Lugares y Postales
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Café La Humedad, Antes del Tango
El café no se llamaba La Humedad. En los tiempos en que se levantó a los nombres realistas no se estilaban
Café La Humedad, Antes del Tango

Pipo que iba en pijama, el Tano que soñaba con la fortuna, un gato gris, y, por supuesto, el castizo patrón eran los habituales de este café que, alguna vez, se llamó El Progreso.

El local ya no existe. El progreso lo tomó de lleno antes de que le llegara la fama, y entonces no pudo usufructuar los beneficios de la “industria de la nostalgia”.

Curiosamente, fue la única de las cuatro esquinas de Boyacá y la avenida Gaona – ¿Flores Gloria? ¿Paternal? ¿Villa Mitre, como quiere el catastro municipal? – que no subsiste tal como era hace dos, tres décadas. La farmacia, la sedería y el otro bar siguen allí, casi sin modificaciones. Quizás se trate de un símbolo; los tres tienen mucha menos historia.

El café no se llamaba, obviamente, La Humedad. En los tiempos en que se levantó a la consideración de sus parroquianos los nombres realistas no se estilaban. Un optimismo basado en algo de hechos y mucho de ilusión hacia preferir apelativos más sonoros y esperanzados. Se lo llamó El Progreso.

Pero el correr del tiempo, la desidia de los propietarios y la complicidad de algún caño de agua roto quisieron que una de sus paredes, la medianera que daba al norte, perdiese su ignito color original y se volviese verde en virtud del moho que la revestía. Los clientes formaron nota, separaron las mesas que daban contra ese muro y rebautizaron el café: sería, desde entonces y para siempre, La Humedad.

Había una mesa de billar con un pequeño zurcido cerca de una de sus bandas; un portatacos colgado precisamente de la pared que daba nombre al local; mesas de madera, sin mantel ni cobertura alguna, y sillas que, por su forma “simil- Thonet”, hoy harían las delicias que algún coleccionista de elementos antiguos. Todo bañado con luz de muchas lamparitas bastante mortecinas, en gran número sin pantalla, más un mostrador que separaba al galaico propietario de su “selecta” y consabida concurrencia.

No había salón familiar ni reservado alguno. El que quisiera esa clase de intimidad debía cruzar la avenida y entrar en el Lumiton; pero el Lumiton era otra cosa. Nada que ver con lo que podría llamarse la esencia de La Humedad.

Y la esencia de La Humedad tenía gran relación con el gato, el gato gris, al que nunca nadie quiso averiguar si pertenecía a alguna raza en especial, que se pasaba las horas durmiendo encima de una de las salas.

Los habitués sabían qué hacer con el gato: nada. Había que dejarlo donde estaba, sentarse alrededor de la mesa y olvidarse de él. Pero nunca faltaba algún nuevo que quería desalojar al bicho de su ubicación, acaso por falta de mesas libres o de sillas suficientes.

Si el planteo llegaba al patrón, la respuesta era simple: “El gato está bien ahí donde esta”. Que podía traducirse como “si no te gusta, ya sabes lo que tenés que hacer… ” Las cosas eran simples y directas en La Humedad.

¿Personajes? Si, por su puesto, aunque la característica principal era la de la camaradería sin estridencias de las barras que allí paraban. Estaba Pipo, que había vivido a dos cuadras y después se había tenido que mudar un poco más lejos, pero que igual venía en pijama a tomar el café con leche, y a veces traía la jaula con el pajarito… Pipo, que una vez había convencido a un comprador de muebles viejos de que era uno de los dueños y le había sacado una seña a cuenta de todas las mesas y sillas del café… Cuando el desprevenido llegó con un camioncito para cargar el mobiliario se llevó solamente los insultos del patrón y la cargada general; Pipo evidentemente, no vino por unos días.

Estaba también el Tano, que soñaba con hacer grandes negocios mientras revolvía el ya inexistente café del pocillo.

¡El Tano! Durante un año habló de que la cosa era fabricar y colocar veredas de goma, porque por ese lado venia la plata grande…Entretanto seguía empleado en la misma empresa, como otros seguían en el banco, y se los distinguía porque bajaban del 99, del 124 o del 106, que venían desde el centro, y se quedaban en el café, de camisa y corbata, hasta la madrugada.

La Humedad integraba una especie de centro en miniatura, con la comisaria – “la cincuenta”, simplemente, para todos-, la parroquia, el Club Social, Deportivo y Biblioteca Popular Mitre, y el baldío delimitado por Gaona, Gavilán, Caracas y Luis Viale. Nadie le llamaba el baldío; era “las canchitas”. Porque eran dos, la principal, a lo largo de Gaona, donde jugaban los mas grandes, y la de “los malos” y los mas chicos, paralela a Gavilán.

La parroquia organizaba campeonatos; la gente del café, curiosamente, no jugaba en su nombre, sino que se alineaba representando a “la cuadra de Galicia y Caracas”, o los empleados del banco donde Fulano o Mengano trabajaban. Se jugaba los sábados a la mañana, y a veces también a la tarde; “la cincuenta” mandaba algún vigilante por si había problemas, pero eso casi nunca sucedía. El triunfo o la derrota no ocasionaban demasiada angustia; si había goleada en contra había que aguantar las burlas de todos. Pero después eso quedaba atrás, porque a la noche se salía en barra plural, y entonces la amistad ganaba. ¡Hasta la mueblería de Bilardo mandaba su plante, de vez en cuando a los campeonatos de “las canchitas”!

Los domingos las filas raleaban hasta la noche, por el hipódromo o el futbol. Los más localistas eran hinchas de Argentinos Juniors, de aquel Argentinos pre- Maradona que todos los años peleaban para no irse al descenso… Había también de Ferro, que se iba y volvía, y por supuesto de los cuadros grandes, principalmente de River, vaya uno a saber por qué…

Un día alguien escribió un tango dedicado al café. Mucho después ese tango se hizo famoso, y fueron muchos los que se arrimaron por primera vez a la esquina de Boyacá y Gaona, para conocerlo. Pero ya no estaba: a El Progreso con mayúscula se lo había llevado al progreso con minúscula, que en su lugar no dejó absolutamente nada. Nada, salvo los recuerdos de algunos…
N.B. Tiempo Argentino – 20-05-86

Café La Humedad

Humedad…
Llovizna y frío…
Mi aliento empaña
el vidrio azul del viejo bar.
No me pregunten si hace mucho que la espero:
un café que ya está frío y hace varios ceniceros.
Aunque sé que nunca llega
siempre que llueve voy corriendo hasta el café,
y sólo cuento con la compañía de un gato
que al cordón de mi zapato lo destroza con placer.

Café La Humedad, billar y reunión…
Sábado con trampas… ¡Qué linda función!
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Café La Humedad, billar y reunión…
Sábado con trampas. ¡Qué linda función!
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.

Soledad de soltería… Son treinta
abriles ya cansados de soñar.
Por eso vuelvo hasta la esquina del boliche
a buscar la barra eterna de Gaona y Boyacá.
¡Ya son pocos los que quedan!
Vamos, muchachos, esta noche a recordar
una por una las hazañas de otros tiempos
y el recuerdo del boliche que llamamos La Humedad.

Tango – 1975
Música: Cacho Castaña
Letra: Cacho Castaña

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