A lo largo de la historia las enfermedades fueron junto con las guerras, las hambrunas y las catástrofes naturales, una de las principales preocupaciones humanas. Debido al desconocimiento sobre el origen de la mayoría de las mismas, era fácil buscar explicaciones mágicas y en consecuencia, las terapias iban desde una limitada homeopatía hasta conjuros y talismanes; o la combinación de todos recursos.
No obstante, existían patologías no sólo incurables para la época, sino también, muy temidas.
Ejemplo de ello, fue la lepra. Al enfermo se lo desterraba del poblado y terminaba habitando en cavernas o refugios alejados de quienes hasta tal vez poco tiempo antes, habían sido sus vecinos o familiares. Y lo mismo sucedía con otros males irremediables y muy temidos, tal el caso de las epidemias que se propagaban sin que nadie supiera como enfrentarlas. Siempre existieron médicos en todas las culturas con distintos grados de formación y muchas veces, con conocimientos científicos basados por lo general en la experiencia y la observación directa, pero que no alcanzaban para abordar la magnitud del desafío.
El sentido común necesitaba alguna explicación para no enloquecer; lo más lógico entonces, era atribuir esas calamidades a castigos divinos, consecuencia de pecados individuales o colectivos. Entonces comenzaba la búsqueda de los “responsables”. Al epiléptico y al desequilibrado mental más o menos violento, se lo consideraba poseído por espíritus malignos; quien manipulaba remedios caseros o practicaba curanderismo, corría el riesgo de ser ejecutado por practicar brujería.
Entonces la sospecha recae sobre el enfermo: “Algo habrá hecho”, se habrá preguntado su comunidad, como en los años más oscuros de la Argentina del siglo XX; “es un castigo divino”;… “un pecador…”. El dedo acusador atravesó centurias y culturas. Y así podemos recolectar un libro entero de frases estigmatizadoras sobre quien padecía alguna enfermedad desconocida o riesgosa para la población. El estigma aplicado a un tercero, coloca al discriminador fuera de ese “riesgo”; se siente distinto y ¿por qué no? También superior. La frase “en algo habrá andado” la víctima, exorciza al estigmatizador, cree que su sola pronunciación, como un conjuro, lo coloca fuera de toda sospecha.
Fueron muchos los usos, costumbres y modos de enfrentar las enfermedades desde nuestros orígenes, y que cierta literatura y cine comercial sin demasiado rigor histórico pretenden fijar su apogeo sólo en la Edad Media. Pero basta con leer diarios de las décadas de 1980,1990 y algunas mesas redondas televisivas que aportaron más confusión que claridad, para detectar con preocupación que en pleno siglo XX, cuando fue descubierto el SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) y se pudo identificar el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) que lo provocaba, se registraron reacciones que en cuanto a prejuicios e ignorancia, poco tenían que envidiarle a la vapuleada Edad Media.
El origen se habría registrado en África Central a partir de un tipo de chimpancé. Pero su lenta propagación dataría de muchos años antes y las poblaciones de ese continente serían las más castigadas.
Los primeros síntomas habituales suelen ser glándulas inflamadas, fiebre, dolores de cabeza y musculares. Pero luego pueden pasar años hasta que el SIDA se manifieste claramente. Cuando se contrae el virus, pasan varias semanas en que el agente no puede ser detectado, es el llamado “período ventana”. Luego el test puede revelar su existencia.
Recordemos que el VIH es el virus que aborda y altera el sistema inmunológico, aumentando el riesgo de aparición de enfermedades y facilitando el desarrollo de otras como el cáncer o la tuberculosis. Tener VIH en sangre no significa que necesariamente tenga SIDA, pero puede transmitir el virus a otras personas. El mismo no se traslada mediante la saliva, un beso o un abrazo, pero sí mediante fluidos corporales debido a relaciones sexuales sin preservativo, contacto con sangre infectada, leche materna, o por ejemplo, con el uso compartido de agujas y jeringas hipodérmicas. Las jeringas y sus agujas no deben ser reutilizadas. También en caso de embarazo deben tomarse las medidas necesarias para no afectar al bebé.
