La supervivencia en tierras marcianas se estaba volviendo el centro del universo, el hambre aquejaba a los terráqueos e incluso a la mascota transformada en Tricornio saturnal, otrora el gato Merli.
Mundo Baktron
Las personas tristes siempre generan un instante de clasificación, si se está triste se está lejos de la felicidad, cerca de las sombras y de la noche, aunque en realidad no me gusta dejarme llevar por la ignominiosa clasificación de seres. En el gran cráter ser hablaba de bacterias que buscaban la simbiosis con seres inteligentes para elevarse, transformarse y reproducirse de manera controlada, por quién o quiénes era algo a descubrir.
Aristotelius, en su momento de oratoria, dio a entender todo esto, y es más, dijo que los Baktron vivían en Marte desde hacía centurias, y que en honor a la verdad, no se sabía muy bien si eran virus o bacterias, pero desde que habitaban este planeta nada había sido lo mismo, y agregó que en cualquier momento de nuestro periplo recibiríamos a algún Baktron como obsequio de visita.
Confieso que no querría tal regalo, la visita de un Baktron, o lo que aún es más complejo, la visita de un tal Tantakrón, me hacía transpirar. Yo conocía leyendas acerca de ese ser espeluznante que alguna vez había leído en libros cuando estaba en mi amada Tierra, también sabía de la famosa Minikron, aunque pensándolo bien hubiera sido una exageración cruzarse con ambos a la vez.
Dejémoslo así, nosotros los terráqueos por un lado y los Baktron por el suyo, pero la curiosidad es hija del intelecto y no sería una mala idea verlos de lejos y en persona.
Yo me había transformado en el amartizaje, me sentía cómoda con mis tres ojos y las estrellas adosadas a mi piel, y a pesar de que muchos creían que todo esto era un sueño y que esa realidad había tomado vida en mi cerebro y contagiada a otros seres, yo permanecía fiel al aroma estelar de mi transformación.
La ironía era que en el cráter donde habíamos acampado teníamos que permanecer un tiempo más, hasta tener en claro el camino a seguir. Intuí que tarde o temprano recibiríamos los embates o tal vez la visita amable de los Baktron, después de todo ellos eran de ahí.
Ansidorius Real fiel a su gula se puso a llorar por la perspectiva de seguir comiendo rocas, deseaba masticar algo con vida. Pensó que los Baktron podrían ser una buena fuente de alimentos.
Chaofair se retroalimentaba con los minerales que manaban de su boca volcánica y de ese modo tenía el hambre resuelta.
El caso es que, Aristotelius y yo, sentíamos la incómoda presencia de ruidos en el estómago a causa del vacío, y fue entonces cuando apareció mi gato Tricornio Saturnal para paliar la situación. Hizo girar los anillos de fuego que rodeaban su cuello y en pocos segundos apareció ante la vista de todos un delicado brochette de alimentos jamás vistos.
Me encontré frente a un gran dilema: comer algo desconocido o morir de inanición. El sentimiento de sed se había apagado apenas pisé suelo marciano, pero el hambre no había desaparecido. Tensé los pómulos, y desde mi tercer ojo fluyó una luz de peligro. Esa luz roja de advertencia me hizo saber que los alimentos en brochette eran seres vivos. Pensé que quizá eran los temidos Baktron.
De repente, un ser con aspecto de hongo, orejas puntiagudas y nariz chata abrió su boca de línea para emitir sonidos ambiciosos desde el objeto acerado que lo había atravesado. Digo ambiciosos porque no paró de chillar hasta que finalmente saltó y se instaló en el ojo de Ansidorio Real para comunicarse desde allí. Una serie de quejidos se sucedieron, apelé a mis nuevos sentidos, el mapa estelar delineado en mis mejillas dio a luz un puente de comunicación. Percibí que decía palabras que me conmovieron, el hongo reveló que se llamaba Tantakron y que deseaba salvar a su hija, la pequeña Minikron de la punta de lanza, es decir del extremo del brochette.
Texto de Ana Caliyuri
Ilustración: Obras pictóricas de Tadeo Zavaleta De la Barra