Todos hemos oído hablar de Jeffrey Epstein, el multimillonario dueño de una isla en donde se cometieron los más espantosos abusos sexuales que, mientras esperaba su juicio, apareció muerto, aparentemente de un suicidio según las versiones oficiales.
Hemos cubierto un documental de él en esta sección, y por la envergadura del siniestro personaje a veces es sencillo olvidar, o pasar por algo, que tuvo una cómplice, una figura fundamental en aquel plan macabro. Su nombre es Ghislaine Maxwell, y en la actualidad cumple una condena a veinte años de prisión por haber ayudado a su pareja a armar la red de abusos y pedofilia.
Maxwell, hija de un empresario cuyos escándalos por estafas la obligaron a abandonar su Londres adoptiva, es un personaje oscuramente fascinante. Esta miniserie documental de tres episodios se encarga de pintar el paisaje completo sobre cómo una niña nacida en Francia, criada en Gran Bretaña y naturalizada estadounidense se convirtió en el otro gran monstruo de la isla del horro.
Las primeras imágenes que vamos a ver son las de una infante inocente, sonriente, quien tranquilamente podía ser una de las futuras víctimas de Epstein. Los entrevistados comienzan a narrar una historia fantástica, en donde se cuenta como una pequeña nacida en cuna de oro se empezó a abrir paso en el mundo.
El ascenso, una vez que abandona la infancia, es meteórico. Desde jovencita fue parte de la escena social británica, trabajó para medios de comunicación que su padre había adquirido, y terminó viviendo en New York para manejar una empresa que su papá le armó a la medida, una tienda de regalos lujosos que no prosperó en lo absoluto.
Tras la muerte de Robert Maxwell, y las condenas a sus hermanos por fraude, Ghislaine se asentó definitivamente en Estados Unidos, en donde comenzó a codearse con celebridades y empresarios de la alta sociedad y, en donde, terminaría conociendo a Jeffrey Epstein.
El segundo episodio ahonda en la relación de ambos y deja entrever que la mujer se puso en pareja con Epstein solamente para poder mantener un estilo de vida lujoso que se le estaba haciendo difícil tras la muerte de su padre.
Aquella relación significó el pacto con el diablo. Podía obtener lo que deseaba, a costa de manejar un negocio infame y dañino. El carisma de Ghislaine, principal arma a la hora de llevar adelante cualquier emprendimiento, le permitió hacer prosperar el nuevo emprendimiento de Epstein. A diferencia de la tienda de regalos, lamentablemente consiguió convertir la terrible perversión de su pareja en una empresa completamente redituable.
En el tercer episodio, con la historia previa completa, nos sumergimos de lleno en el horror de los crímenes, conociendo detalles espantosos sobre el modus operandi de la proxeneta, descubriendo intimidades incómodas, verdades que se callaron durante demasiados años.
Sin develar nada para aquellos lectores que deseen ver la miniserie documental, la exploración que hace la directora Erica Gornall es minuciosa. Explica a la perfección las estrategias que utilizó Ghislaine para captar a menores de edad, a las que consideraba “basura”, para que su pareja satisficiera no sólo sus apetitos sexuales sino los de su entorno.
Los testigos construyen un relato atrapante y desgarrador, que lejos de intentar justificar a la mujer como una víctima de las manipulaciones del magnate pedófilo, la colocan en el centro de la escena como una facilitadora, una parte fundamental de un esquema sórdido.
En la pantalla vemos desfilar testimonios que describen los primeros años de Ghislaine Maxwell, investigadores que cubrieron el caso y hasta víctimas que se animaron a enfrentar el siempre complejo reflector de la opinión pública para llevar tras las rejas a este personaje nefasto.
Hay que advertir que no es una miniserie documental de fácil digestión. Estamos frente a uno de los crímenes más horrendos que una persona puede cometer sobre otra. Aparte, el factor de indignación por el abuso de poder, tanto económico como social, provoca nauseas.
Pese a esto, ¿Quién es Ghislaine Maxwell?, es una obra necesaria, que explora no sólo la impunidad que ostentó la mujer durante décadas, sino que resulta una narración fascinante sobre el origen de un monstruo más grande que la ficción. Los tres episodios se puede “maratonear” tranquilamente, pero las reflexiones que disparan quedarán mucho tiempo en la cabeza de los espectadores.