Hacia 1880 la actividad de los laboratorios y médicos extranjeros consiguieron, vía publicidad, ponernos en guardia contra una serie de peligros de moda. Médicos eléctricos, doncellas constipadas, gonococos letales, desfilan cómicamente en los diarios de la época, dejándonos en la incertidumbre: ¿se verán tan ridículos nuestros popes científicos dentro de 50 años?
La Doncella Constipada y el Gonococo Socarrón
Cuando nuestros pachurrientos abuelos, que dormían su digestión bajo la parra o a la sombra de la higuera, fueron informados desde Europa de las temibles enfermedades a las cuales estaban expuestos y de que las mismas llegaban todos los años, con total puntualidad, el comenzar cada estación, acompañadas de repudiables malestares, entraron sin proponérselo y casi sin darse cuenta, en una nueva forma de dependencia económico- social: la de los fármacos.
Los médicos criollos, para quienes la intuición y el conocimiento perfecto de la clínica predominaba sobre la química de los laboratorios, debieron enfrentar no solo los consejos de los seudocientíficos franceses, ingleses y especialmente alemanes, sino además, a los colegas locales que en su afán de lucro y prestigio echaban mano de cuanto medicamento y teoría nos
invadía. Algunos, francamente exagerados, como el Dr. Dodds, anunciaban que curaban indistintamente “enfermedades de los ojos y anteojos”. O como el Dr. Sander que se autodenomina “medico eléctrico” y curaba cinco enfermedades con electricidad, entre ellas el terrible insomnio, “esa gran enfermedad que ataca tanto al rico como al pobre”. “Unos cuantos pases de electricidad aceleran la circulación de la sangre por todo el cuerpo atacando los nervios y transformando al débil en el más vigoroso de los hombres”. Finalmente estaban los cirujanos que, aunque más realistas, expeditivos, positivos, prácticos y concluyentes, cayeron fascinados por los últimos descubrimientos y atendían a sus pacientes usando el instrumental “que les gusta, no el más caro pero si aquel que los satisface mejor: lancetas para sangrar, sanguijuelas hamburguesas, escarificadores shimu-lo y copas pa’ ventosas”.
A partir del momento en que los laboratorios emprendieron la grandiosa tarea de velar por la salud pública, prosperaron los trastornos del sistema nervioso, los dolores del espinazo, las malas condiciones de la sangre, la neurastenia, la anemia, la gota, la artritis, el asma, el reuma, la gripe, los catarros, etc.
Pero, había enfermedades que tardaban en difundirse, cosa que sorprendía y preocupaba a los laboratorios que a través de la publicidad insistían: “los intestinos deben mantenerse totalmente desocupados”, estimulado el uso de medicinas tan singulares como las pastillas del Dr. Williams que curaban “a personas pálidas únicamente”, o los polvos del Dr. Rajat Botal “especiales para doncellas constipadas”. Ocurría que nuestros abuelos, cada tanto, subrepticiamente, volvían a los remedios caseros: una rodajita de asta de ciervo, un dientito de ajo, un tecito de laurel o un baño de ruda, neutralizaban los efectos de “la cubeba la copaiba, el matico, el salol y la trementina” que no alcanzaban a mitigar los malestares y comprometían a menudo la salud.
Entre las afecciones que mantenían en jaque a médicos y pacientes y ocupaban al máxima y los laboratorios, estaban las escandalosas y muy publicitadas: que permanecían invictas y vigentes todo el año sin respetar sexo, edad, ni estado civil. Una vez que nuestros queridos abuelos internalizaron- vía publicitaría- las muchas enfermedades que padecían, los trastornos del buen dormir, las dificultades que acarreaba una buena digestión, los peligros de una vida sin alteraciones nerviosas; se enterraron de que su sexo, su maravilloso sexo, estaba en peligro, constante y permanente. Acechado por microbios patógenos entre los cuales merecían una especial mención el modelo descubierto en 1878. El fastidioso y pernicioso GONOCOCO. Sin tregua los diarios informaban cada mañana: “Lo terrible del GONOCOCO es que nunca se ha terminado con él, su porfía lo vuelve invulnerable, se embosca generalmente en las vías urinarias desde donde acarrea consecuencias desastrosas”. “A veces se lo cree vencido, en retirada, exterminado, de NINGUNA MANERA!! Se esconde! Simplemente se esconde!, esperando la ocasión de aparecer más virulento que nunca, en el momento que menos se lo espera y hay que comenzar de nuevo” Y proseguía insistente este ignoto creador de la literatura de ciencia- ficción: “EL GONOCOCO acecha desde los receptáculos laberinticos e irregulares donde ha fijado su domicilio para emigrar a otras mucosas” (vaya uno a saber las de quien)”donde se apresura a ejercer con el mismo ardor su culpable industria”
“Criptas, Pipas y Fragosidades”
Nuestros apesadumbrados abuelos también fueron advertidos- notificados-instruidos- impuestos respecto a que “El fastidioso GONOCOCO disminuye el vigor, y la falta de ese atributo del hombre causa más desesperación que cualquier otra enfermedad”. Cosa totalmente comprensible si además se tiene en cuenta que “es el causante directo de una gran parte de los sufrimientos que padecen las señoras, jaquecas, insomnios, histerismo y tantos otros males esencialmente femeninos”. Por eso se sugería a cada señora “tener junto a su tocador un producto que tenga asepsia insidiosa y penetrante, de manera que no deje de tocar ni una sola de las criptas, de los bastidores, de las fragosidades de su recitáculo laberintico. Esta higiene constituye un entrenamiento agradable que no exige esfuerzos físicos e imprime un sello de bienestar entapujando las pequeñas pupas y miserias locales”. Afortunadamente las abuelas sabían cómo entretenerse. Los abuelos, desolados, veían peligrar sus pedestales de varones invictos arrasados por el GONOCOCO, al que se le imputaba la producción en pequeña y mediana escala de la artritis y la conjuntivitis blenorrágicas. Los laboratorios, sabedores de la situación, concurrieron presurosos en auxilio de tan afligidos varones ofreciendo “profilácticos infalibles, prácticos para llevar en el bolsillo y útiles para toda ocasión”, que detenían al microbio patógeno en las puertas mismas del sinrostro “receptáculo laberintico”.