Decíamos que al conocerse la existencia del SIDA en 1981 y al tomar estado público que varias de las víctimas eran homosexuales, la “opinión pública” alimentada por algunos medios de comunicación, comenzaron a denominar la enfermedad (con un perverso sentido del humor), la “peste rosa”; ya que se creía ingenuamente, que sólo afectaría a quienes se auto percibían con una sexualidad diferente.
Tremendo error. Luego se conocieron casos de hemofílicos, hombres y mujeres heterosexuales, pacientes que alguna relación tuvieron con sangre de terceros, dentistas y una legión de personas de cualquier condición, cuyos contagios les llegó por transfusiones de sangre no controladas, por sangrados casuales en consultorio y personas de ambos sexos que simplemente tuvieron relaciones sin utilizar preservativo. Entonces comenzó a hablarse menos de la ”peste rosa”. Y si faltaba algo para sincerar el hecho de que nadie estaba a salvo del VIH (si no se protegía en el caso de relaciones sexuales de cualquier tipo o prácticas médicas sin protocolo), fue el anuncio oficial de que el actor estadounidense Rock Hudson padecía SIDA cuando ya era inocultable, por el alto nivel de exposición del artista. Si queremos arbitrariamente establecer un corte histórico en la toma de conciencia sobre la enfermedad, puede ser el año 1985, por el fallecimiento de Rock Hudson y la repercusión mundial que el trágico hecho tuvo, medios de comunicación mediante. La realidad es que según datos oficiales de la época, para entonces sólo en Estados Unidos habían fallecido unas doce mil personas víctimas de SIDA. Pero se trataba de seres anónimos, sin repercusión en la prensa.
En descargo del campo profesional que no alertó con anterioridad sobre el flagelo, puede argumentarse que los pacientes fallecían de las enfermedades que encontraban un cuerpo “huésped” para instalarse, pero que eran conocidas de antaño, como la tuberculosis, el cáncer y otras; pero se desconocía la existencia de una “quinta columna” invisible que abría las puertas a esos enemigos conocidos, deprimiendo las defensas naturales. Tal vez por eso y debido al enmascaramiento del cuadro, la enfermedad avanzó y como suele pasar con las enfermedades de transmisión masiva, comenzó en las regiones más desprotegidas.
Pero sólo fue noticia, cuando golpeó en las entrañas del mundo desarrollado y en sus figuras mediáticas. Porque después se extendió a todo el planeta y comenzaron a decaer los prejuicios de que el SIDA sólo afectaba a “pecadores”. La caza de brujas acerca del “estigma divino” que castigaba sólo a “pecadores” fue languideciendo, tal vez porque ya entonces nacían bebés portando el virus (vía contaminación durante el parto), pero el prejuicio nunca desapareció y existen nichos, particularmente religiosos, que en el siglo XXI siguen cuestionando el uso de preservativos.
Con la prevención necesaria es posible dar el buen combate contra el VIH y asegurar una calidad de vida afín para quienes padecen SIDA, ya que existen tratamientos adecuados. El 1° de diciembre de cada año, se conmemora el Día Mundial de Lucha contra el SIDA para tratar de generar conciencia mediante mesas callejeras, charlas, distribución gratuita de preservativos y materiales informativos.
En nuestro país una serie de leyes protegen a los pacientes de HIV – SIDA, por ejemplo, la Ley Antidiscriminación, la realización de análisis sobre el tema sin consentimiento del interesado para exámenes preocupacionales y otros. También los exámenes voluntarios se realizan gratuitamente en hospitales públicos.
Un dato interesante fue suministrado por las autoridades sanitarias nacionales en el año 2020: 136.mil personas padecían VIH y el 70 por ciento se atendía en el sistema público de salud.
También en ese año se informó que el 17 por ciento de infectados de HIV desconocían su situación.
A su vez, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) informó que entre los años 2010 y 2019 aumentaron en un 21 por ciento los casos de contagios de VIH, pero los fallecimientos por SIDA disminuyeron el 8 por ciento; suponemos que ésta disminución en las muertes, se debe al avance de las investigaciones científicas y la detección temprana del virus… No es poco lo logrado hasta ahora en la lucha contra el VIH y SIDA, pero la victoria final llegará el día en que una vacuna (aún en fase experimental) derrote al virus definitivamente.
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