Dos días antes del estallido de la candidatura de Perón, el domingo 2 de julio de 1945, el Embajador Spruille Braden llegó a la estación Retiro. La denominada “resistencia” esperaba el regreso del diplomático, quien había concretado una suerte de gira por el litoral argentino.
¡”Vivan los Estados Unidos! ¡Libertad! ¡Democracia! ¡Elecciones!” Tales fueron las palabras del coro de hombres y mujeres que ovacionó a Braden a las 23 de aquel domingo. El enviado de Washington, que pocas semanas después sería llamado al Departamento de Estado para cumplir las funciones de Subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, escuchó complacido la persistente solicitud de comicios en la Argentina. “Todo va a cambiar muy pronto”, anunció a quienes se le acercaron, formando un círculo de hierro en torno de él, de su mujer y de su hija.
Con una perspectiva de dos décadas se advierte claramente que tanto Braden como sus amigos argentinos estaban convencidos de que el Embajador tenía las condiciones necesarias para cumplir una misión cas mesiánica antes de partir: anular al peronismo.
Ex ministros y futuros ministros de gobiernos nacionales se apretujaron, el 2 de julio, junto a Braden. Carlos Saavedra Lamas, José María Cantillo, Enrique Cantillo, Alberto Hueyo, Jorge E.Coll, Alfonso de Laferrere, Adolfo Bioy, José María Paz Anchorena, Otto Bemberg, Federico Bemberg, Celedonio Pereda, Carlos del Campillo, y el contraalmirante Eleazar Videla, integraron el parnaso bradenista de esa noche. Ya fuera de la estación Retiro y con una agenda desbordante de entrevista para los días siguientes, Braden fue seguido por centenares de adeptos. Uno de ellos, Antonio Santamarina (h.), fue juzgado como demasiado recalcitrante en sus denuestos contra el régimen, y pasó la noche en la comisaría 46ª.
La campaña provincial de Spruille Braden había comenzado el 20 de julio, en el Jockey Club de Santa Fe. La Universidad del Litoral también quiso recibirlo y el paraninfo resulto estrecho, a pesar de que la lluvia parecía inundarlo todo El Rector Josué Gollán (h) comparó a Braden con la presencia de una esperanza de cambios para la Argentina. “Esta invitación- remarcó- interpreta el sentir de toda la juventud universitaria argentina”. El Embajador decidió hablar sobre la política de nueva vecindad: según él, la historia de la diplomacia norteamericana de los últimos años demostraba, sin ambages, que ese era el objetivo cumplido. “No comprenden a los Estados Unidos- sentenció- quienes no saben ver la profunda y generosa vena idealista y religiosa que corre por el fondo de su carácter”.
Al llegar a Buenos Aires, el carácter de Braden terminó de endurecerse contra Perón. En Santa Fe había recibido noticias exactas acerca del acto con que el peronismo lo atacó en el teatro Casino. “Muera el chancho norteamericano”, “Muera Braden”, eran el denuesto que le indignaban hasta el peronismo. En el Ministro de Relaciones Exteriores argentino, aún quedan funcionarios que recuerdan a furiosa reacción del Embajador cuando comentó en la Cancillería el episodio del Casino.
El propio Canciller, doctor César Ameghino, debió declarar públicamente que el gobierno nacional condenaba tales manifestaciones, así como la difusión de militares de panfletos como Braden y los Estados Unidos que en esos días revolotearon por las calles porteñas. “Como se había decidido- explicó Ameghino- dejar libertad plena para manifestar públicamente las distintas opiniones, las autoridades policiales al empezar el reparto de volantes agraviantes el Embajador Spruille Braden, no tomaron intervención pues no conocían el texto (…)”
Pero la guerra entre Braden y Perón trascendió las calles de Buenos Aires. En Nueva York, y las otras ciudades norteamericanas y europeas, la prensa dedicó espacio al comentario de este enfrentamiento. El New York Times opinó: “La actitud de los coroneles parecía lograr sus objetivos de sojuzgar. Al parecer se había eliminado o silenciado a la oposición. Pero los argentinos son de una raza diferente a la de los europeos, con quienes dieron resultado esos procedimientos.” Tal párrafo aludía al recibimiento que los “resistentes” concretaron a Braden el domingo 22.
La oposición al régimen de Farrell y Perón dio en esa semana más muestras de condenación.
Trescientas sesenta firmas se unieron en un manifiesto para apoyar la política norteamericana, y la Unión Cívica Radical hizo su advertencia: “Las Fuerzas Armadas deben retomar el camino de su misión específica, dejando que el pueblo resuelva libremente su destino.” Braden mismo transformó sus oficinas en una suerte de congreso antiperonista: ocurrió el miércoles 25, curiosamente un día después del lanzamiento de la candidatura de Perón por los irigoyenistas.
De acuerdo con las propias palabras del diplomático estadounidense, la reunión en la embajada tuvo por objeto agradecer las muestras de solidaridad frente a las hostilidades de ciertos grupos contra su persona y su país“.
Si esas hostilidades habían partido de “gente desclasada y de individuos con cara de sindicato” como llegó a decirse en el homenaje a Braden el Embajador recibió el 25 la solidaridad de los notables de entonces, un respaldo que pareció conformarle. Estuvieron allí el Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nacional, doctor Roberto Repetto; el ministro de ese tribunal, doctor Benito Nazar Anchorena; los Rectores de las Universidades Nacionales de Buenos Aires y Córdoba, doctores Horacio Rivarola y Rodolfo Martínez; el Presidente del Jockey Club de Buenos Aires, Félix de Alzaga Unzué, Américo Ghioli y Sebastián Soler.
Contrataques
El coronel Perón no se amilanó por estas manifestaciones. En los días siguientes repitió sus apariciones públicas. La institucionalización de sus ideas en materia laboral engendró un nuevo hecho. Se trató de dotar de una filosofía a la Justicia del Trabajo, flamante fuero creado por el decreto- ley 32.347/44. “Este fuero- describió Perón- debe dar absoluta garantía para obreros y patronos.”
Después fue la búsqueda del sufragio femenino: el jueves 26 de julio, Perón hablo desde el estrado de la Presidencia de la Cámara de Diputados- un recinto sin legisladores desde la Revolución del 4 de junio de 1943-, al sesionar allí la Comisión Pro-Sufragio Femenino, con la directa inspiración de la Dirección de Trabajo y Asistencia de la Mujer, organismo que también dependía del coronel. Lucila de Gregorio Lavié, Rosa Latiz Barregán argumentaron en favor del voto de la mujer, una medida que, según fuentes consultadas por Primera Plana, ya reclamaba obsesivamente Eva Duarte.
En este acto, Perón formuló un compromiso: “Es imperiosa la necesidad de reconocer los derechos de la mujer, a fin de salvar una lamentable omisión constitucional. Prometo empeñarme para que el voto femenino sea pronto una realidad argentina. “Años después, en 1951, Eva Perón diría que pensó en el voto de la mujer y en la creación del partido peronista femenino “porque únicamente las mujeres serán la salvación de las mujeres.”
Mientras tanto, en el inmenso anfiteatro de los sucesos mundiales, otros votos quitaban del gobierno el Primer Ministro de Gran Bretaña, Winston Churchill, en ese momento asistente a la conferencia cumbre de Potsdam, junto a Truman y Stalin; Clement Attlee advenía al poder.
En la Argentina, Juan Domingo Perón se convenció de que acababa de dar un paso al más allá: era candidato a la cúspide y por el camino constitucional
(Copyright by Primera Plana) – Fragmento de Historia del Peronismo – 20-07-65