Tal vez mañana, volvería al mundo de internet, con un poco de aire extra a alguna página de artistas, para colocar nuevamente la foto de mi hermano Humberto. Me dejaría enamorar o enamoraría de mentira a quien se me cruzase, así, sin culpa, con red o sin ella.
Mundos Paralelos – Markcheva Kseniya – Lienzo – 2019
Mundos Paralelos
Me gustan los espejos, será que en ellos uno puede ver el alma desnuda; claro que para eso hay que creer primero en su existencia. En el terreno de las suposiciones, el alma existe, algunos le llaman esencia, otros espíritu, o quizá es la morada del mundo de las emociones. Es un dilema pensar que en un espejo se podrían palpar las emociones, apenas se pueden ver los gestos en detalle. Sería como un modo de fotografiar el universo interior. En realidad, lo creo posible, después de constatarlo de modo inefable. Tiene algo de absurdo tamaña constatación, pero quién escaparía del absurdo en un mundo que se jacta de usar máscaras para expresar sus más recónditos sentires. Y hete aquí que los sitios virtuales son un buen pasto para la hambruna mundana, como es la historia de Caty en una red social muy conocida. La foto de perfil de Caty, tomada de lejos, dejaba entrever a una mujer deportista o, por lo menos, de las que les gusta correr. El resto de su información pasaba por el cuidado de los animales, algún perro perdido, una buena oración a Dios, alguna canción de moda, pinturas famosas sin nombre de autor, proverbios y frases conmovedoras. Casi normal, como todo lo que sucede en la acera misma, hasta aquel día en que cientos y miles de mensajes llegaron a su página con sentidas muestras de pena. Las ventajas de ser buena deportista, las condecoraciones y premios a la amistad fueron a parar a un callejón sin salida: Caty había muerto. Todos decían que su enamorado, Humberto, al que jamás había visto en persona, murió con ella.
El hombre se desafectó de todos los sitios virtuales y se hizo humo. Hubiese sentido un poco de tristeza, mi alma ama la vida, pero no me salió ni una mísera lágrima porque sabía que era una gran mentira. Mi autocrítica es no haberlo dicho antes, pero Caty estaba haciendo de las suyas, en una nueva página virtual: allí se la veía con la misma foto, corredora ella, pero esta vez, milagrosa.
Resucitar en los mundos virtuales, para las almas en duda, es cosa de todos los días: morir aquí para renacer por allá. Todo hubiese sido de lo más común, la mentira está a la orden del día, pero aquella tarde en que fui de visita al geriátrico para ver a una amiga, me impactó reconocer a Caty.
Era una mujer anciana, que por lo que comentaban sus compañeras, nunca abandonaba esa vieja fotografía que usaba de perfil. Me aproximé a ella para verla de cerca. La mujer, temblorosa, también me reconoció:
—Hola, Robert, no le digas a nadie que me reconociste, menos que menos a Humberto que lo tenemos de amigo en común. La verdad es que todo se fue de las manos, él me quería conocer y yo no sabía cómo explicarle que estoy en silla de ruedas, que no tengo cuarenta años y que además estoy con problemas de salud. Decidí morir para no explicar. Confieso que salí un poco ahogado de allí, la verdad no me dio la cara para decirle que yo usaba dos perfiles distintos, uno con mi foto y otro, con la foto de mi hermano Humberto. Él siempre había sido más apuesto que yo y un verdadero ganador. Caty había muerto y en algún punto, yo también.
Tal vez mañana, volvería al mundo de internet, con un poco de aire extra a alguna página de artistas, para colocar nuevamente la foto de mi hermano Humberto. Me dejaría enamorar o enamoraría de mentira a quien se me cruzase, así, sin culpa, con red o sin ella.
Cada uno y cada cual resucita a sus muertos y a su alma, como puede.
Del libro «Cuentos Dulces para un Atajo» – Ediciones Tahiel 2020