Sin embargo, para ganarle esta dura batalla al GONOCOCO, nada ofrecía mayores garantías que casarse con una mujer devota, ¡Pongámonos de pie mujeres de la Patria! y sintamos el orgullo de esta teoría de puro cuño nacional nacida en las riberas del Plata propuesta y difundida por el Dr. Izzo que recetaba: “Debe tomarse por esposa 1 devota, esto es absolutamente necesario a la felicidad de los maridos, es tierna como oveja, en el cuarto uncido es según los deseos del marido la matrona austera o la esposa inflamada, se levanta a la madrugada, almuerza con apetito, habla incesantemente sea murmurando de una amiga o dándole un mordisco a otra”.
A estas bondades la esposa devota añadía una secesión de delicadas virtudes: “1 esposa devota si engaña al marido, y le sucede a las honradas, lo hará tan discretamente que nadie se apercibirá de ello, vivirá los remordimientos de su falta en continuos rezos y genuflexiones hasta lograr su salvación y la del esposo ultrajado porque ¿Qué diría Dios si viese llegar a la Sra. Sin su marido?” pero acompañada de una legión de advenedizos GONOCOCOS?!!…
De esta sabía alianza nacían niños que tenían la potestad de consolidar la paternidad del marido, “los hijos de la devota se parecen al padre de modo que es siempre posible convencer el más incrédulo” y bien que lo necesitaban.
“Glub Glub Glug”
Pero las dulces criaturitas, desde la tierna edad, mostraban instintos egoístas y una voluntad impaciente y estremecían la casa gritando de cólera o simplemente por malicia. El asunto mereció el estudio y la preocupación de los hombres de ciencia y cupo a un sabio alemán la gloria de resolver el problema de “Acallar a voluntad el llanto de los niños” y proponían un método educativo para acostumbrar al niño a contener el llanto. El procedimiento consistía “en acostar al niño boca arriba con los ojos fijos en el techo, cuando se ha logrado que mantenga un rato prolongado esta postura, se coloca la mano del padre, madre (tutor o encargado) abierta y con los dedos extendidos sobre la boca, con suavidad, pero con firmeza a fin de a fin de causarle una ligera sensación de sofocación. El niño aprenderá a asociar esta sensación desagradable con su propio llanto y de ahí en más se acostumbrará a contenerlo”.
Cuando las enfermedades y los medicamentos acabaron con las lejanas siestas y la placidez de los domingos, cuando el hígado se transformó en una usina hepática y las abomínales secretas se curaban por abono, nuestros abuelos se iniciaron en la melancolía: estar angustiado y abatido fue la consigna, surgió así la imagen de un pueblo triste donde el frenesí de la locura fue el frecuente refugio para la fantasía y la libertad. Una vez más la ciencia, caritativa, impulsó curas que contemplaban la estabilidad emocional de los pacientes y en su afán por evitar el máximo la violencia ideó un prototipo de celda que suplía el uso del chaleco de fuerza:
“…tiene una capacidad de 42 m3 de aire renovado con ventiladores constantemente. A la altura de 3 metros, en la parte del fondo, se encuentra una ventana por la que penetra el aire y la luz. Sobre una base de hormigón descansa una serie de elásticos metálicos que soportan un piso de madera. Las paredes y las puertas están perfectamente colchadas hasta cierta altura, sobre elásticos metálicos, teniendo en los ángulos una forma circular, con el objeto de que el alienado no pueda sustraerse a las miradas de los guardianes ocultando su cuerpo de aquéllos. Ahora bien, el furioso es introducido en la celda en el momento de estar poseído de un acceso frenético, en el primer instante se arroja contra las paredes golpeándolas con la cabeza y el cuerpo a aquellos. Ahora bien, el furioso es introducido en la celda en el momento de estar poseído de un acceso frenético, en el primer instante se arroja contra las paredes golpeándolas con la cabeza y el cuerpo, y al recibir aquellos golpes funcionan los elásticos haciendo retroceder el alienado, que va contra otra de las paredes con mayor fuerza, y de donde es también vigorosamente repelido. En medio de un frenesí vislumbra la ventana, con esfuerzo conseguirá agarrarse de los barrotes, pero el suelo es demasiado movible y le hace vacilar el cuerpo, salta, más sus manos se han resbalado en una superficie oblicua, casi perpendicular y perfectamente lisa. Su cuerpo finalmente tiene que rendirse a la lucha tan desigual y viven los momentos de calma. Se ha evitado el chaleco” …Hospicio de la Merced, Buenos Aires, 1885.
Por Olga Vitali – El Porteño – Mayo 1987