El/la acompañante terapéutico/a (A.T.) que trabaja con niños debe conocer la importancia del juego, porque en muchas situaciones un niño con dificultades requiere de un A.T. que lo ayude a construir un juego que alivie sus conflictos, culpas y miedos, pide que lo sigan para cruzar el puente entre su mundo interior, a veces incierto o fragmentado y la realidad que el niño no puede preservar, expresarse y/o vivir.
Se podrá mantener y orientar el juego de forma saludable, junto con el niño, se pueden construir soluciones creativas o reconstruir juegos que el niño pide mejorar. Puede brindar el A.T. opciones y esperar que el niño cree el contenido. Siempre hay que tener en cuenta que hay que tener cuidado y no atacar al niño con su propio juego.
La ayuda terapéutica actúa como un puente que permite al niño pasar del sufrimiento al bienestar, de la incertidumbre a la esperanza, de la desconexión a la conexión, del silencio a las palabras. Si el niño no puede jugar, el A.T. debe crear un espacio de confianza para animarlo a recorrer el camino que va desde su solitario mundo interior hacia una realidad subjetiva y compartida.
Primero hay que crear un vínculo que salve al niño de la pasividad y la confusión, pero no de manera intrusiva, sino de tal manera que el niño pueda identificarse con la propuesta del A.T. porque sólo así sentirá que hay algo en ella, que es el deseo lo que lo impulsa. Si el niño solo se atreve a jugar en presencia del A.T. es porque previamente se ha establecido un vínculo de confianza. El niño no juega con nadie, sino sólo con quienes le agradan. No se debe jugar a ser un niño, sino que se debe jugar «con» el niño y apoyar su deseo lúdico, acompañarlo en la búsqueda y desarrollo de la imaginación y la creatividad.
El psicoanálisis hace al niño responsable, dice Freud en la Conferencia 34, que debe afrontar el deseo y sus consecuencias. Llama al niño «su majestad el rey», lo ve como un ideal. Lacan lo abordará como objeto, el acento está puesto en un goce, el suyo propio y el de sus padres.
Es importante destacar que el cuerpo es una construcción y que no nos es dado de antemano, si el organismo, pero no el cuerpo como concepto psicológico. Destacamos aquí el estadio del espejo, formador del yo, cuando el niño percibe su imagen como siendo la suya propia, así como la de un semejante y se identifica con ella.
El enigma de la sexualidad convierte al niño en un explorador, permite a cada uno construir la suya propia, a diferencia de los animales ya determinados por la naturaleza. Creemos que la transferencia inherente a todas las personas es la base para el trabajo terapéutico siempre sabiendo la diferencia con el trabajo de los terapeutas. La idea es crear un espacio diferente donde cada caso sea único y construir con cada niño una estrategia en base a su singularidad.
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