que se dividieron entre México y Estados Unidos, en donde también se realizó la espectacular música a cargo de Alexandre Desplat, quien colaboró con la leyenda musical Nick Cave. Las canciones son una pieza fundamental en este ensamblaje que realizó el director junto al especialista en stop motion Mark Gustafson.
El elenco de voces está compuesto por Gregory Mann como Pinocchio, el actor David Bradley en el papel de Geppetto. Ewan McGregor presta su voz para Pepe Grillo, junto a un ejército de luminarias hollywoodenses como Ron Perlman (el colaborador habitual del director), Tilda Swinton, Christoph Waltz, Cate Blanchet, John Turturro y Tim Blake Nelson entre otros. Cuando Guillermo del Toro convoca a alguien, estos suelen responder de inmediato porque saben que, probablemente, estén a punto de ser partícipes de una obra de arte única.
La crítica se rindió a los pies de esta película, y los espectadores de Netflix saturaron los servidores de la página para poder ver esta maravilla. Las nominaciones llegaron a la par de los premios, y se intuye que este año la gala de los premios Óscar será una de las instancias consagratorias para Pinocchio.
Pinocchio de Guillermo del Toro es un nuevo triunfo audiovisual para el director, y un deleite para el espectador. Ofrece una vuelta de tuerca increíble para la historia, trasladando la acción a un contexto realista y sumándole un peso dramático que todas las demás versiones carecen. La animación es fabulosa, la música encantadora, y el diseño de los personajes es brillante, original, vibrante y repleto de estilo.
Si aún no vieron Pinocchio en Netflix, porque creen que la versión de Disney + es mejor o más “fiel”, abandonen los preconceptos y sumérjanse en el siempre encantador —y por muchos momentos aterrador— universo de Guillermo del Toro, que no defrauda jamás.