Los cuatro terráqueos descubren a Bairoleidi, una especie de hongo sirena.
Contracorriente
Yo prefería ir de a poco, y vaya a saber por qué razón, Chaofair se adelantó, o mejor dicho, lo hizo sin pensar demasiado debido a la sed de su lengua de lava. Un lago era todo lo que necesitaba para calmar su boca hirviente y pastosa. Al llegar a la orilla, el hombre se tiró al suelo y comenzó a beber sin parar. Los demás nos quedamos atónitos cuando vimos como perdía altura el lago. Claro que la sirena hongo abrió sus ojos como quien despierta con torpeza de un letargo y emitió un sonido aturdidor que duró lo que nuestras mentes soportaron. De algún modo esa especie de hongo habría comenzado a razonar y darse cuenta de que una sirena sin agua era de una inexistencia total, bah eso creí con mi mente poco desarrollada.
Chaofair siguió bebiendo agua, sin reparar en nada ni nadie de alrededor.
Con una sensación de impotencia generalizada vimos como Chaofair caía a los pies del espejo de agua cuasi desmayado y era transportado por dos seres que a simple vista parecían robots.
Aristotelius y Ansidorio me suplicaron que usara mi tercer ojo para poder ver mejor, cosa que hice a regañadientes. Enfoqué mi ojo luminoso y pude ver a esos dos seres extraños con detalle, y no solo eso, pude también escuchar una simple conversación en idioma neutro.
La robot mujer que alzaba en andas a Chaofair tenía rostro de piel semejante al rostro humano, ojos, nariz, boca y dentadura en su sitio, las orejas, si es que las tenía, estaban cubiertas por aluminio o hierro fundido o acero al carbono o algo similar, pero lo que más me llamó la atención fueron las alas que portaba en la espalda.
El robot más pequeño que la acompañaba parecía un bebé de grandes manos de metal, brazos fornidos y pies de escasas dimensiones que se adherían al suelo marciano dejando una huella profunda a medida de que se movilizaba.
Fue él quien dijo:
—Serafina, diosa de todos los robots, asiste a Bairoleidi de inmediato antes de que se convierta en molusco y no vuelva a ser quien es.
—Clark, hijo de la galaxia humanoide no debes preocuparte por esos seres primitivos que acaban de llegar a nuestra tierra. Son humanos en franca involución, hay que tenerles paciencia antes de hacer lo que debemos hacer.
Me pareció ver que esos seres robóticos tenían los ojos vacuos, al menos vacíos de comprensión.
Me sentí desprestigiada, no me consideraba un ser inferior aunque en honor a la verdad estábamos en condiciones deplorables: con sed, con hambre y con el campamento vacío sin posibilidades de comunicación fuera del radio inmediato.
Texto de Ana Caliyuri
Ilustración: Obras pictóricas de Tadeo Zavaleta De la Barra