Costumbres
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El Inodoro
Los primeros inodoros de Buenos Aires, datan de la década de 1880; se los importaba de Inglaterra y los llamaron “water - closet”
El Inodoro

El estudio de los elementos utilizados en la vida cotidiana a lo largo de los siglos, nos revelaron también aspectos desconocidos del trajinar de los pueblos en todas las geografías. Armas, utensilios de cocina, instrumental médico, herramientas o mobiliario, integran una extensa gama de útiles.

En ese inventario de siglos no podía estar ausente un recurso esencial que literalmente, ocupó siempre buena parte del subsuelo de los asentamientos humanos: el sitio en que la humanidad descarga sus deposiciones.

Desde la primitiva costumbre de “hacerlo” en cualquier parte, hasta algunos sofisticados inodoros del siglo XXI, muchos desechos humanos corrieron por las cloacas, ríos y arroyos del planeta.

Como otros inventos que luego se propagaron por el mundo, en Egipto fueron halladas piezas arqueológicas en la antigua ciudad de Aketatón, que se corresponden con el diseño de un primitivo inodoro (asiento de piedra con un orificio), perteneciente al reinado del faraón Amenophis IV del siglo XIV a.C. El artefacto sería una piedra caliza con un recipiente debajo del orificio; una especie de “escupidera” tan común en los hogares durante muchos años.

No olvidemos que todavía en pleno siglo XX en nuestro país, en las viviendas rurales y suburbanas los baños se construían alejados de la casa; se trataba de una letrina precaria apoyada directamente sobre el pozo ciego. También los conventillos, por ordenanza municipal después de la terrible epidemia de fiebre amarilla de 1871 en el caso de la ciudad de Buenos Aires, los propietarios estaban obligados a instalar los baños colectivos al fondo del inquilinato.

Pero rastreando los orígenes, también los romanos en distintas épocas y lugares de su dilatado imperio exhibieron los baños públicos como exponentes de su poderío. Fue habitual que en las ciudades, se utilizaran una especie de inodoros colectivos en los cuales la gente hacía sus necesidades. Se trataba de largas tablas con sus respectivos orificios y en el fondo una canaleta por la que circulaba agua en forma regular, arrastrando las inmundicias. En el caso de la capital del Imperio, el contenido de esas letrinas eran arrastrados por el agua circulante hacia la cloaca mayor que derivaba hacia el río.

Ejemplares de esos proto inodoros en perfectas condiciones fueron hallados en la vieja ciudad de Éfeso, en la actual Turquía; una urbe atravesada por las culturas griega y romana. También en Roma alrededor del siglo II a.C. fueron utilizados una suerte de mingitorios que instalados en calles oscuras, permitían a los transeúntes orinar en pequeñas vasijas que luego -se afirma- las retiraban algunos artesanos que utilizaban el contenido como emulsión ácida para trabajar sus productos, probablemente piezas metálicas.

Pero el paso de la Edad Antigua al Medioevo no resolvió el problema de las deposiciones, sino que se agravó con el crecimiento de las ciudades y el hacinamiento de la población en “burgos”. Los habitantes de los castillos solían tener sus primitivos “inodoros” en algún sitio alejado de los salones principales. El adminículo descargaba directamente a través de un largo tubo de madera adosado a la pared externa hacia un recipiente ubicado al pie del muro y que periódicamente vaciaba un sirviente. Las construcciones que contaban con un foso perimetral, que en realidad tenía un fin militar defensivo, usaban a éste como una cloaca a cielo abierto donde iba a parar todo lo que volcaba el tubo sanitario.

Antes de la Difusión Masiva de los Inodoros, – los Orientales o Turcos (Letrinas)
Fueron los Más Utilizados en las Casas de la Alta Sociedad Porteña

Los habitantes de la poblaciones que carecían en absoluto de baños, solían arrojar por una ventana a la calle y al grito de “agua va” (los más solidarios), las heces y orinas recolectadas en la casa. El piadoso grito pretendía advertir a los transeúntes para que no sufrieran un “baño” indeseado. Como no siempre se cumplía éste ritual, eran frecuentes las peleas entre la víctima sorprendida y el vecino desconsiderado.

Otro tanto sucedía con los residuos domiciliarios que se arrojaban a la calzada y eran utilizados para nivelar, más allá de los intentos modestos de algunas autoridades para encontrar una solución. Semejante “cóctel” de basura y materias fecales arrojadas a la vía pública y del escaso apego a la higiene personal, producto de la falta de medios y de la cultura imperante en la época, habrían sido las principales causas de los peores epidemias que diezmaron Europa Occidental en aquellos años.

La Modernidad acompañando el desarrollo de descubrimientos técnicos y científicos, no descuidó la búsqueda de nuevas soluciones al problema de las deposiciones humanas.

