Me salva la fragancia de ese filtro marrón del cigarrillo cuyo casi perfume francés me lleva hacia otros jardines con flores exóticas que, una vez más, me dopan de originales puertas sin picaportes que abro con mis soplidos de anhelos de una simple estación
Bar con Elvis y Ella
Canciones de amor… El cigarrillo con su filtro marrón a punto de chamuscar en el medio de ese cenicero de cristal y el humo moribundo haciéndome figuras curvadas al albedrío de mi imaginación. Ella siempre presente en su ausencia y mis dedos enjambrados en lo que pudo ser y finalmente no fue.
El poder de la música que penetra por las cavernas auditivas y no se sabe sobre la savia arrastrada en ese periplo laberíntico que, como filtro, retrasa el camino al corazón.
No sé bien qué hago en este bar de mesitas clandestinas sobre la vereda, no sé bien qué hago solo sentado a esta mesa y las luces vespertinas y las bocinas de este viernes me aprisionan y ese ignoto disc-jockey se empecina en plasmarme a un Elvis Presley que hace mil años mece putrefacto en medio del hollín del humus mientras ese humo cigarrillero no termina de fenecer.
Las figuras de ella se repiten unas a otras y yo las acaricio con mi mirada; es demasiado para mí y también para ella; todavía por el primer trago de gancia con ginebra y el hielo se mea en sí mismo y en ese derretir imágenes… ella se empecina en formar parte de la plastilina informal de la mezcla de colores insulsos; todos se terminan mezclando unos con otros y en ese desentendimiento el único color posible es el color marrón de la porquería en descomposición.
Me salva la fragancia de ese filtro marrón del cigarrillo cuyo casi perfume francés me lleva hacia otros jardines con flores exóticas que, una vez más, me dopan de originales puertas sin picaportes que abro con mis soplidos de anhelos de una simple estación en donde mi tren finalmente terminase mi recorrido tan agitado de viajes fumadores y de pulmones ansiosos de aires transparentes y un beso exhalado de amores. Otra vez la mesera y su delantal rayado de colores jamaiquinos, solamente un guiño ojal y mi respuesta casi inmediata: -«Antes que finalice este humo, traéme otro» -le digo-. El humo, el hielo y mis pensamientos son casuales hermanos de este nuevo viaje reiterativo de vida.
Por Pablo Diringuer