El primer beso, desde que el mundo es mundo, se lo dio Adán a la serpiente ganado por sus malas artes. Que es así No fue a Eva, sino al áspid. Y en ese arrebato condenó a la especie humana. Entonces una voz se alzó para gritar lo obvio: “¡Perdimos el Paraíso!”. Y otra, al tanto del malhumor celestial, contestó a modo d replica: “¡Pues a joderse!”. Seguida religiosamente, la acepción castiza de la expresión puso a copular a todos con todos en aquel vergel y el hombre volvía condenarse. Ahora para siempre. Recién al día siguiente apareció Eva y el ofidio le deslizó con suficiencia: “No sabés lo que te perdiste”.
Al influjo de ese desafortunado episodio se ha desarrollado nuestra relacion con los crótalos.
Tiene altos y bajos. Con suerte diversa, de tanto en cuanto aparecen penitentes empeñados a besar víboras. En la boquita. Lo hacen para expiar culpas de aquel histórico y originalísimo pecado. Es una inclinación peligrosa. Muchos terminan morados como morcillas descompuesta al sol, los ojos dados vuelta, perdidos en la sinrazón, el garguero reseco y la piel astillada.
Un buen veneno, como un beso de amor, a veces es letal y rápido. Otras no tanto porque el antídoto resiste hasta el divorcio. La cobra real presume, entre todas las especies conocidas liberadas del mal de la fiebre uterina, del mayor poder de ponzoña. Por supuesto la eligen los besuqueiros y van hacia ella como la mosca a la miel.
Pasto para este mundo global y mediático, un malasio marcha ahora en procura de una muerte estelar, o una existencia decorosa según se vea. Hace dos años, Shahimi Abdul Hamid, un ex encantador de serpiente de 33 años, le dio cincuenta y un besos a una cobra. En fin, cada cual con su música. Y yo con la mía.
Auguste Rodin dejó al universo, en 1886, una formidable lección impresionista sobre la inconmensurable dimensión del beso. Tan mágica que el mármol se ha vuelto carne Para tomar conciencia de la mutación basta espiar el conjunto escultórico. Desde cualquier perfil puede verse como se intensifica el momento mismo de la pasión, preludio de conductas antropófagas.
Hay galerías interminables de besos: de madres, hijos, abuelas y tías; de hermanos, sobrinos y amigos; de esposas, novias, amantes; de funcionarios, obispos, gremialistas y alcahuetes. Está también el beso del infierno y agrupa al besa del vampiro, que clava los colmillos después de la seducción; al beso anal, parte del proceso de iniciación de las brujas durante el aquelarre; al ius osculi, pariente cercano del derecho de pernada; al beso de la mafia, que suena a obra póstuma.
En ese tema puntual nada como el beso final, a modo de sentencia de muerte, que Michael da a su hermano Fred en la película El Padrino. Ya en el cine, para muchas estrellas y críticos, el beso de Ingmar Bergman y Humphrey Bogart, en Casablanca, es todavía insuperable frente a un millón de besos.
Como expresión de cariño y afecto entre personas adultas, la costumbre de besarse apareció en Europa durante el siglo VI. Censurado durante la Revolución Industrial como expresión pública, su uso se redujo al ámbito privado y allí se refugió por mucho tiempo. Después se besó en la mano a personajes poderosos (todavía se estila) y en la mejilla a iguales. Hoy está cada vez más extendido como forma de saludo universal. En la administración del recurso los europeos son dispendiosos, los orientales discretos y los norteamericanos sobrios. ¿Y usted?
En el Mayo Francés del 68 el beso fue, además de un símbolo de amor, sinónimo de rebeldía.
Amplió su tipología durante aquellas jornadas y siguió creciendo. Por estos días puede ser ritual, litúrgico, sagrado, mágico, místico, lingual, sexual, amoroso, pasional, alegre, dulce, salvaje, febril, sabroso y hasta antológico.
Cierre los ojos por un momento y piense con cuantas y cuáles de estas sensaciones se ha sacudido últimamente. Sabrá entonces todo lo que ha callado, o lo que ha dicho, con sus besos.
Por Lorenzo Amengual – Debate – 26-04-08
Venganza
Acercate mi alma… Siento que este frío
se mete en mi pecho como un ventarrón.
Abrazame fuerte, cariñito mío,
pa’ morir pegao con tu corazón.
Quiero darte, vida, mi postrer suspiro
apretao al beso que me vas a dar…
¡Pucha, con la suerte!… ¡Cuanto más te miro,
más siento este nudo que me quiere ahogar!
No me dejes solo,
no te vayas mi alma…
dame un beso grande,
de esos que das vos…
No te quedes muda,
ni mirés con rabia,
¿no ves que me muero
sin perdón de Dios?
Vení, dame un beso…
¡Pucha… cómo sos!
Y ella, mientras tanto, con rencor salvaje,
se acercó riendo viéndolo morir.
“¡Cuánto mal me has hecho!” y, pa’ más ultraje,
lo insultó sin asco pa’ verlo sufrir.
“Esta es mi venganza”, gritó como fiera.
“¡Morís como un perro!… como lo que sos”.
Se llegó a la calle, sin mirar siquiera,
y siguió en la noche gimiendo la voz.
Tango – 1934
Música: Luis Rubistein
Letra: Luis Rubistein