Stanley Kubrick es uno de los nombres más reconocidos del séptimo arte. Prácticamente cada film que ha realizado se convirtió en un clásico. Full Metal Jacket, Lolita, Spartacus, La Naranja Mecánica u 2001: Odisea del Espacio son algunas de sus obras que han pasado a la inmortalidad. El director se generó una fama de perfeccionista, reputación que terminaría de cimentar con las anécdotas que generó en El Resplandor.
Stephen King es un nombre que aparece mucho en esta sección. La semana pasada hablamos de El Juego de Gerald, una novela supuestamente imposible de adaptar que el gran Mike Flanagan llevó a la plataforma Netflix. El escritor oriundo de Maine, Estados Unidos, comenzó su aventura literaria en 1974 y desde entonces todo tipo de directores han hincado el diente a la bibliografía copiosa del autor.
Sin embargo, pensar en la unión de Kubrick y King puede sonar extraño. En retrospectiva tal vez lo hayamos normalizado, pero si ponemos de manifiesto el contexto se puede comprender un poco más. Kubrick ya era un director respetado en la industria, que trabajaba con los mejores actores disponibles en el mercado. Cada capricho técnico que tenía, los productores se lo cumplían. Por ejemplo, para Barry Lyndon el cineasta quiso utilizar la menor cantidad posible de luces artificiales. El drama de época requería, según su visión, un look acorde. Existe la leyenda urbana que la NASA desarrolló lentes especiales para que la luz natural se pudiera captar sin problemas —en retribución por haber filmado el aterrizaje en la luna, según los amantes de las teorías conspirativas— pero es falso. John Alcott ganó un Oscar a mejor fotografía por su labor, y lo hizo porque justamente consiguió llevar adelante la visión de Kubrick utilizando una mezcla de reflectores e iluminación natural.
King, en cambio, atravesaba una etapa de enorme popularidad, pero no era reconocido por el ámbito literario. La cantidad infernal de libros que vendía mes a mes parecía ir a contramano de lo que los intelectuales consideraban como “literatura”. Kubrick ya había adaptado a un genio como Vladimir Nabokov. Pensar que su próximo proyecto para iniciar la década del 80 sería una novela de terror escrita por Stephen King era una locura.
El elenco comenzó a formarse en torno al guion que estaba escribiendo el director. Jack Nicholson iba a ser Jack Torrance, un profesor de secundario alcohólico con aspiraciones a ser escritor. Es incapaz de poner más de dos palabras en la temible hoja en blanco y, para colmo de males, es violento con su hija y esposa.
Shelley Duvall iba a ser Wendy, la abnegada esposa que sigue a todos lados a su marido y tolera sus arranques de violencia verbal y física. Cuida de su hijo Danny (el actor Danny Lloyd) y no intuye siquiera que el amigo imaginario con el que su pequeño juega es una manifestación de un poder psíquico enorme.
A Jack le llega la oportunidad de convertirse en el único empleado del Hotel Overlook, un edificio gigante que, durante la temporada de nevadas, cierra sus puertas. Las tareas que le encargan son simples. Mantener las calderas encendidas, las cañerías funcionando y todo lo más limpio posible. Después puede dedicarse a pasar tiempo con su familia y, sobre todo, escribir la novela que tanto le quita el sueño.
El Hotel Overlook, lamentablemente, esconde un pasado oscuro, teñido de sangre. Es como si las paredes, los pisos, las habitaciones emanaran maldad. Y encuentran en Jack a un receptáculo ideal para ejercer su influencia.
Los fantasmas del hotel comienzan a jugar con la mente de Jack. Se le empiezan a aparecer por todos lados. Quieren más sangre, más sacrificios, pero no pueden hacer más que hablar e intentar convencer al escritor frustrado para que se convierta en su sicario. La familia Torrance, mientras tanto, comienza a darse cuenta poco a poco que pasan cosas raras en los pasillos de su hogar temporal. Danny comienza a tener visiones y su poder psíquico, el famoso “resplandor” que da título a la película, jugará un papel fundamental.
La historia de fantasmas y psicópatas que escribió King se convirtió en una obra de culto repleta de los detalles que tanto le gustaba a Kubrick incluir en sus películas. Los conspiranoides de los que hablamos antes se la pasan encontrando señales sobre las supuestas actividades secretas del director con la NASA. Se dice que el film es una alegoría sobre la matanza de la población nativa en la época de la conquista. Se han dicho tantas cosas a lo largo de las décadas.
Infinidad de misterios se siguen debatiendo hasta el día de hoy sobre el significado de la famosa habitación 237. Fanáticos han intentado hacer un plano exacto del hotel ficticio, cuya arquitectura parece imposible. Pasillos que no llevan a ningún lado, puertas que no deberían estar en esa locación. La famosa foto final continúa generando teorías que dividen a los amantes de El Resplandor.
Las décadas convirtieron a este éxito modesto de Kubrick en una película de culto. Pero más allá de los sustos efectivos y el lento desarrollo de la trama que permite conocer a los protagonistas en profundidad, lo que terminó de formar la reputación del film fueron las historias del rodaje. Se sabe que el director agotó a sus actores, los llevó hasta sus límites. La pelea entre Wendy y Jack llevó 127 tomas. Cuando Nicholson rompe la puerta con un hacha, se filmó 100 veces. Una simple escena de una pelota rodando por un pasillo llevó 50 intentos.
A Kubrick le sobraba film y paciencia, pero a sus actores no.
Shelley Duvall fue marginada por el elenco y los técnicos por órdenes expresas del director. El objetivo, supuestamente, era que la actriz consiguiera sentirse aislada para poder trasladar la experiencia a su personaje. Eso le generó ataques de pánico permanentes y hasta llegó a perder el cabello debido a los nervios que tuvo que soportar. Una locura inadmisible que, debido a la época, pasó de largo, pero se convirtió en una de las peores historias relacionadas al rodaje del largometraje. Kubrick no tenía límites a la hora de plasmar su visión.
Pero no sólo volvió loca a Duvall, el propio Stephen King (quien ha manifestado infinidad de veces lo mucho que odia esta adaptación) contó como Kubrick llegó a sacarlo de quicio con llamadas telefónicas en donde le preguntaba por la motivación de sus personajes, el significado de algunos pasajes. Le hacía cuestionarios sobre teología y, al final, el escritor terminó ignorando al director. No podía lidiar con una persona tan obsesiva.
El resultado final es un largometraje de lenta digestión. Tiene fanáticos acérrimos y detractores acalorados. Es una película larga, meticulosamente planificada en cada plano, que se toma todo el tiempo del mundo para contar lo que quiere contar el director. El libro de King plantea un desarrollo de la locura de Jack Torrance, mientras que en el film desde el inicio se lo nota como un hombre desequilibrado. El final es completamente opuesto al material original, algo que al escritor le molestó. Los puristas de la obra literaria no perdonaron eso, los amantes del cine sí.
El Resplandor es uno de esos clásicos que hay que ver para sacar conclusiones. Se han escrito libros sobre esta obra, hay documentales dedicados a explorar las teorías conspirativas. Lo que importa en realidad al final del día es la percepción propia, las sensaciones que genera, el sabor que queda en el paladar de cada comensal cinéfilo.
Quienes nunca se hayan aventurado al Hotel Overlook o quienes desean volver a recorrer sus pasillos encontraran el largometraje disponible en HBO MAX.