Dea Ram confiesa la misión que tienen en Marte: devolverle la esencia marítima a Bairoleidi, diezmar al dios menor hasta convertirlo en polvo cósmico, echar fuego sobre viejas dominaciones y sobrevivir con el propio llanto hasta hallar al inmortal Gilgamesh o alguno de su descendencia para morir en sus brazos.
De Números y Supervivencia
La suerte está echada, también aquí, aunque debo confesar que establecer contacto con Bairoleidi fue más fácil de lo que creíamos. Llegamos Chaofair, Aristotelius, Ansidorio y yo al lago perfecto.
Con solo pisar la orilla, el cielo se develó colmado de incontables estrellas, una al lado de otra nos hacía guiños, señales emitidas de forma intermitente que con el tiempo supe que era un código similar al morse.
Un cielo de pintas blancas y amarillas nos envolvió. Bairoleidi dormía. El pez Koi, su ladero, buscó nuestra lengua zambulléndose y emergiendo, varias veces, hasta que por fin la sirena se despertó. Puso las orejas en ángulo obtuso, entornó los párpados y se dispuso a escucharnos.
—Bairoleidi, necesitamos de tus dones para detener los embates de Tantra—le dije en lengua de señas.
Los gestos de hartazgo son notorios en cualquier terreno. La sirena salió del espejismo e hizo una mueca interrogante. Comprendí que debía ser más explícita.
—Soy una pieza del proyecto Gribón, estoy aquí ayudando a la supervivencia de la raza humana. Debemos hallar una terráquea para cruzarla con los influjos de Chaofair o de Ansidorio o de Aristotelius. Sobrevivir es importante, pero no cruzarse con los Clark también —respondí apenada.
Yo sabía muy bien que un humano con un robot daría como resultado una raza errática. También sabía que en esas condiciones cualquier dios menor como Tantra se apoderaría de las voluntades de esa cruza “non sancta” y Marte sería un lugar inhabitable.
—¿Qué puedo hacer desde mi mundo de espejos?—respondió Bairoleidi con voz de eco espacial lo que nos provocó un gran aturdimiento.
—Detener la ira de Tantra —dije.
—La ira es un sentimiento menor, será engullido por la oscuridad—respondió segura la sirena.
—¿Cuándo sucederá eso?
—En pocos días, después de la sed de poder, sobrevendrá una gran tormenta cósmica. Está escrito: las leyes de la luz no admiten dioses menores con afanes de subyugo. Solo hay que esperar el apagón universal, la supervivencia no será cuestión de números sino de esencias.
Dicho esto, se volvió a dormir. El cielo comenzó a ensombrecerse y dejamos de ver estrellas para ver planetas que considerábamos extintos. Tuve la imperiosa necesidad de comunicarme con mi mentor. Pero sabía que ello traería aparejado explicaciones que aún no estaba dispuesta a dar. Por vez primera mi historia estaba en el umbral del fin del proyecto Gribón.
Texto: Ana Caliyuri
Ilustraciones: Tadeo Zavaleta de la Barra