En nuestra niñez no tan lejana una infaltable opción de la gastronomía vernácula poblaba los menúes: Suprema Maryland. Cuchicheos familiares le atribuían al plato la predilección -casi exclusiva- de cierta clase de señoritas. “Fijate, cuando un tipo está en un restorán con un programa, ella seguro pide Suprema a la Maryland”. No me dejará mentir Roberto Bongiorno, un estudioso preocupado por los usos del lenguaje -no digamos lengua, para evitar aclaraciones incómodas-, acerca del significado de la expresión “programa”. Décadas atrás, cuando una relación amorosa carecía de la entidad formal de noviazgo o compromiso y era sólo un affaire, una aventura, una cana al aire, se la llamaba “programa”. Así que, cuando veíamos pasar al mozo con un plato rebosante de pollo empanado, arvejas, morrones, huevos fritos, papas, panceta y banana, lo seguíamos por el salón con la mirada hasta llegar a la mesa donde –sin dudas- estaría sentada el “programa” con su acompañante, generalmente mayor para nuestros ojos.
¡Pero “el programa” era la mujer nunca al revés!
Cuánto hemos avanzado, felizmente y aunque falte mucho, en cuestiones de género y cultura patriarcal…
Otras Supremas nos aquejan por estos días.
Nadie recuerda, o desde los medios hegemónicos se encargan de que continuemos en modo amnesia, que Mauricio Macri quiso -y tuvo que retroceder- designar dos miembros de la Corte Suprema por decreto. Y que cuando no tuvieron más remedio que pasar por el Senado las propuestas del Ejecutivo, Miguel Ángel Pichetto por entonces jefe del bloque del Frente para la Victoria (¿el Pichetto bueno, el progresista, el antediluviano, cuál?) le preguntó irónicamente a Rosenkrantz qué iba a suceder, con semejante antecedente, en adelante con los jueces, el hoy Supremo respondió que tendrían que pasar por la Cámara Alta.
El presidente actual de la Corte, Carlos Rosenkrantz, sorprende sin cesar a sus pares y a la sociedad. Mientras desplegaba su ofensiva inaudita por rescatar con un per saltum a los tres jueces soldados a sus butacas de Comodoro Py, anunciaba por e-mail a sus cuatro cofrades que convocaría a la Comisión Interpoderes, encargada de agilizar los juicios de lesa humanidad que dejó de reunirse durante casi todo el gobierno de Mauricio Macri. La iniciativa responde a un reclamo específico de los organismos de derechos humanos, pero fue puesta en marcha ahora por una necesidad personal de Rosenkrantz, sobre quién recayó el 25 de septiembre un pedido de juicio político promovido por la diputada Vanesa Siley (Frente de Todes) por haber favorecido y muchas veces asegurado la impunidad de los responsables del terrorismo de Estado. Hay más de 50 causas de este tipo cajoneadas en el alto tribunal.
Rosenkrantz conformó el voto mayoritario en dos fallos emblemáticos de la era Macri: el del 2×1 –que motorizó él mismo– y el fallo Ingenieros, por el cual la Corte le negó una reparación a la hija de un trabajador de Techint desaparecido durante la dictadura. Después, en general, Rosenkrantz ha encarnado la minoría automática en cuestiones de lesa humanidad. Cuando circulan los expedientes sobre crímenes de la dictadura, suele escribir a mano “No firmo”.
Desde hace un año, Rosenkrantz está sentado sobre una causa especialmente sensible, la de la responsabilidad de las máximas autoridades del Ingenio Ledesma con secuestros producidos durante “los apagones” de 1976. En 2015, la Sala IV de la Cámara Federal de Casación anuló los procesamientos de Blaquier y de Alberto Lemos y dispuso su falta de mérito. El fiscal de Casación Javier De Luca recurrió la decisión y dijo que se trataba de un sobreseimiento encubierto. La procuradora ante la Corte, Adriana García Netto apoyó la postura de De Luca. Sin embargo, la Corte nunca trató el tema.
La vinculación es obscena: su esposa, Agustina Cavanagh, tiene una estrecha relación con los Blaquier. Cavanagh presidió la fundación Cimientos hasta que Rosenkrantz llegó a la Corte y actualmente integra el consejo de esa organización, que está ligada a los Blaquier. Cuando defendió su nominación en el Senado, Rosenkrantz dijo que su única relación con la familia era a través de Nelly Arrieta de Blaquier por ser donante en la Universidad de San Andrés, que él dirigió hasta su mudanza a la Corte. Los Blaquier también tienen casa en el selecto country Cumelén de Villa La Angostura, donde Cavanagh heredó una casa y al supremo le gusta vacacionar.
Paradojas te da la vida o de la Suprema o de uno de sus miembros: la reunión de la “Interpoderes” sale a la luz después de tanto tiempo en un contexto en que la Corte, y con particular empuje el propio Rosenkrantz, acaba de poner en escena un paisaje de conflicto de poderes alrededor de la discusión sobre la validez de las designaciones por el mecanismos de traslado, sin pasar por el Senado, que en 2018 obtuvieron los jueces Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli (los dos primeros a la Cámara Federal porteña y el tercero al Tribunal Oral Federal 7). La apertura del per saltum, que además prohibió por ahora que los tres jueces sean reemplazados, sacó de la galera una nueva causal: la sensación de gravedad institucional. ¿Dónde reside? En los medios de comunicación, los escraches, los bocinazos, las mentiras, las chicanas, el terrorismo periodístico.
El Poder Ejecutivo, por decreto había ratificado lo decidido por el Senado: el rechazo de los tres traslados. Falta la decisión de fondo de la Corte, pero el procurador interino Eduardo Casal dictaminó el sábado a favor de los tres jueces, lo cual no es vinculante para la Corte. Todavía hay final abierto.
Todo indica que el pedido de juicio político contra Rosenkrantz, presentado por Siley, nada tuvo que ver con que la Corte admitiera el per saltum del trío. De hecho, la presentación de Siley fue el viernes 25 de septiembre y la decisión del máximo tribunal el martes 29. Pero la idea de represalia y venganza K ya chorrea de todas las pantallas y la vociferan los opositores, todos socios tácitos de Rosenkrantz.
Otros programas y distintas Supremas pueblan nuestras pesadillas a sólo diez meses de haber asumido el Gobierno.