Al consolidarse el país agroexportador a partir del primer gobierno de Julio Argentino Roca (finalizada la llamada “Conquista del Desierto” a la que le siguió un reparto generoso de tierras conquistadas entre un grupo reducido de latifundistas), se afirma la construcción de un Estado Nacional centralizado, se definen las fronteras internacionales, leyes civiles, etc. Argentina parece encarrilada en su papel de granja de las metrópolis, en particular Gran Bretaña. Las clases dirigentes argentinas veían en la riqueza agro ganadera la clave del progreso y sus beneficios infinitos.
Con la derrota militar del caudillo montonero Felipe Varela y el entrerriano Ricardo López Jordán, la Patria Vieja de la divisa punzó parece extinguida. Restos de su militancia se refugian en el Partido Autonomista bonaerense y en una nueva fuerza en la que participan además de antiguos criollos, las primeras camadas de hijos de inmigrantes: es la Unión Cívica.
La organización liderada por Bartolomé Mitre y el hijo de mazorquero Leandro N. Alem, se unen para oponerse a la sucesión de gobiernos fraudulentos, pero Mitre termina asociándose a Roca en el flamante Partido Autonomista Nacional (PAN). Entonces Alem y su sobrino Hipólito Yrigoyen, entre otros, lanzan la Unión Cívica Radical (UCR). Su programa es simple pero definitorio: exigen respeto a la voluntad popular y plena vigencia de la Constitución Nacional; su método, la abstención revolucionaria. Los radicales, “cívicos” les llama el pueblo, se niegan a ser parte del fraude y en 1890 emprenden su primera insurrección armada. El movimiento fue derrotado, pero provocó la caída del tambaleante gobierno de Miguel Juárez Celman, en medio de una irrefrenable inflación, corrupción administrativa y especulación bursátil. Roca tenía el camino al poder abierto.
Tres años más tarde y decididos a derrocar al “régimen”, los radicales se alzan nuevamente en armas, pero otra vez son derrotados. En 1896 Alem se suicida y su sobrino Hipólito, se convierte en el líder indiscutido del movimiento de las boinas blancas.
Los sucesivos cambios de gobierno y las rencillas domésticas del conservadurismo hegemónico, no modifican su esencia fraudulenta en las prácticas electorales, incluyendo el segundo gobierno de Julio Roca.
Paralelamente, Argentina se va convirtiendo en el “Granero del Mundo” y granja privilegiada del Imperio Británico. Las inversiones extranjeras se concentran en los servicios públicos, en particular, ferrocarriles y obras públicas. Son los años en que la oligarquía criolla celebra la concentración de su riqueza con lujosos palacios y se prepara para festejar el Centenario de la Revolución de Mayo, mostrando al mundo sus logros. La contracara es la creciente pobreza, el hacinamiento de masas de inmigrantes en los conventillos y la difusión de las ideologías “subversivas”, como anarquismo y socialismo entre los más pobres. No obstante, el radicalismo expresa a una masa criolla no menos careciente que la extranjera, pero que reivindica sus raíces nacionales y conductas políticas que delatan los orígenes federales y en las provincias, el pasado montonero no muy lejano. A ello, hay que sumarle las crecientes capas medias que buscan su protagonismo.
Paralelamente, el suicidio de Leandro N. Alem en 1896, allana el camino definitivo de Hipólito Yrigoyen a la conducción partidaria. Por su parte, las clases dominantes que en general aborrecen su naturaleza hispano criolla, son anglófilas en lo económico, afrancesadas en su cultura y se autodefinen como “civilizados” y “progresistas”. El viejo prejuicio sarmientino “Civilización o Barbarie”, se traslada a la oligarquía del “Granero del Mundo”.