Durante los siglos XVII y XVIII aparecieron distintos modelos de proto inodoros en Europa, y presumiblemente en la Francia dieciochesca, se conoció el primo – hermano del inodoro: el bidet o bidé. A su vez en Gran Bretaña en el año 1775, el relojero escocés Alexander Cummings patentó el primer inodoro con sifón de agua limpia que bloquea el escape de olores nauseabundos desde la cloaca. La taza en general, era de cerámica o material similar. Básicamente, es el diseño cuyos principios sencillos siguen en uso hasta nuestros días. Apenas tres años después otro emprendedor llamado Joseph Bramah, mejoró el invento del escocés. Curiosamente, el bidé no tuvo suerte en Francia ya que dejó de utilizarse durante muchos años, recuperándose su uso avanzado el siglo XX. Todo lo contrario de lo que sucederá en nuestra tierra, ya que al principio fue un adminículo exótico para pocos, con el paso de los años se extendió su uso y es raro que una vivienda bien construída aunque sea modesta, no tenga bidé.

Vale recordar que los primeros inodoros de Buenos Aires, datan recién de la década de 1880; se los importaba de Inglaterra y los llamaron “water – closet”.

El Bidet Movil Nació en Francia – Los Inodoros de Codo y Tolva o Washout
Aparecieron en 1871 y Significaron una Revolución por su Descarga de Agua

En aquellos años en que la capital argentina era todavía una aldea grande, el problema sanitario preocupaba a sanitaristas y autoridades, ya que el atraso en esa materia fue evidente. Así es que en 1867 se desató una epidemia de cólera, con su escuela de víctimas. La peste se repite en 1869, pero ya estaba en construcción una pequeña red de aguas corrientes. No obstante, apenas dos años después, se abate sobre Buenos Aires la peor tragedia sanitaria de su historia: la epidemia de fiebre amarilla. El flagelo mató al ocho por ciento de la población urbana y hasta alteró la fisonomía de algunos barrios, por los desplazamientos masivos de población. Higienistas como el Doctor Guillermo Rawson, venía advirtiendo desde tiempo atrás, sobre la necesidad de dotar a la ciudad de una red de cloacas y aguas corrientes, para terminar con la anarquía de los pozos ciegos, los aljibes contaminados y el agua turbia extraída del Río de La Plata y que distribuían los aguateros ambulantes.

En 1887 la Municipalidad obliga a los vecinos a instalar inodoros o letrinas (se utiliza en cuclillas) con depósito de agua elevado accionado con cadena, pero la pequeña red de cloacas, desalienta esa iniciativa. En 1889 se instala la primera conexión cloacal domiciliaria, pero recién en 1895 se prohíbe definitivamente la construcción de nuevos pozos ciegos dentro de la ciudad. Un censo oficial cumplido en 1904, demuestra que apenas el cuarenta por ciento de los porteños estaba conectado a la red cloacal.

A su vez, el desarrollo explosivo de los conventillos debido a la inmigración masiva, complica el problema, ya que un ejército de propietarios inescrupulosos, alquilaban construcciones colectivas con una población hacinada y con baños que en muchos casos, no pasaban de un pozo ciego con una tabla arriba a modo de letrina y de uso comunitario.

Paralelamente, los ferrocarriles incorporan el inodoro en algunos casos y la letrina metálica en otros, para uso de sus pasajeros. La descarga iba directamente sobre las vías.

También otra iniciativa concretada en 1880, completa el invento; es el flotante de corcho que cierra automáticamente el depósito de agua. Trátese del tanque de agua elevado con

“cadena” o el depósito empotrado “a botón”, resuelve el histórico problema de regular la descarga de agua al inodoro o la letrina. El autor, Thomas Crapper.

El inodoro clásico tiene otros parientes que cumplen funciones similares, como el mingitorio, de uso masculino para orinar y el baño químico transportable que cuenta con inodoro, depósito de agua y tratamiento químico de los desechos.

Los Slop Sink o Vaciaderos de Udo Hospitalario

Para quienes gusten de la historia, el antiguo Palacio de Obras Sanitarias de la Nación, que es una joya arquitectónica ubicado en la ciudad de Buenos Aires, cuenta con un museo inaugurado en 1958 y una de sus secciones contiene una colección de artículos sanitarios, entre ellos un buen surtido de inodoros, que las empresas entregaban para su aprobación antes de salir a la venta. Los objetos se fueron acumulando y constituyen una curiosa variedad que el Museo del Agua y de la Historia Sanitaria expone a la población.

Para los habitantes de Buenos Aires, el inodoro tiene una cantidad de nombres que variaron según la época y las modas lingüísticas: servicio, sanitario, trono, excusado, retrete, o los más abarcativos que incluye inodoro y lavabo; tal vez bidé, hablamos del “baño” “ñoba”, y para el lunfardo clásico, el “biorsi”. En éste caso, el vocablo es producto de una doble travesura porteña: apócope de “servicio» y el “vesre” de ese sustantivo mutilado: ergo, “biorsi”.

Tal vez ningún artefacto estuvo y seguirá tan ligado a nuestras vidas, pero según datos de organismos internacionales, en el mundo existen dos mil trescientos millones de personas que carecen de inodoros, pero más preocupante aún, es que unos doscientos millones de seres humanos cumplen a diario sus necesidades, en la intemperie total.

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