Justo Salvador concluyó, por esas pruebas fotográficas, que el homónimo era un ser abandonado de la mano de Dios o algo así. No pensaba dejarlo en esa condición. Ambos pertenecían al mismo pueblo, quizá eran familiares, sin saberlo.
Los Homónimos
Justo Salvador Guerrero era un hombre que le hacía honor a su nombre y apellido: la justicia era su derrotero.
Un día descubrió en internet a un homónimo. Se conmovió. Miró la fotografía del perfil del hombre que se llamaba como él. La foto estaba tomada de lejos, el aspecto general era de un hombre mayor caminando bajo la lluvia apoyándose en un bastón. Una sensación de desamparo se le atravesó en el alma. Sin pensarlo mucho, optó por dejarle un mensaje: “Buenas noches, como verá nuestros nombres y apellidos coinciden. Me gustaría saber más, quizá somos parientes.
Le pido acepte mi amistad.”
El homónimo, aceptó el contacto, pero no escribió ni una palabra de respuesta. Eran dos desconocidos. Solo se dispuso a subir una nueva foto, en blanco y negro. Se lo veía en cuclillas con la mirada fija en un hoyo pequeño.
Justo Salvador Guerrero al ver esa fotografía se llenó de curiosidad, y por qué no, de tristeza.
Analizó cada foto que el hombre homónimo publicaba. A su juicio, cargadas de misterio y soledad.
Dos de ellas llamaron su atención: el hombre escarbando el hoyo con un palo, y otra foto sosteniendo con un hilo un diente roto.
Justo Salvador concluyó, por esas pruebas fotográficas, que el homónimo era un ser abandonado de la mano de Dios o algo así. No pensaba dejarlo en esa condición. Ambos pertenecían al mismo pueblo, quizá eran familiares, sin saberlo.
Ideó un plan para acercarse en persona, por algo lo llamaban Justo. Luchar por el otro es luchar también por uno mismo, se dijo en voz alta. Le envió un nuevo mensaje a su homónimo diciéndole que su profesión era la de abogado, y que lo esperaba el jueves 20 de mayo a las 19 horas en su despacho, sito en Belgrano y San Martín, para darle una buena noticia. La ilusión es una necesidad y la verdad podría esperar.
El homónimo leyó el mensaje. Supo que era su momento. Entró al sótano donde vivía. Lo primero que hizo fue mojar la piedra de afilar cuchillos con un poco de agua, después deslizó la hoja de su navaja a lo largo de toda la piedra con una presión constante hasta dejarla a gusto. Luego, se quitó el diente de oro que tenía implantado y lo afiló. Esperó el día fijado con el estómago vacío.
El homónimo entró al despacho de Justo Salvador Guerrero. Estrecharon sus manos, lo escuchó, y no. Sabía que tendría una sola oportunidad. Con sangre fría apoyó la navaja a la altura de la yugular de Justo, el abogado, y le sustrajo, de un tarascón, el globo ocular. Lo dejó a los gritos tendido en el piso de su despacho. Al llegar al sótano, colocó el ojo en el hoyo, para que nadase junto a cientos similares. Puso su teléfono celular en la repisa y se fotografió con la mirada perdida en el hoyo. Luego, cambió su nombre de perfil en internet: Vittorio de la Paz sería un buen cebo.
Seguramente habría algún homónimo con sed de salvación. Él, únicamente necesitaba alimentar su estómago, y su mirada, con el ego de los sentimientos ajenos.
En tiempos de barbarie, la justicia es tuerta y la verdad es ciega.
Ana Caliyuri – Del Libro “Historias con hilván” – 2023