Esas dos Argentinas enfrentadas que crecen y se diferencian aceleradamente, vuelven a hacer crisis en 1905, cuando una nueva insurrección armada cívico militar liderada por Yrigoyen, tiene en vilo al país durante varios días. La fuerte presencia de militares en el alzamiento inquieta al poder, pese a que el gobierno del presidente Manuel Quintana (P.A.N.), lo puede reprimir. No obstante, los sectores más lúcidos del poder político toman conciencia acerca de la imposibilidad de mantener ese estado de cosas indefinidamente. Es así que en 1912 bajo la presidencia de Roque Sáenz Peña fue sancionada la ley N° 8871 llamada “Ley Sáenz Peña” que permitía votar a varones mayores de 18 años, nativos o naturalizados, emitiendo el voto secreto y obligatorio.
Recién en 1951 a instancias de la norma sancionada cuatro años antes, las mujeres votaron masivamente en todo el país junto al padrón masculino.
En 1916 la fórmula Hipólito Yrigoyen – Pelagio Luna (UCR), asume la presidencia de la Nación, en elecciones libres por primera vez. El presidente interviene varios gobiernos provinciales, acusándolos de ser producto de comicios viciados. Al poder expresarse democráticamente la civilidad, parece cumplido el principal objetivo del radicalismo, pero en su práctica ejecutiva no se limitó a la “Reparación al Pueblo” en el terreno electoral, sino que desarrolló una política internacional americanista, neutralidad en la Guerra Mundial y repudio a la Sociedad de las Naciones, por considerarla patrimonio sólo de las potencias vencedoras en el conflicto. Creó la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, frenó atropellos de los ferrocarriles extranjeros, impulsó la creación de una Marina Mercante nacional y leyes protectoras de los inquilinos frente a los abusos permanentes de los propietarios. También promovió en 1917 la creación de un Banco de la República (rechazado por el Congreso Nacional), apoyo a la Reforma Universitaria de 1918 y otras medidas que demostraban una vocación muy distinta a los sectores que detentaron el poder político hasta 1916. Su gobierno no afectó el poder terrateniente ni impulsó medidas estratégicas en otros planos económicos y tuvo su lado oscuro con las masacres obreras de 1919 (Semana Trágica) y los fusilamientos de peones huelguistas en La Patagonia (1921).
Todavía hoy se discute si los represores actuaron en ambos casos por decisión propia o recibieron órdenes del gobierno; pero la responsabilidad política recayó como correspondía, sobre el Poder Ejecutivo Nacional.
En líneas generales, la lucha de “La Causa” contra “El Régimen”, (radicalismo vs. conservadurismo) demostró que la antigua contradicción entre dos modelos de país seguía vigente. A Yrigoyen lo sucedió Marcelo T. de Alvear administrando el país sin mayores sobresaltos, pero el mundo del “Progreso Indefinido” que imaginaron las grandes potencias del siglo XIX, se hundió en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. El liberalismo que enarboló las banderas de la libre competencia como sistema, había entrado en crisis con el surgimiento de los capitales monopolistas y la guerra fue su consecuencia inevitable. El surgimiento de la Rusia Soviética, el fascismo en Italia (luego en Alemania) y una serie de dictaduras de extrema derecha en Europa, anunciaban el final del mundo feliz decimonónico de los dueños del poder. Las democracias tal cual se las conocía, estaban peligrando.
Nuevas ideas recorrían el mundo; algunas para mejorarlo, otras, para mantener el statu quo. La filosofía de gobierno del radicalismo yrigoyenista basada en el pensamiento humanista de Karl Krause, también estaba en riesgo.
En nuestro país surge una corriente intelectual admiradora del fascismo y del dictador español Miguel Primo de Rivera y tiene como uno de sus referentes al pensador francés de derecha Charles Maurrás, entre otros. Los fascistas criollos repudian al liberalismo, al comunismo (el anarquismo estaba en extinción), a la democracia y la participación popular en política. Exigen gobiernos totalitarios conducidos por una élite. Sostienen que la democracia “… se traduce en la práctica como una dictadura incontrolable de la canalla, como un trampolín ideal para los demagogos, duchos en engañar al pueblo, puedan saltar a las alturas y satisfacer allí sus apetitos de riqueza y de mando”, afirma el historiador Ernesto Palacio. (1). A esa tendencia pertenecen también los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, los periódicos “La Nueva República”, “la Fronda” y otras publicaciones.
