El gaucho Hormiga Negra fue un conocido pendenciero, terror de la policía y taita del gauchaje de fines del siglo XIX, Guillermo Hoyo, de él se trata, nació en San Nicolás de los Arroyos en el año 1837, quien fue hijo de Leonardo Hoyos y Rosa Sejas, falleciendo el primer día del año 1918.
Su apodo, que luego el escritor Eduardo Gutiérrez convertiría en novela, se origina en su padre, que era de baja altura, rubio pero que «cuando sacaba el facón«, lo hacía «picar pior que hormiga». Gutiérrez, lo describe en su obra, como «… un ser pequeño, delgado, de nariz aguda y de mirada más aguda aún.»
Mientras estaba preso en Rosario, Hormiga Negra fue reclutado para combatir en la batalla de Cepeda (1859), donde integró un cuerpo de artillería. Se dice también que participó en la batalla de Pavón (1862). Esta vivencia, sumado a sus historias de peleas en las pulperías, hicieron crecer su popularidad. Tanto fue así, que inspiró a Gutiérrez a llevar su vida al papel.
Hasta 1858 sus días transcurrían sin mayores sobresaltos y dentro del más absoluto anonimato, pero todo cambió cundo mató a un hombre por cuestiones de polleras. Hormiga Negra, argumento en su defensa que estaba borracho y no se acordaba de nada.
Así comenzó su vida de fugitivo, que se extendió por un buen tiempo, hasta que lo detuvieron luego de una pelea en una pulpería donde mató a Zoilo Hoyos.
Hormiga tuvo varias condenas, una de ellas fue a ocho años de prisión por el asesinato de la almacenera Lina Penza de Marzo, cometido el 14 de septiembre de 1902. El juez que dictó la sentencia fue Ramón S. Castillo, quien varios años después sería Presidente de la Nación (1942-1943), en ese entonces titular del juzgado del Crimen N.º 1 de San Nicolás. Años después, Martín Díaz, el verdadero asesino, arrestado por otro crimen, confesó haber cometido el asesinato de Penza, poniendo en evidencia el error judicial, razón por la cual Hoyo fue liberado.
El autor de la novela tuvo oportunidad de conocer personalmente a Hormiga Negra, esperaba encontrar a un hombre que inspiraría miedo por su extenso prontuario, pero se encontró con un hombre delgado, de piel curtida, surcada de arrugas, luciendo un bigote invadido de canas que los años le fueron tallando prolijamente.
Ya entrado el siglo pasado, cuentan que los hermanos Podestá llegaron con su circo a un pueblo del norte de la provincia y dieron vida a la obra de Gutiérrez. En medio de la función, cuando todos estaban compenetrados de las andanzas de un gaucho fiero al que llamaban Hormiga Negra, un paisano se levanta de la gradería y sin furia pero sin dejar dudas de su contundencia grita “Mienten”. Los actores callan, el público lo mira sorprendido. “Mienten les digo… y yo voy a contar como fue de endeveras” y sube al escenario a contar su historia, la del rubio Hormiga Negra.
Más tarde, en un reportaje de la revista Caras y Caretas, Hormiga Negra ventiló así su rencor: «Ustedes, los hombres de pluma, inventan cosas que interesen y resulten vistosas -dijo-. El gaucho se presta para todo. Si un pobre paisano se desgracia porque quiso mostrarse guapo y se desquita del que lo ofendió le cargan más muertos que los que matan los doctores. Así ha de ser el gaucho de novela: peleador hasta que no queden policías o hasta que lo limpien con una carabina Remington».
Sobre la novela Hormiga Negra de Eduardo Gutiérrez. Jorge Luis Borges, opinó: “Sospecho que los novelones policiales de Eduardo Gutiérrez y una mitología griega y el Estudiante de Salamanca y las tan razonables y tan nada fantásticas fantasías de Julio Verne y los folletines de Stevenson y la primera novela por entregas del mundo: Las 1001 Noches, son los mejores goces literarios que he practicado.”
Se lo presenta como un gaucho de pequeña contextura, débil, delgado, de cabellos rubios cuyo hábitat es la prisión. Y, a diferencia de Martín Fierro que es un gaucho que le “sucede matar” y de Juan Moreira que, primero, comete crímenes para vengar injusticias codificadas por su ley oral y que, más adelante mata porque se debe a su nombre o a su fama, para Hormiga Negra, en cambio, matar es un fin que se justifica a sí mismo. Mata porque sí, por impulso, a traición y por descuido. Todas estas características lo convierten en un verdadero antihéroe de la literatura gauchesca, en términos de Borges: en la refutación del mito del gaucho.
También señaló: «Sus novelas, ahora pueden parecer un infinito juego de variaciones sobre los dos temas de Hernández «pelea de Martín Fierro con la partida» y «pelea de Martín Fierro y de un negro». Cuando se publicaron, sin embargo, nadie imaginó que esos temas fueran privativos de Hernández; todos conocían la pública realidad que los abastecía a los dos.
Además, ciertas peleas de Gutiérrez son admirables. Recuerdo una, creo que la de Juan Moreira y Leguizamón. Las palabras de Gutiérrez se me han borrado; queda la escena. A puñaladas pelean dos paisanos en una esquina de una calle en Navarro. Ante los hachazos del otro, uno de los dos retrocede. Paso a paso, callados, aborreciéndose, pelean toda la cuadra.
En la otra esquina, el primero hace espalda en la pared rosada del almacén. Ahí el otro, lo mata. Un sargento de la policía provincial ha visto ese duelo. El paisano, desde el caballo, le ruega que le alcance el facón que se le ha olvidado. El sargento, humilde, tiene que forcejear para arrancarlo del vientre muerto… Descontada la bravata final, que es como una rúbrica inútil, ¿no es memorable esa invención de una pelea caminada y callada? ¿No parece imaginada para el cinematógrafo?»