Ella: -Voy a dejar esta relación… no tiene nada que ver que la sigamos con la misma cantinela de siempre en donde, me quedo tildada esperando un… no sé qué de nada de nada… Queremos cosas distintas y… Tu puerto no es el mismo en donde quiera anclar…
Yo: -Me tenés las bolas llenas con tu incertidumbre de puertos atestados de embarcaciones movibles por olas bravuconas de calenturas esporádicas ante esa visualización mirona de gustosos momentos.
Ella: -Te dije varias veces que me vengas a buscar a ese taller psicodélico del psicoanálisis en donde, luego de esa hora participativa, el profesor se regocijaba con las diferentes intervenciones de los que participábamos en la misma, y luego nos invitaba nuevamente a concurrir a la próxima clase, acompañadas de las personas que tuviesen ganas y… quizás correspondientes a nuestras parejas sentimentales… Y vos -mirá que te dije varias veces- no viniste ni una… Me sentí realmente sola… y varias personas altisonantes del mensaje receptivo y acompañados por sus verdaderamente pares, fueron, no una, sino incontables veces a ese encuentro…. Se acabó, no va más…
Yo: -Lo que pasa es que, al margen de ese mensaje primitivo de sensaciones caprichosas impuestas en ese porcentaje equilibrado hasta ese instante de balanzas equitativas, hubo de mutar para ese lado bien calentón y femenino de tu parte en donde ese tipo, a las veces, «profesor» o «profesional» del lenguaje pasional en vidas mutadas de ganas para con el otro, lo que pretendía -visto los acontecimientos sucedidos- era el intensificar territorios marcados del macho con ganas de mear… ¿O me vas a decir que, en el fondo, no querías observar cómo esa balanza de gustos, el agua de tu boca no transpiraba de ganas experimentales comparativas de machos en una especie de riña como gallos en disputa?
Ella, plagada de ojos pensativos, como excavando inventos acondicionadores en cuanto a un cierto e indispensable tiempo mágico de respuestas inmediatas acorde a la urgencia respondida del basal argumento en ciernes, continuó: -¿De qué estás hablando?… ¿Vos te pensás que en el fondo estoy cabildeando sobre tu persona y la del licenciado que nos convoca una vez por semana a derrochar esa energía equilibrista para descargar esas ganas de parte nuestra y aportar una cierta llave para descubrirnos en un nueva sensación frente al laberinto de la Vida? ¡Por favor!!
Yo: -Soy consciente del instante, ese instante surgido de tu persona como una especie de timbre indicador del dedo tuyo a punto de apretarlo y experimentar a ese otro que -mirilla mediante- hubo de mensajear «algo» que brindó semejante intención. ¿O sólo fue una moneda encontrada en el camino a punto de subir a un bondi?
Ella: -¡Dejáte de hinchar con tus metáforas a flor de piel, no me la vengas a vender que ya mi kiosquito está más que lleno de caramelos… tuve demasiados discursos predeterminados en esta especie de antesala teatral del espectáculo unipersonal tuyo que siempre desea la sala llena… no va más! ¿entendés? No mostraste para nada esa oculta o ninguneada actitud vislumbrada para con mi persona ni menos que menos el latido, ese tan deseado e íntimo retumbar ansioso del correspondiente amor ni siquiera propuesto, sino espontáneo y considerable hacia el otro que tanto se requiere para seguir construyendo ese edificio… como un gigante rascacielos acariciador de pieles sobre ese infinito de panzas con panzas al despertar lleno de sábanas y besos con o sin gallos cantores.
Yo: -¿Roclau se llama ese tan gastado nombre de tu «profesor»? ¿Sobre ese escenario del cual tanto me inventás mi exaltado ego teatral, querés verme en una inédita función conjunta para ejecutar una especie de fallo alimentador de «jueza comparativa y plenipotenciaria»?… Vos sí que tenés un kiosquito… 24 horas al frente del mostrador, no lleno de golosinas… las caretas cuelgan al mejor postor de quesos gustosos de ganas… ¿Acaso a partir de este momento seré un nuevo alumno en tu clase de «profesora» no sé de qué pindonga?
Ella: Portazo concluyente no sólo por el golpe en la puerta de su domicilio, sino en esa especie de fin de los últimos tres años de vida franelera inundada de caricias y labios paspados por sabores y alientos.
Violín en bolsa -copié legendaria frase, preso de mi revuelta sensación- y en ese raro periplo dirigido a… inéditas brújulas imantadas hacia el espacio sideral, las gomas de mis zapatos lloraban lágrimas desgranadas en ese raspar y raspar sobre el asesino asfalto… mi violín en bolsa retumbaba sobre el ambiente teatral con una especie de música terrorífica, casi lacrimosa, para terminar envanlentonadamente exhalando vapores olorosos por mi caño de escape.
Día 58 transpirado de valles y montañas recordadas de paisajes sonrientes acompañados de pieles altisonantes que ya, ni siquiera eran feriados almanequeros del abrazar a la otra…
Sonajero telefónico; -Hola… hola… ¡hola!…
Quince segundos de… «Número privado» -declaraba la pantalla celular- Desde ese otro lado el fantasma silencioso vislumbraba ganas tapadas tal vez con un simple trapo auspicioso de intenciones perimidas como pibes gustosos de un chocolate kiosquero al que no se puede saborear por un dolor de panza.
De Pablo Diringuer