En los años 20 el poeta Leopoldo Lugones, luego de un tránsito ideológico que lo llevó desde la izquierda y un paso por el liberalismo a un nacionalismo filo fascista, se convierte en el vocero más reconocido de esa línea. En 1924 en el Centenario de la Batalla de Ayacucho que dio la libertad a Perú, el poeta cordobés pronunció en un acto oficial su discurso conocido como “La Hora de la Espada”. Allí repudia la democracia porque deriva hacia “la demagogia y el socialismo”. Considera a los militares como reserva moral de la Nación y sostiene que “Ha sonado otra vez para bien del mundo, la hora de la espada”.
Lugones propone como sus correligionarios, un gobierno aristocrático en manos de una minoría.
La pieza oratoria suena en los oídos del nacionalismo de derecha y también en muchos uniformados argentinos, como un toque de clarín.
El “crack” financiero de Wall Street en 1929, afectó al mundo entero, salvo a la Unión Soviética que ensayaba su experiencia socialista basada en la “dictadura del proletariado”, con una economía conducida férreamente por el Estado. El mundo financiero internacional no tenía organismos reguladores del flujo de capitales como el F.M.I. (armado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial por los vencedores del conflicto) y la crisis se llevó puestas a economías que por su solidez, parecían eternas.
Argentina como se ha dicho por su carácter anglo dependiente en materia de exportaciones, sufrió duramente las consecuencias de la retracción mundial quedando al desnudo el carácter endeble de nuestra estructura económica y en consecuencia, la fragilidad de una democracia sólo sustentada en los votos.
Durante todo el año Treinta arreciaron los cuestionamientos al segundo gobierno de Yrigoyen que en 1928 se había impuesto en las urnas masivamente. El castigo llegó desde la derecha y también desde la izquierda. Los universitarios beneficiados por La Reforma de 1918, la izquierda que denunciaba el presunto “fascismo” del gobierno, la prensa y por supuesto, los sectores económicos que veían al gobierno constitucional como un obstáculo para imponer la “mano dura” que les garantizara mantener sus privilegios. Había llegado la Hora de la Espada. Un sector del radicalismo autotitulado “antipersonalista”, se sumó al festival golpista.
El 6 de septiembre de 1930 el general (R.E.) José F. Uriburu al mando de una columna de cadetes del Colegio Militar de la Nación, tomó el gobierno. Yrigoyen había delegado el mando en el vicepresidente Enrique Martínez y al otro día fue detenido y enviado a la isla Martín García. Dos meses antes, Leopoldo Lugones en el Jockey Club se ofreció a Uriburu a colaborar con el golpe; éste le ofreció la redacción de la proclama, la que sufrió modificaciones por recomendación del general Agustín P. Justo, quién heredaría el gobierno después de las elecciones fraudulentas de 1932.
Bajo el imperio de la Ley Marcial, Uriburu fusiló militantes anarquistas, hubo miles de detenidos y torturados y los nacionalistas que como Lugones habían apoyado el golpe, fueron los primeros decepcionados.
“En vez del grupo joven y ágil que habría exigido la realización de un programa revolucionario, Uriburu exhumó un elenco de valetudinarios (salvo alguna que otra excepción), que parecían haber sido conservados en naftalina durante los tres lustros de auge radical, e hizo de ellos sus ministros y sus interventores en doce provincias” (2).
El gobierno real pasó a manos de lo más rancio del poder oligárquico de siempre. Después de la represión salvaje y unas fallidas elecciones en 1931, al año siguiente y mediante un comicio fraudulento, asume Agustín P. Justo.
