Ruleta, “burros”, timba… cada uno de esos juegos o destrezas, como es el caso de los caballos, se incorporaron a los entretenimientos porteños y al habla cotidiana, a las emociones y a la idiosincrasia del hombre de Buenos Aires.
Aún aquellos que nunca tomaron un naipe ni jugaron a los dados, saben a que nos referimos cuando hablamos de timba. Es la forma que la jerga urbana le dio en forma genérica, a los juegos de azar.
Buenos Aires fue una ciudad timbera desde mucho antes que la Nación Argentina proclamara su independencia. Los naipes españoles y sus distintas variantes lúdicas, solazaron a generaciones de criollos y peninsulares. El anecdotario popular recuerda los sorteos de lotería que el español Clavijo realizaba los martes por la tarde en las puertas del Cabildo porteño; era tan requerido ese servicio y tan querida la figura del ibérico, que la Revolución de Mayo le mantuvo la concesión del juego.
Pulperías, cuarteles, corralones, cafés… todo lugar de encuentro era apto para que el porteño timbeara. Así surgieron frases que pintan de cuerpo entero la decisión del jugador una vez lanzado al ruedo:
“Se juega hasta la camiseta”; “Se plantó en siete y medio”; “cruzó el disco al tranco”.
Y otras tantas locuciones demuestran hasta que punto la timba y los “burros” se colaron en la vida cotidiana urbana: “Irse al mazo” vale por echarse atrás, “estoy así”; dice el porteño pestañeando y utilizando una seña habitual del juego de truco y que equivale a no tener nada, refiriéndose en éste caso al dinero; a estar “seco”.
El repertorio es muy extenso y confirma la presencia juerguística en la cultura de masas.
Pero como no podía ser de otra manera, el tango se ocupó extensamente del tema. Con mayor o menor calidad poética, fueron muchas las composiciones que reflejan desde distintas perspectivas, la temática timbera.
Algunas piezas definen a la vida misma como una timba:
“En la timba de la vida me planté con siete y medio
siendo la única parada de mi vida que acerté.”
Afirma el tango Tengo Miedo; describiendo la existencia como una azarosa lucha donde el destino y la casualidad juegan un rol determinante; el hombre es un juguete de la suerte, y a ella se somete con resignación.
Pero otras letras despojan a la timba de esa aureola de tragedia y lo cargan de un aliento de esperanza:
“El escolaso es un Rey Mago bonachón
es un comprar con moneditas la ilusión…”
Dice Eladia Blázquez en su célebre “El Escolaso”. Como en las diversas visiones del tango, la vida deparó a los timberos también destinos variados. Está quien perdió bienes y familia por la pasión del escolazo; pero otros, unos pocos, fueron tocados por la varita mágica de un pozo millonario en alguno de los juegos de azar que en una extensa oferta, el Estado en sus distintos estamentos, ofrece a la población.
No importa de que juego es devoto: el timbero es capaz de seguir un número de lotería durante años; de asistir al garito sin faltar una noche, de jugarse el sueldo entero a las patas de un caballo, de transformar un sueño en una cábala para la quiniela; todo es susceptible de convertirse en números que le sacarán hasta la última moneda o le llenará el bolsillo de billetes. Pero tal vez, el dinero sea sólo un pretexto, ya que como sostiene Eladia Blázquez en el tango mencionado,
“No es cuestión de perder
ni es cuestión de ganar;
es jugarse a suerte y verdad…!”
Por Culpa del Escolazo
Por culpa del escolazo
me quedé bien en la vía,
las cosas que mama mía
me tuve que apechugar!
Ya no podía empilchar,
andaba misho de fasos,
y al no gustarme el pechazo
ni los grupos pa’filar,
para poder escabiar
del whisky me fui al quebracho.
Ya no aporté más al feca,
ni a la barra de la esquina,
le rajaba hasta a las minas
por si había que garpar.
No faltó pa’completar
aquella cancha barrosa,
cuando una grela rasposa
que mi bulín compartía
se las tomara un buen día
al ver fulera la cosa.
Empeñé el zarzo y el bobo,
refundí hasta la marroca,
del centro me fui a la Boca
a vivir en un altillo;
el aire de conventillo
me fue ganando de apuro
a fuerza e’marroco duro
ya no podía tirar
y al no poderme aguantar
m’hice amigo del laburo.
Hoy le rajo al entrevero
de timbas y de paradas
minga de vida alocada
ya no tira la carpeta;
una paica que me aquieta
acusa los beneficios
y sin hacer sacrificios
cuando hay tornillo en invierno
me tomo el sol de Palermo
de paso despunto el vicio.
Tango – 1964
Letra: Mario Cecere
Música: Roberto Grela