Cómo habrá sido Lady Jane para que Mick Jagger le haya dedicado uno de sus temas musicales.
Películas que los tipos comunes nos hacemos a la distancia de lo que efectivamente hubiere sucedido.
En el mundo del periodismo, sucede, tal vez, distante de esa fragancia destilada a flor de pelitos nasales humectados de proyectores ambientales entre personas involucradas alrededor de sentimientos adornados del genuino sentir; esto es, la palabra escrita en vivo y en directo para con el o la que recibe ese mensaje neto de sensación casi amorosa del querer más y más para con el/la otro/a.
Letilé, nueva compañera de escritorio en esa gran redacción inundada de murmullos y ruidos tecleadores esclavos de computadoras a la espera de esa lluvia de aconteceres que nos imantasen esos dedos índices provocadores de timbres a punto de enterar y ramificar esas várices llenas de nicotinas enviciadas de costumbres casi apócrifas.
Ella, enfocada en ese chismerío casi berreta de personajes famosos, displicentes de ese mundo ensombrecido, y al mismo tiempo, adornado de luces cuyas lamparitas empecinasen en resaltar una gran autopista circulada por los famosos de moda o qué sé yo qué, pero que bastaba trascender cualquier banalidad para dejar una huella fresca sobre ese cemento recién blando de re-creación.
Letilé y su impronta de testarudez y atrevimiento atado a su juventud inherente de antepasados que jamás, tal vez, conoceré. Cuando la veía acelerada al lado mío en ese box alfombrado en esa especie de cartones divisorios de pensamientos y desarrollos noteros de novedades interesantes al común de los lectores ávidos de lo inesperado, yo solamente la observaba de a ratos, con esa rapidez enmarcada y acompañada en esa digitalización acelerada cuya simple imagen resultaba ser esos innumerables dedos comidos de pellejos vecinos de uñas castigadas por dientes casi eléctricos de machacar nerviosismo a flor de piel.
Yo no era un boludo, o por lo menos, no me sentía como tal en esa especie de «vecindario laboral imprevisto», en esa gran redacción articulada de murmullos, también sabía -y era consciente- que todos los transpirados allí presentes, tomábamos café, y en ese escueto lapso de sorbo contra sorbo, nos espiábamos de costumbres y contentábamos presentimientos del inmediato acontecer en medio de esa tribu de indígenas mientras el fuego destilaba llamas para luego humear cenizas que embadurnaban el ambiente cobijador. Letilé poseía una rapidez fenomenal en la articulación del tecleado vociferante de sus particularidades receptivas en cuanto a lo que decidiese transmitir, pero claro, a mí, que me dedicaba a esa parte casi contemplativa de los vericuetos políticos del país, me chocaba sobremanera que ella se volcara casi por completo en esas extensas columnas a esos insoportables fatos de artistas, ya sean éstos, músicos o actores o deportistas en donde la sangre de los mismos siempre rociaban ese río pestilente de aguijones perseguidores de infidelidades a flor de piel o -por el contrario- bajo esa alfombra de apariencias que todo lo sugería hasta el bochorno de clarificar el desencanto tapado de mentiras.
A mí me parecía ese espacio en el cual ella participaba con toda su energía, una verdadera mierda, y cuando nos apartamos unos instantes fuera de la revista y en un café ambientado de conversaciones, ella no tuvo el menor despecho en opinar sin pruritos de lo que veía en cuanto a la parte que me tenía como uno de los principales referentes de la columna que me encarnaba como fiel representante de «la pudrición de la política». ¿Qué decir? Mientras ella gesticulaba -mesa de por medio- y me criticaba el hecho de haber votado al gobierno actual que nada de lo prometido hubo de cumplir, yo solamente atiné a aferrarme a la falencia de su parte de dar a entender que «todos eran prácticamente iguales».
¿Tenía sentido que yo le dijese que sus textos referentes a esa careta columna de caprichos enmarcados en la actividad de músicos, actores, o deportistas, tuviese ese grandilocuente interés y objetividad para el común de los ávidos lectores? Pues… no me afloraba reflexivamente de antemano el poder vomitar mi esencia objetiva sobre cómo funcionaban las cosas, sobre todo, escarmentando desde mis cicatrices de vida en donde nada hubo de suceder tal cual previamente parecía que debería de acontecer, y entonces, sólo atiné a tomarle la mano y decirle que este mundo me resultaba inentendible y que ya, solamente disfrutaba momentos casi soslayados de novedad, y la risas me afloraban para con los amigos y, de vez en cuando, con alguna femenina que me interesase acrecentar mis pensamientos y elucubraciones. Letilé se sorprendió, y si bien no apartó su mano de la mía, no se privó de decir-decirme: -Sabés lo que pasa -apuntó de manera precisa- es que vos estás en un sector de la revista que, de algún modo, expresás el pensamiento de los dueños, los que ponen toda la torta, y eso, a mí, no me va, prefiero escribir alrededor de los que han trascendido en su exclusiva actividad -que dicho sea de paso- han demostrado haber sido realmente fieles exitosos de su esforzada propuesta, su excelente mérito consecuente a través de los años, en cambio vos, a veces terminás expresando una posición casi un calco de los capitostes del medio…
Me sentí «tocado» por sus dichos, y mi mano transpirada sobre la de ella con sus dedos mordisqueados de pormenores desconocidos de mi parte, inmediatamente compungieron y retrocedieron casi en un estado pre natal… sólo atiné a mirar lo fijo de sus ojos a lo que ella, no quitó para nada la impetuosidad de sus afirmaciones. El mozo, cruzado de brazos, y casi estatua cerca nuestro, se aproximó hasta la mesa, y gastó su verbo «desear» una vez más: -¿Desean algo más?
Nuestra respuesta fue algo confusa e imprecisa, no obstante lo cual, finalmente ella junto a su bolso se dirigió hacia el baño y, al regresar, los puntos suspensivos reemplazaron casilleros vacíos de letras sin indicios de pistas a cumplimentar nada de nada.
No resultó traumático el inmediato devenir del cercano día lunes; ella, al lado de mi box, hablaba poco o nada del inmediato acontecer dentro de su temática a desarrollar en cuanto a pormenores alrededor de un jugador de fútbol que solapadamente hubo de dejar trascender una aventura sentimental con una ex-mujer de un importante personaje ligado a la política municipal del gran Bs. As. -¿Ves? -me dijo sonriente- en algo nos vemos entrelazados en lo que nos toca reflexionar y escribir…
Yo sólo hice una mueca, como quedándome absorbido por una nueva situación sobre la cual estaba toda mi sapiencia y visualización alrededor de un secretario adjunto de la Ciudad al que habían encontrado sorpresivamente con una excéntrica suma de dinero que no pudo justificar.
Pocos días después -alrededor de una semana aproximadamente- Letilé fue trasladada como secretaria privada de un nuevo gerente de noticias del «Ámbito Artístico». Desde ese instante y por bastante tiempo, no registré una nueva presencia de su parte, el otro día la volví a ver a la distancia mientras me iba al bar de la esquina a diametrar un momento antes de concluir el término de mi jornada; ella subía sonriente al nuevo auto cero kilómetro del gerente con un destino netamente desconocido de mi parte; el mundo de los trascendidos -por un lado- y ese otro mundo cotidiano que me abrazaba con todo su esplendor: la intrascendencia de mi teclado computeril que solamente registraba esas gotas de sudor cerebral de este mundo escamoteado de privilegios para los miserables desde siempre.
De Pablo Diringuer