Uriburu fallece y su pretensión de reformar la Constitución Nacional para darle un contenido fascista, murió con él. Abundan los grupos militarizados de derecha, pero sin liderazgo. La apropiación de todo el poder por la oligarquía conservadora, desconcierta a los nacionalistas que no ven claro el problema de la dependencia argentina. Sólo una fracción radical (FORJA), denuncia con datos duros el sometimiento argentino al imperialismo inglés.
A su vez, Leopoldo Lugones encabeza la agrupación Guardia Argentina que declara luchar contra el liberalismo extranjero, pide más participación militar en la educación y se propone la independencia económica mediante la industrialización del país y critica a quienes sólo se interesan en la riqueza agro ganadera. Esta línea de pensamiento con algunos puntos en apariencia “progresista”, naufraga al afirmar que sólo puede llevarla a la práctica el Ejército y negando la participación popular en un marco democrático.
Lugones alentó a Uriburu y le llevó sus propuestas, pero el dictador ya estaba cercado por la oligarquía liberal; luego lo intentó con Justo, a quien no le interesaba cambiar nada. Su agrupación se fue desintegrando y el remate para confirmar el carácter entreguista del gobierno, fue el Pacto Roca – Runciman (1935), con el cual se resignó la soberanía económica y hasta los transportes de la ciudad de Buenos Aires, a cambio de que el Reino Unido siguiera comprando la cuota de carne que por la crisis, Londres había suspendido. La Década Infame estaba en su apogeo. Las expectativas lugoneanas iban de mal en peor, ya que nuestro país reforzaba su dependencia de Inglaterra en medio de la crisis económica cuyo clima social son fiel testimonio los tangos como Cambalache y Yira, Yira de Enrique S. Discépolo.
El fracaso político y un presunto problema sentimental, habrían alcanzado para que en 1938, el padre de la poesía modernista argentina y pretendido impulsor de una Argentina potente y nacionalista pero antipopular y aristocrática, se suicidara ingiriendo cianuro.
Sus simpatizantes políticos lo recuerdan como el paradigma intelectual opuesto al “populismo” yrigoyenista. La realidad es que Yrigoyen reconquista la soberanía política para nuestro pueblo, toma algunas medidas antiimperialistas y esboza un proyecto de país independiente; sin poder evitar las contradicciones que caracterizaron sus gobiernos. Pero sin dudas fue un líder de masas enrolado en una línea nacional que para muchos, arranca con Juan Manuel de Rosas; quien también tuvo su antítesis en Domingo F. Sarmiento.
Lugones a diferencia del jefe radical, líder de masas, nunca dejó de ser un intelectual solitario. En su última etapa repudió profundamente el liberalismo, pero mucho tiempo vivió de salarios pagados por el Estado Liberal, como también fue pluma privilegiada del diario La Nación, entonces la “Tribuna de Doctrina” de la oligarquía terrateniente. El enorme prestigio que le brindó su abundante literatura, no le alcanzó para instalarse como referente político.
Los sucesivos fracasos de sus apuestas en ese terreno así lo demuestran. También decía querer una “Grande Argentina”, pero dirigida por una aristocracia sostenida por las bayonetas. Despreció la “canalla” que conducía el “demagogo” Yrigoyen, como Sarmiento lo hizo con la “chusma” y la “barbarie”.
Lugones e Yrigoyen: dos visiones de pueblo y Nación, que en definitiva encubrían los modelos antagónicos de país que de tanto en tanto, continúan poniéndose en tensión, sin una resolución definitiva.
1) Historia Argentina – Hyspamérica – Editorial Sarmiento, Bs. As, 1992.-
2) Palacio Ernesto, Historia Argentina. Citado por Navarro Gerassi Marysa – Los Nacionalistas – Ed. Jorge Álvarez – Bs. As. 1969.-