Picasso y Dora Maar, la Historia de un Amor
Un ruso con cara gentil y anónima de nuevo rico, y abdomen rubicundo, pago en la subasta de primavera boreal de 2006 en el Sotheby’s, de Nueva York, 95,2 millones de dólares por un óleo de Pablo Picasso, Dora Maar con Gato (1941).
El extraordinario retrato vendido ahora evoca a una mujer de tumultuosa vida, notable fotógrafa, modesta pintora surrealista, amante y musa inspiradora del virtuoso malagueño durante diez años, entre 1936 y 1946. La compleja relación marcó una etapa bella, fructífera y terrible en la creación y re- novación estética de quien fue, tal vez, el artista más significativo del siglo XX.
Dora Maar había nacido Theodora Markovitch en Paris, hija única de un arquitecto cata se crio en Buenos Aires de los tres a In diecinueve años. De vuelta a su terruño natal y aconsejada por Henri Cartier-Bresson se acortó nombre y apellido Descubrió que fotos, cámara en mano, aceleraban sus palpitaciones y abrían paisajes y gentes en un camino hacia el descubrimiento Persiguió a Man Ray, para convertirse en ayudante, pero no tuvo suerte. La cobijó sin embargo el retratista húngaro Claude Bra-ssai, obsesionado por las malas costumbres las meretrices envueltas en sombras. Montó luego, enrolada en el movimiento
Nueva Fotografía, su estudio propio en sociedad con Pierre Kéfer, quien había trabajado con Luis Buñuel.
Tenía 29 años cuando conoció a Picasso. Ella ya era una leyenda erótica, agitada por la exaltación izquierdista de la época, que había pasado por los brazos y el desenfreno sexual del escritor Georges Bataille («un descendiente del marqués de Sade» bromeaba Brassai) El fauno genial había cumplido 55 años y todavía recibía es paródicamente en su cama a Olga Kokhlova y disfrutaba la compañía de la bellísima Marie-Therese Walker, futura suicida. Aunque se habían visto antes, en un rodaje de Jean Renoir, los presento formalmente Paul Eluard en el café Deux Magots. Ensimismada, jugaba sola en una mesa a clavar una navaja entre sus dedos sin lastimarlos Cuenta la leyenda que Picasso le habló en francés y se llevó como souvenir un guante ensangrentado Ella le contesto en español con su voz dulce, gutural y melancólica, hasta rendirlo a sus pies. Comenzó entonces una década de años tormentosos y singularmente creativos.
Morena, alta, fuerte. De personalidad avasallante, inteligente, sensible y profunda Dora Maar fue la única mujer capa de plantársele frente a frente en posiciones artísticas irreductibles.
Quería cambiar el mundo masa. Una y mil veces Picasso pintó a su musa. Mientras fueron carne y uña sus imágenes irradiaron dulzura: “Era cualquier cosa que quisieras: un perro, un ratón, un pájaro, una idea, una tormenta. Eso es una ventaja cuando te enamoras decía en el verano de 1936 mientras desnudaba su pasión carnal: «Sus grandes muslos/ sus caderas/sus nalgas/ sus brazos/ sus manos/ sus ojos/ sus mejillas/ su pelo/ su nariz/ su cuello / sus lágrimas…”
Dora Maar fue una provocación que le abrió espacio a lo más sublime y exaltado de sí mismo. Como síntesis de esos sentimientos ella documentó en cien fotografías todas las fases de creación del Guernica, donde aparece como la mujer llorando que sujeta la lámpara.
Después vendrían otras lágrimas. La maltrataría cuadro tras cuadro en la serie de Mujer que llora, deformándola siempre con un gesto desesperado. Era de rigor. Cambiaba el estilo y humor de su pintura cada vez que mudaba de pareja
Con el dolor de ya no ser se retiro de la vida mundana Francoise Gilot, veinte años menor que ella, había tomado su lugar. Sumergida en la angustia de todos modos se tardó su tiempo para morir. Languideció por cincuenta años más. Al momento de separarse en 1946 sentenció: “Después de Picasso, solo Dios”.
Y así fue.
Debate – 11-05-06 – Por Lorenzo Amengual – Fragmento